Martina es una muchacha feliz. No tiene reparo en sonreír, jugar o saltar, hasta que un día, siente que le pesa la cabeza.
Un recuerdo, quizás, una emoción mal gestionada. Arruga la frente y se le cristalizan los ojos. Ya pasará.
Pero su cabeza se hace más y más pesada con el paso de los días. Mira su sombra y la ve igual, mira el espejo y se asusta. Ha cambiado. Hay algo negro asomando por su coronilla, que antes estaba limpia y olía a jabón de bebé, hoy está negra y tiene un olor que anuncia el peligro.
No quiere pensar en eso pero cada día se hace más difícil vivir así. Su cabeza cada día está más pesada y aquella cosa negra no hace más que crecer. Pesa tanto que le cuesta levantarse, pesa tanto que ya no quiere cantar, pesa tanto que la obliga a estar con la mirada en el suelo.
Y ella es la única que ve aquel nido negro.
—¿Te pasa algo, Martina? —es la pregunta que más se repite.
Y Martina niega, porque no puede explicarlo. El nido está tapando sus ojos con su barro, su paja, su basura. No puede ver, todo pasa como un huracán alrededor. Todo se nubla y siente que si trata de hablar, llorará. Martina se siente tonta, se dice que no hay razones para llorar. Pero el nido pincha, rasguña y duele.
Cómo en todo nido, llegan pájaros que hacen su caminar más dificultoso aún. Pájaros feos, de pico largo y fino como agujas, alas negras y abrasadoras como la noche, ojos profundos y aterradores como el fondo del mar, gritos desesperantes como el de un cerdo en el matadero. Y Martina no habla porque siente que no vale la pena hablarlo. De todas formas, tampoco puede verbalizarlo.
Los pájaros se comen sus ánimos y levantarse de la cama luce como una odisea, bañarse es tan difícil como nadar en el centro del océano y comer se ve innecesario. Los pájaros devoran su amor por la música y de repente sólo quiere escuchar el silencio. Los pájaros engullen sus habilidades sociales entre graznidos de gozo y Martina se siente encerrada.
Llora y llora, gime y gime, maldice y maldice. Nada puede ayudarla a sentirse menos miserable. Sufre desde que abre los ojos en la mañana, hasta que los cierra en la noche, incluso un poquito más. Puede escuchar el aleteo infernal de esos pájaros hasta cuando duerme, y ya no puede estar tranquila ni un minuto. Despierta, se agita, llora porque el mundo de los sueños ha dejado de ser un lugar seguro.
Y pasa noches en vela con los pájaros en sus oídos, haciendo ruidos que no le dejan escuchar al resto del mundo.
No puede ver, no puede oír, no se puede parar. Es lo mismo todos los días. Ya ni le importa. Ya no escucha música, ya no come, ya no tiene amigos, ya no siente los abrazos de su madre. Parece un pobre gusano que está a punto de ser el festín de unos desagradables pájaros. O un viejo y enfermo lobo que está a punto de morir y en el cielo las aves carroñeras esperan su muerte, y se burlan de él desde lo alto.
Martina está preparada para el sueño final, lo desea, lo anhela, lo piensa cada día. Está cansada y recibirá con los brazos abiertos su descanso.
(creo que) escribí esto para un concurso que había en mi liceo, pero nunca lo presenté porque nunca lo terminé. se supone que al final martina va al psicólogo y arregla su problema, pero jamás fui capaz de escribir eso, porque escribiera lo que escribiera no me sentía satisfecha.
he vuelto a abrir el documento después de meses y la verdad es que no está tan mal, así que me animé a subirlo aunque esté incompleto.