Claro está, en ese momento, lo hice por inercia, fui corriendo al pozo y tiré lo más rápido que pude de la cuerda, para poder subir la bandeja desde el fondo, una vez cerca la bandeja, el resplandor del boleto era más hermoso que lo que se veía por la noche, cuando lo sentí en mi mano, juro que podía saborear la libertad, el cambio, todo sería diferente, aunque claro está, tonto no soy.
Si ven llegar a un personaje con ropas de criado, y la cara desarreglada con barba y pelo crecido sin control, claro está no me creerían que compré ese boleto, debía lucir de primera clase, vestido de sombrero y traje, barba recortada y cabello peinado, perfume caro y alguna que otra joya.
Por supuesto, no tenía nada de eso, solo llevaba lo de siempre, unos pantalones marrones, y un polo que en algún momento fue blanco, así que solo tenía 6 horas para poder transformarme de criado, a patrón.
Pues ropa y perfumes había de sobra en el cuarto del patrón, sus trajes eran muy finos, de la mejor tela, aunque solo tenía tres, solo los usaba en ocasiones su per especiales, y solo un perfume tenía, cada que salía de fiesta a alguna hacienda, o a otra ciudad, solo se echaba un poco y lo demás lo guardaba, y es que baratos no eran.
Arreglé lo mejor que pude los trajes y el perfume en uno de los baúles que tenía el patrón, mi vida estaba a punto de cambiar, salí lo más rápido que pude del cuarto y me apresuré a salir, claro está que antes de salir, me encontré con el patrón, aún en el suelo y con las señoritas a su alrededor, estaba rendido, nada lo despertaría, así que no me sentí tan culpable de robarle el boleto, total con la borrachera que tenía probablemente se hubiera perdido el viaje.
— Algún día regresaré a pagarle la cuenta que estoy abriendo, gracias por todo... — Me sentí un poco triste, sé que no encontraría a nadie que se preocupará tanto por mi como el patrón — El perro volverá a ladrar.
Me fui con mas que unos trajes y el perfume, me fui con una promesa y una deuda que algún día tendré que saldar.
Vi mi reloj, quedaban solo tres horas para que el barco saliera de puerto, pues antes de eso, pasé por la tienda de mi amigo Carlo, Carlo era panadero, hacía los mejores panes y postres que el mundo podría probar, cada día pasaba por su puesto viendo los manjares del día, pensar que nunca pude robarle una de sus famosas tartas de manzana ... Pero me regalaba el pan que sobraba de la mañana, pensar que esa podría ser la última vez que esté parado frente a su panadería, oliendo el delicioso aroma del pan recién hecho.
— Pues me voy — Solté sin más, Carlo me quedó viendo extrañado.
— Pues ... Acabas de entrar, pero si te quieres ir está bien amigo — Dijo riéndose.
Le conté a Carlo lo que había pasado, me quedó viendo con ojos abiertos como platos, cada palabra parecía que no me la creía, aunque cuando le mostré el boleto, su cara pareció tornarse más como de tristeza, quizá puede que por algún momento el me extrañe.
— Entonces ... Supongo que necesitas a alguien que te arregle ¿Verdad?
— Si, lamento si te interrumpo, pero eres el único que ... — No me dejó terminar la frase, solo se levantó y se fue a hablar con uno de sus empleados, le dijo algo en el oído y me hizo una señal para que lo acompañara.
Me llevó al almacén que tenía dentro de la panadería, ahí el olor a pan recién horneado, se incrementaba a montones, me indicó por donde ir hasta subir por una escalera y llegar al segundo piso de lo que es su casa, era muy sencilla, pero muy ordenada, me hizo sentar en una silla.
— Cierra los ojos y no los abras hasta que te lo diga.
Pues no hice mas que hacer caso, porque cerré mis ojos y sentí como empezó a tocarme el cabello y la barba, me mojó el cabello y trató de peinarlo, estaba muy sucio, tieso y se esmeraba por manejarlo. Entre jalones y tirones, cortes en un lado y el otro; la navaja que sentía su suave filo en mi rostro, me lavó la cara y me pasó una toalla, me dijo que me secara pero que no abra los ojos aún.
Poco después, me indicó donde estaba la ducha, me dijo que me metiera y que no saliera hasta que se me quite el olor a estiércol y moho, podía usar lo que necesitase, pero que me de prisa. Eso hice, créanme que es la ducha más larga que he tomado, pues estuve ahí cerca de una hora, salí y me llevó a una habitación, donde estaba el baúl del patrón y uno de sus trajes estaba sobre la cama listo para usarse, y aunque hasta ese momento no lo había pensado, al borde de la cama en la parte de abajo, estaban dos zapatos bien lustrados, hermosos por donde uno lo viera.
Me acerqué, estaba admirado por lo bonitos que eran esos zapatos, claro está que lo que más me llamó la atención, era el otro hombre que estaba en la habitación con nosotros, era un hombre joven, cabello y ojos marrones como los míos, lo raro es que tenía casi la misma estatura que yo y se parecía a mí.
— ¿Quién ese ese tipo? —Pregunté porque me llamó la atención que no lo notara cuando entré a la habitación.
— Pues es un muchacho al que le dicen "El conde".
No podía ser, me estaba mirando yo mismo, era un espejo el que estaba viendo, pero no me lo creo, nunca me había visto así, es increíble lo que hizo Carlo, ni yo mismo me reconocía.
— Carlo, gracias no sé como agradecerte por todo, por los zapatos, por el corte, por todo— Casi me derrumbo, nadie hubiera hecho lo que Carlo conmigo.
— No te preocupes conde, yo también he querido irme de aquí, pero no puedo, estoy atado por la panadería, a mi siempre me dijeron que tengo que continuar con la panadería, pero a ti no te ata nada conde, vete de una vez, vete y vive, disfruta.
Me dispuse a hacerle caso, pues compartía el sentimiento de querer irse, de empezar de nuevo, llevo conmigo el espíritu de libertad de Carlo, me cambié lo más deprisa que pude, y al verme al espejo, ya no vi al conde, vi a una persona nueva, a alguien respetado, alguien que se iría más allá de las miradas raras y el desprecio.
Poco antes de salir, Carlo me dio unos panes y una caja, me dijo que por favor no abriera nada hasta estar en la habitación del barco, me abrazó y me dijo que, para guardar apariencia, que copie todo lo que hacían los ricos del pueblo, su actitud, su manera de hablar, todo.
Me dirigí al puerto, claro está, debía de aparentar tener dinero y riquezas, todo lo que me había llevado era el baúl y la caja, el boleto lo había puesto dentro del saco y sólo con las ganas de querer irme, me adentré a puerto.
La gente estaba como loca, todos estaban gritando, hablando, algunos sollozando y otros rompieron en lágrimas, al ver que seres queridos se iban y quien sabe si volverían, pues el mar tiene secretos y claro está, no es seguro al cien por ciento.
Me dirigí entre preguntas a la puerta de embarque de primera clase, al llegar un señor que llevaba puesto un abrigo muy grande para él me saludó de manera muy seria pero amable.
— Buenos días señor, soy el guardia del barco, permítame su boleto y dígame su apellido y nombre, tenemos que registrar todo, ya sabe por tema de seguridad y si en caso pasa algo, para poder identificarlo.
Las palabras del hombre me hicieron sentir nervios, y no por lo de si pudiera pasar algo, está claro que este viaje no es que sea como pasear en un rió o lago, este viaje eran miles de kilómetros de océano puro, lo que me preocupó es que le respondería, mi nombre y apellido, no le iba a decir hola, soy el conde, pues no.
En ese momento, recordé que yo sería quien a mí se me dé la gana, soy un hombre nuevo, soy un hombre de primera clase y como tal, mi nombre debe ser de primera clase.
— Soy Sebastian, Sebastian Mcgregor.
— Señor Mcgregor, bienvenido al "Venganza de la Reina Natalia".
Pues ese era el inicio de mi travesía, el inicio de mis aventuras, el inicio de mi historia desesperada, sobre todo ... El inicio de mi perdición con la Reina Natalia.
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Memorias de Alta Mar
Roman pour AdolescentsLa travesía que se pasa cuando estás en alta mar, es impresionante, todo aquel que haya subido al "Venganza de la Reina Natalia" estará de acuerdo que el viaje vale la pena, no conozco que gente que quiera perderse el viaje, sobre todo si la Reina...