La dulce etapa

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Un instante había pasado antes que esos ojos brillantes se cerraran frente a él, su rostro tan cerca del suyo desprendía el característico aroma suave a fresas, la textura de su piel cálida rozando la suya que sería fría eternamente, todo parecía ser un simple sueño lejano. Jura que pudo ver el inicio y el final de su vida justo al lado de aquel chico rosa, era acogedor.

Su aroma inundó sus sentidos, el toque que tenían lo había aturdido, la cercanía de Gumball era como un hechizo impenetrable que le hacía sentir que el tiempo se pausaba. Aunque jurara que lo dulce no era lo suyo, su lado empalagador flotaba hacia las orillas cuando lo veía cruzar por su ventana, cuando lograba escuchar su voz entre tantas en medio de una plática, cuando escuchaba que hablaba de él, cuando sus miradas se cruzaban por unos segundos.

Entonces no le quedaba más opción que tragar fuerte y autocontrolarse para no hacer notorio el abismal encanto que provocaba en Marshall.

Cualquier pizca de ese chico era suficiente, lo era definitivamente y no pensaba disimularlo por más tiempo.

Nuevamente cayó en su dulce mirada y en su suave voz, que susurraba añorada su nombre y que quedaba pegado a sus labios segundos después. Una vez enredado en él, quedaba adherido sin oportunidad de luchar, que aunque se alejaran o negaran sus existencias, siempre permanecían unidos uno del otro.

Con el tiempo perdió el sentido de intentar escapar de lo inevitable. Era un torpe intento que lo hacía sentir ridículo cuando en el fondo de su persona todavía sentía el cosquilleo que su presencia desenfrenada.

Su último intento volvió a ser un fracaso, no podía escapar de él, podía acabar la relación temporalmente, nunca para siempre. No tenía suficiente fuerza para renunciar a lo que lo hacía feliz.

No tuvo caso cuando solo se acercó sonriente a saludarlo en medio de una cena en su palacio. Sus ojos se achinaron con su sonrisa al tiempo que iniciaba una plática rápida con él. Le apretó la mano como saludo y con la misma se fue.

¿Cómo podría siquiera pensarlo teniéndolo frente a él? No permitiría que se vaya, bajo ninguna circunstancia.

Nada en el mundo le convencería que él no merecía estar con Gumball. Porque si en algún momento lo creyó, decidió olvidarlo para no traer recuerdos amargos. Cuando Marshall Lee dio el primer paso, Gumball dio todos los demás.

Ambos volvieron a encajar perfectamente como la primera vez que estuvieron juntos. Eran el uno para el otro, el resto de la eternidad.

Marshall también cerró los ojos cuando sintió la suavidad de los labios ajenos, se dejó llevar. Todo pensamiento que tenía perdió sentido.

Ya nada del pasado tenía peso en su presente.

Nada del pasado lo detendría otra vez.

Él ama a Gumball a pesar de todo lo que pasaron. Lo adora ciegamente, restándole importancia a su primera ruptura. Lo anhela fervientemente, sin importarle las opiniones de terceros.

Cuando lo mira a los ojos, todo lo demás dejaba de importar.

Un beso suave, eso era suficiente. Marshall sintió los latidos en su cabeza, sabiendo que su pecho ya no podía contenerlos solo.

Cuando se separaron y sus ojos se abrieron, nuevamente volvían a toparse.

Sangre y fresas. Rojo y rosa. La misma inmortalidad.

Los aplausos llenaron sus alrededores. Marshall no quiso mirar a ninguno de ellos para no perderse ni un solo momento de su amado, mientras Gumball giraba a verlos sonriente y apretando las manos del vampiro.

Esa noche ambos se unían uno al otro. Tener todo en blanco lo hacía sentir en un sueño, uno que era real, eterno, irrompible.

El momento que deseaba tener con Gumball estaba sucediendo. Y la boda fue más mágica de lo que en su vida pudo haber deseado.

El dulce de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora