Caroline había insistido hasta más no poder a su hija, para que no le diga a ninguno de sus hermanos que ella aún existía. Áurea no entendía nada, pero al ver los ojos desesperados de su madre, aceptó su decisión, sin preguntar nada más. Si es cierto que tenía un millón y una de preguntas, pero ella podía sentir el temor de su madre, ante la situación, así que lo había dejado pasar por esa vez.—¿En qué piensas?
Paulino se había percatado que su hermana no estaba del todo con los pies en la tierra desde la visita que tuvo con la bruja la noche pasada. Había intentado preguntarle qué le pasaba, pero ella lo ignoraba completamente, cambiando de tema. Tampoco quería agobiarla, puede que para deshacer el hechizo de su antiguo hogar, necesitarían hacer un sacrificio y seguro que eso es lo que Áurea había estado pensando todo este tiempo.
—En lo nerviosa que estoy de comenzar las clases —mintió la chica.
Paulino conocía a Áurea más que a él mismo, y sabía, que por muy nueva que sea la situación, nerviosa era lo que menos la describía. Ella podía ser tímida y puede que la mayor parte del tiempo le guste pasar desapercibida, pero es muy de adaptarse rápido, sin temor. Sin embargo, él era todo lo contrario. Podía ser muy seguro de sí mismo y a simple vista parecía que llevaba las riendas de la situación, pero la realidad era que por dentro se moría de la vergüenza y del miedo. Sobre todo cuando hacía cosas nuevas, con personas normales. Hace muchos años que los chicos no asistían a la escuela, no les parecía necesario ir más veces, ya que en toda su vida habían repetido el último año las suficientes veces como para sacar la conclusión que la escuela no servía para casi nada. Pero ahora, no querían que las personas los encontraran misteriosos por no ir a la escuela, así, que para meterse más en el personaje de personas normales, tenían que asistir a clases.
Paulino cogió a su hermana del codo, llamando su atención. Estaban a sólo unos pasos de la escuela y el chico ya sentía que se le iba a regresar el desayuno por la boca y nariz. La chica miró a su hermano, distraída y le sonrió. Áurea tenía ese don de hacer sentir a alguien en calma con tan solo sonreírle, cosa que no cambió con Paulino.
Los niños se adentraron al lugar lleno de adolescentes alborotados. Las clases aún no habían comenzado, por lo que los demás estudiantes se encontraban en los pasillos, conversando y haciendo escándalo. Áurea seguía sumida en sus pensamientos, por lo cual no se percató como los alumnos se les quedaban viendo y murmurando cosas no muy agradables. Paulino estaba muerto de la vergüenza, sin embargo agudizó el oído para poder enterarse lo que pensaban los demás. Un grupo de chicas discutía sobre a quien le haría caso primero aquel chico misterioso que acababa de entrar por la puerta. Otros hablaban sobre lo raro que era que la directora los hubiera aceptado con el año ya comenzado. Algunos los tachaban de mafiosos, creídos y antipáticos. ¿Cómo era posible que sin conocerlos siquiera ya estuvieran sacando conclusiones sobre ellos?
—Hey, fíjate por dónde caminas.
Àurea estaba tan distraída que no se había percatado de tremendos mastodontes que pasaban por su costado, chocando con uno de ellos. La chica dio un pequeño salto al sentir el contacto de un cuerpo con el de ella. Alzó la vista para observar mejor el rostro de la persona con la que había chocado, ya que este, era alto. El chico la vió con las cejas juntas, en una expresión de molestia.
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Los hijos del diablo
VampireEn el siglo XV habitaba una gran familia de brujos. Por razones desconocidas, el sacerdote del pueblo se enteró de su existencia y envió a miles de hombres para que los quemarán en la hoguera. Pero su madre hizo un sorpresivo sacrificio y los convir...