Me asomo por las rendijas de la caja y veo a dos marineros humanos arrastrando a un yordle de pelo azul por la cubierta del barco. Uno de ellos tiene los bigotes negros y el otro es regordete. Sonríen con malicia. Pasan sobre pilas de arpones, cañas de pescar, lanzas y rollos de alambre grueso. Deben de ser cazadores de monstruos marinos.
—Este pequeñín nos va a ayudar a hacernos con un buen ejemplar —afirma el primer marinero.
—He oído que a los peces gordos les encanta la carne de yordle —responde el marinero regordete—. Aunque nunca la he probado, la verdad. No se ve ven muchos yordles por Aguas Estancadas.
El yordle de pelo azul chilla y lucha por liberarse.
—¡No soy un cebo! —exclama en un registro extremadamente agudo—. ¡Os lo suplico! ¡Soltadme, por favor!
Los marineros ni se inmutan. El barco se tambalea al chocar contra algo lo suficientemente grande como para sacudir mi caja más de lo que me gustaría.
—Ah, ya lo tenemos. ¡Ese bicho será nuestro! —exclama el primer marinero, sonriente.
No me gusta su sonrisa.
De pronto, veo una aleta gigantesca rodeando el barco. A su paso produce unas olas descomunales que chocan contra el lateral del navío. Libro tira de mí. Sé que preferiría atravesar el portal y escapar de las malvadas aguas antes de que nos encuentren, pero no puedo ignorar los gritos de auxilio del yordle. Meto la pata entre los listones de la caja y rompo el cierre. Jamás abandonaría a un yordle. No después de perder a mi Norra.
Los marineros observan cómo la aleta azota con violencia el agua. Logro pasar desapercibida, como el más sigiloso de los felinos, y acecho cautelosamente desde atrás.
Los humanos han atado al pobre yordle a una enorme caña de pescar que se balancea sobre el océano. El agua borbotea, formando una gruesa capa de espuma. ¡¿Por qué el agua siempre elige la peor forma de moverse?! Salto sobre la pila de arpones. Libro me sigue, revoloteando nervioso y sacudiéndose las páginas. Nos han pillado.
—¿Eso es un mapache morado... con un libro volador? —pregunta uno de los marineros.
—Me parece que es un osezno con un periódico —aventura otro.
—¡Pánfilos! ¿No veis que es un gato? —dice un tercero—. ¡Cogedlo!
Los marineros corren en mi dirección, pero yo soy mucho más rápida y me cuelo grácilmente entre sus pies. Lanzo una bobina mágica que se enreda en sus piernas. Se tropiezan y caen al suelo, como un montón de vasos sobre un mantel.
Me subo a la baranda del barco, cerca de la caña de pescar, sin saber muy bien cómo proceder. Las olas se agitan con violencia y mis instintos cazadores entran en acción: es ahora o nunca.
—¡Soltadme! —grita el yordle desde la caña de pescar—. ¡No soy un cebo! ¡Qué situación tan peculiar e incómoda!
Por suerte para él, no me dan ningún miedo los peces. Aunque deteste el agua.
Salto con la mirada fija en la caña de pescar. A veces, cuando un gato salta, el tiempo se detiene. Con las patas extendidas como una tortilla en la sartén y el viento peinándome el pelaje sobre las malvadas aguas, salto con decisión para salvar al pobre yordle de su calvario. Además, una vez que saltas, ya no hay vuelta atrás.
—¡Tranquilo, pequeño yordle azul! —grito—. ¡Lo tengo todo controlado!
El destino del yordle y el mío se cruzan en el momento en que me poso sobre su hombro. Libro me sigue de cerca.
La caña de pescar se bambolea a causa del exceso de peso. De repente, el pez más grande que he visto en mi vida (un tercio del barco) sale del agua con su enorme boca abierta, llena de filas y filas de dientes afilados como cuchillos. Tiene la boca tan grande que podría zamparse un par de vacas sin tener que masticarlas siquiera. Incluso en la oscuridad, solo con mi lucibrillo, puedo ver perfectamente sus ásperas escamas de color púrpura y plateado.
La gigantesca criatura nos devora de un bocado: al yordle, a Libro, a mí e incluso a la caña de pescar... ¡Y aún tenía sitio para más!
Chocamos contra el paladar mientras trata de regresar a las profundidades. ¡Está muy oscuro y huele a marisco podrido! Antes de que nos engulla, creo una burbuja mágica que nos envuelve y evita que nos precipitemos a la rugosa garganta del monstruo. Mi lucibrillo ilumina las putrefactas hileras de dientes. Eso explica el olor. El yordle chilla en cuanto las ve. La criatura se retuerce con violencia y salimos disparados. Rebotamos contra las paredes bucales, protegidos por mi burbuja impermeable.
¡Qué manera más curiosa de hacer amigos!
Intento abrir a Libro para tratar de escapar, pero el pez abisal salta y salimos despedidos de nuevo. Al caer, se escucha un ruido muy fuerte: la criatura debe de haber aterrizado sobre la cubierta del barco. Oigo a los marineros gritar cuando el monstruo se sacude y los arrolla con la cola.
Se escucha un chapoteo... y otro... y otro. Los humanos deben de haber caído al agua. Aún en la garganta del pez, abro rápidamente a Libro para crear un portal que desprende un brillo verde oscuro, muy característico de Ciudad de Bandle. Hogar, dulce hogar.
De un bocado, agarro al yordle por la camiseta y nos zambullimos en la página. El portal se agranda y entramos al reino espiritual, dando tumbos por un revoltijo multicolor.
Aparecemos en la orilla de un arroyo, tosiendo. Respiro profundamente y me lleno los pulmones con el dulce aroma de Ciudad de Bandle, como en mi sueño. Grillos de color azul zafiro cantan bajo la luz crepuscular, mientras el agua del arroyo barbotea suavemente. Hay muchos peces. Peces de tamaño normal.
Libro se sacude las páginas para tratar de secarlas. El yordle de pelo azul se pone de pie, calado hasta los huesos, y hace lo mismo.
—¿Qué ha sido eso? ¿Cómo hemos llegado hasta... aquí? —pregunta—. Creía que el portal más cercano estaba en el muelle...
—Por suerte para nosotros, Libro es una especie de portal de bolsillo —le explico.
Libro le enseña sus páginas hechas de árboles secos. En cada una, hay una puerta mágica dibujada con tinta y pintura.
—Gracias a los dos por salvarme —dice el yordle. Observa a Libro con curiosidad—. ¿Sois de esta zona?
—Sí, pero ya no vivimos aquí —le digo. Miro a Libro con pesar, recordando a mi maestra.
Libro comienza a aletear. Sé que piensa que debería superarlo.
—¿Sabes volver a casa desde aquí? —le pregunto al yordle.
—Sí, sí. Solo tengo que atravesar la colina y pasar los topolinos. Me conozco esta pradera como la palma de la mano. Espero que algún día encuentres a tu yordle —dice, antes de empezar a alejarse.
Me detengo un segundo y veo las luces del ocaso convertirse en una hermosa madrugada. Veo de reojo una polilla lunar sobrevolando el horizonte. Me entran ganas de seguirla, pero recuerdo que Norra sigue desaparecida. Seguramente, ahora mismo está esperando que vayamos a rescatarla.
Acaricio con suavidad el lomo de Libro. Sé que, en el fondo, también la echa de menos.
En ese preciso instante, abro a Libro por una nueva página y me sumerjo en ella.
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yummi la gatita mágica
Ciencia FicciónYuumi, una gata mágica de Ciudad de Bandle, fue antaño la compañera de una hechicera yordle, Norra. Tras la misteriosa desaparición de su dueña, Yuumi se convirtió en la guardiana del Libro de umbrales de Norra, un objeto sentiente cuyas páginas con...