07 de Mayo, 2019
Vienne, Alemania—¿Y ahora qué? —preguntó Paulino, dejando las maletas en el suelo. A penas él y sus tres hermanos habían bajado del tren.
—Fácil, vamos a casa y si intentan sacarnos, los matamos —habló Teódulo, encogiéndose de hombros.
Una señora de unos cuarenta años aproximadamente, pasaba por el lado de los chicos y al escuchar el comentario de Teo, se quedó mirándolo sin disimulo, con una mueca de asco. Áurea se dio cuenta de lo que sucedía y tratando de disimular, se rió nerviosa, mirando a su hermano.
—No vamos a matar a nadie —dijo la chica entre dientes, posando una mano en el hombro de su hermano, dándole un fuerte apretón.
Aquella señora que se había detenido hace un rato siguió su camino, pensando en que la cara de los niños se le hacían conocidas. Emmanuel salió del lugar, y sus hermanos los siguieron. No reconocía nada de lo que los rodeaban. Todo era nuevo, todo menos el olor a tierra mojada que caracterizaba a su querido Vienne. Caminaron a paso lento por la acera. La estación del tren estaba casi a las afueras del pueblo, así que tenían que tomar un bus o caminar, hasta la parte central, en donde comenzaban a aparecer casas y lugares públicos. Su casa antigua estaba justo en el centro, cerca a la plaza, a vista de todo mundo, así que no podían simplemente ir a invadir.
Los hermanos caminaron un par de kilómetros. El resto de sus parientes aún llegaban en los días siguientes y habían quedado que todos juntos irían a hablar con la alcaldesa, así que no tenían prisa. Querían primero conocer lo que los rodearían en los siguientes años, conocer su historia contada por otras bocas, descubrir los peligros que acechaban su pueblo y acomodarse. Tenían que pasar desapercibidos, así que Áurea y Paulino tendrían que ir al colegio. Y el resto, a trabajar. Aunque contaban con el suficiente dinero como para vivir un siglo más sin mover un solo dedo, pero la vida normal requería sacrificios.
Llegaron a la plaza, aún con maletas en mano. Habían más turistas de los que habían creído. Su antigua casa estaba destruida. Se había convertido en un atractivo turístico y ahora, si los chicos no conseguían su cometido, se convertiría en un manicomio. Áurea se acercó, sintiendo como una fuerza mística la atraía como a un imán. Se detuvo justo en la puerta principal y la tocó, no podía pasar más allá, ya que tenía un hechizo de protección. Un grupo de chicos se adentró a la casa, sobrepasando el hechizo. La chica comprendió al instante que el hechizo era solo contra seres sobrenaturales, no contra humanos. Le pareció extraño, pero no aviso a sus hermanos, quería ser ella quien lo averiguara primero. En la parte derecha de la puerta, había un mural. En medio de este, un dibujo antiguo de ella y sus hermanos. Y debajo, un cuadro enmarcado con la supuesta historia. No lo leyó, aún no estaba preparada. Volteó, pero no encontró a sus hermanos por ningún lado. Suspiró con fastidio y trató de concentrarse en los sonidos y los olores, buscando el latir de sus corazones o el perfume de Teódulo de 15 mil euros.
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Los hijos del diablo
VampirEn el siglo XV habitaba una gran familia de brujos. Por razones desconocidas, el sacerdote del pueblo se enteró de su existencia y envió a miles de hombres para que los quemarán en la hoguera. Pero su madre hizo un sorpresivo sacrificio y los convir...