El amante de Gerard.

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Antes que nada, esto no es mío. Lo he visto en Facebook, y lo he adaptado a Frerard. Créditos a su escritor original.

Gerard siempre había tenido una noción muy clara de lo que él quería de sus amantes.

Para empezar, buen sexo. Le gustaba que fuesen fogosos en la cama, con gran iniciativa e inventiva. Gerard se sabía tanto activo como pasivo, por lo que sus parejas debían sentirse cómodos y disfrutar de ambas posiciones. No tenía aficiones extravagantes ni fetiches a los que pudiese llamar extraños, y era un joven sano que en sus plenos 26 años, con una larga carrera de vida sexual, tenía ciertas necesidades que satisfacer.

Ya que su deseo sexual se encendía tanto con mujeres como con hombres, Gerard ni siquiera era demasiado exigente a la hora de elegir. Le gustaban las mujeres de generosas curvas, aquellas a las que podía sostener entre sus brazos sin temer lastimarlas si las cosas se salían un poco de control. Le gustaban las largas cabelleras lacias, preferiblemente rubias, que desprendían aquellos afrutados olores. En cuanto a hombres, tampoco se tenía por una persona de inalcanzables estándares. Le gustaban con cuerpos flexibles, a ser posible no demasiado bajos ya que, aunque algunos no quisieran creerlo, a Gerard le gustaba besar. Si el afortunado, además, tenía los ojos claros, mejor. Gerard se había acostado con rubios y morenos. Con castaños y pelirrojos. Y con todos ellos disfrutó.

Nunca había importado demasiado el carácter. No es que tuviese demasiada importancia, de cualquier forma, al igual que la inteligencia. Sus encuentros sexuales eran eso mismo, encuentros sexuales, y Gerard no esperaba de su pareja una profunda charla filosófica post orgásmica. Le bastaba con que el susodicho, o la susodicha, de darse el caso, tuviese el ánimo de aguantar sus comentarios cortantes y su, en ocasiones, sarcástico humor.

En definitiva, solo esperaba de sus parejas que tuviesen un sano apetito sexual, que le resultasen físicamente atrayentes y que supieran que más allá de un furioso y caliente orgasmo no debían esperar nada de él.

Era por eso que Gerard Way aquel día de finales de octubre llegó por fin al límite de su escasa y preciada paciencia. Porque si él se molestaba en aclarar las cosas a todas sus parejas de forma detallada y concisa, no entendía por qué ellos no podían tener la decencia de cumplir con su papel. Todo había empezado hacia unos días, cuando tras levantarse de su cama para asearse como habitualmente hacía, se encontró en su servicio toda una gama de productos que, que el recordase, no estaban allí el día anterior. Para empezar estaba aquel espantoso cepillo de dientes de horrible color verde chillón que descansaba en el vaso junto al suyo. Decidido a ignorar aquello, Gerard empezó a desvestirse tirando la ropa en la cesta junto al plato de ducha y abriendo la lampara. La segunda maldición de la mañana escapó de sus labios cuando tras pisar el bote de champú afrutado tirado en el suelo, casi se abrió la cabeza contra la pared. El bote estaba además mal cerrado, y el líquido se había esparcido por todo el plato de ducha, haciéndolo peligrosamente resbaladizo.

Sobra decir que Gerard no usaría un champú con olor a limón ni muerto.

El baño, a pesar de los contratiempos, le sentó de maravilla a su cuerpo, y cuando finalmente salió de su cuarto completamente vestido se encontraba de mucho mejor humor. El día pasó sin más contratiempos y su casa, tan silenciosa como debía estar, le dio la bienvenida cuando volvió del arduo trabajo junto a Ray, Mikey y Bob. El estúpido de Frank estaba de viaje, del cual, por supuesto, Gerard no había sido informado sino hasta esa misma tarde. No es que le importara, se dijo, pero siempre era conveniente saber donde se metía aquel desastre con cabello marrón oscuro y ojos color avellana.

El día siguiente Gerard se levantó con la intención de visitar a Lindsay al hospital. Ya que había tenido un pequeño accidente. Antes, sin embargo, volvió a ducharse. Esta vez no se molestó en mirar el ofensivo cepillo de dientes verde y tuvo cuidado de no pisar nada extraño que acaparase su plato de ducha. Media hora después, completamente peinado, afeitado y con el fresco olor de su desodorante esparciéndose tras él, únicamente tapado además con una pequeña toalla que sostenía precariamente en su cintura, abrió el cajón de su ropa interior. Gerard era terriblemente ordenado. Quizás hasta el extremo de compulsión, por lo que no entendió que sus inmaculados calcetines negros estuviesen todos ovillados y revueltos en una esquina. Por no hablar de que en el lado derecho, casi de forma insultante, toda una gama de coloridos y fluorescentes calzones le saludaban. Los había rojos, azules, amarillos y naranjas. Un tanga verde y lo que parecía ser un bañador, indecentemente corto, eso sí, y rojo. Si alguien hubiese sido presente del tic que en ese mismo momento empezó a empujar de forma extraña la ceja izquierda de Gerard, seguramente hubiera sabido que no era buena señal. Es más, posiblemente el desafortunado habría salido corriendo de allí.

El amante de Gerard | FRERARD OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora