Debajo de esas seis cuerdas afinadas al tono del corazón, se hallaba un soñador escribiendo una canción.
El miraba al cielo y aclamaba al velo que se estremecía al sentir al viento, como ese pañuelo que se encuentra dispuesto a remover la impureza de aquel su dueño. Tras el timbre de seis vibraciones se despertaba un vecino contento, quien siempre estaba dispuesto a barrer el trono del que se movía tomando aliento. Si necesitaba un consejo se acercaba sediento, como esa nave cuando vuelve al puerto. El soñador miraba con sacia al descender su brazo con su propia gracia. Ponía su pluma al sol del verso y con cautela cerraba a aquel su libro abierto.
Cuestionaba la intención para predecir su acción, antes de emitir una resolución. Después acentuaba una oración seguida de una respiración, para poder finalizar con la conclusión.
El vecino alagado por la dicha de sus letras afilaba dos maderas en forma de estrellas, extendía su brazo al ritmo de un tiempo, y sonreía al entregar su humilde ofrenda.
El arcoíris salía al arpegiar, con colores que no dejaban de brillar, la sombra del velo disfrazaba al viejo fiero el cuál refunfuñaba un "ya no te quiero".
Las nubes se movían a velocidad del tempo mientras los pájaros deleitaban de seguir su ejemplo, la madera esparcía las calles de abril sin olvidar que no tenían fin, mientras la mujer del pensamiento se preguntaba ¿por qué el suspenso?
Tras las lágrimas del soñador la canción perdió fervor, la humedad pudrió su corazón y la melancolía lo hundió en depresión. Desde abajo aquel hombre miraba las distorsiones que no escatimaban en presiones, así es como el guion terminó cuando aquella cuerda de la que sostenía se rompió. Desde ahora ya nada es lo mismo, sin aquella historia que perdió a su guitarra.
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Cartas del sentir cotidiano.
Historia CortaPequeños sensaciones que se pueden percibir a diario. Con lo que acontece, ¡pero siempre importantes!.