La eternidad sí existe, un ser me enseño aquellas palabras que se quedarán grabadas en mi mente por el resto de mi vida: "Si cierras los ojos te darás cuenta de que la eternidad existe pero estarás solo en ella, por eso los humanos no pueden acostumbrarse a la soledad". Las palabras de un ser que sabía más que nadie el significado de la soledad.
Miraba a través de la ventana una tarde lluviosa de octubre, el cielo grisáceo matutino y el aire frío golpeando mi rostro eran los indicios que me hacían pensar que llovería temprano; los días de apariencia depresiva me encantaban aunque no lo expresara frente a la gente, solo me limitaba a mirar y disfrutar.
— ¿En quién piensas Erick?—. Escuché detrás de mí, al girarme vi a Matilda.
—En nadie, solo miraba ¿Pudiste terminar los apuntes?—. Me posicioné para mirarla.
—Sí, gracias por prestármelos. Toma. —Me extendió una bolsa de pequeñas galletas de mantequilla. —Como agradecimiento—.
—No te hubieras molestado Tilda—. Tomé las galletas, no quería hacerlo pero eran mis preferidas. —Te debieron de costar mucho—.
—Para nada, las hice yo. Oye...—.Se tornó seria y preocupada. —Escuché ayer de Sam que el idiota de Francis te golpeó con un balón en la cabeza—.
—Estúpido Sam—. Murmuré. — No fue para tanto, tal vez se le escapó el balón—. Sonreí inocentemente.
—Tú sabes que no es así, ese idiota tiene ya un año humillandote—. Musitó con molestia. —Hace tres meses casi te mata.
Matilda y Samuel se habían convertido en mis amigos desde el inicio de la universidad, sentía que los tres nos entendíamos bien o de alguna manera nos identificábamos entre nosotros; reservados e introvertidos aunque ellos ya lo habían superado más sin en cambio yo seguía siéndolo. Francis era el chico malo que cualquier escuela tiene pero en mis adentros aceptaba que era incluso peor que un bully, no perdía la oportunidad de golpearme "accidentalmente", humillarme y la ocasión que Matilda había mencionado fue una vez mientras salía por el estacionamiento donde hizo la finta de quererme arrollar pero su mal cálculo me hizo volar un par de metros haciendo que mi tobillo izquierdo se torciera, ese mismo día había ido al hospital como un arrepentido chico hasta que tomó mi tobillo con fuerza mientras me amenazaba de no decírselo a nadie.
Un chico como yo jamás podría hacerle frente; yo apenas tenía la fuerza para cargar una garrafa de agua, en ocasiones me veía al espejo con desagrado. Mis ojos marrones con el cabello castaño oscuro teniendo el mismo corte de siempre, unas pocas pecas casi visibles que probablemente había heredado de mi madre biológica, no me importaba. Mi sentido de la moda se basaba solo en pantalones de mezclilla o negros con suéteres y camisas que cubriesen mi delgada fisionomía. Había sido adoptado por una pareja a los 2 años, siempre había sabido que era adoptado aun cuando mis padres me lo dijeron a los 13 años; al entrar a la universidad les pedí vivir solo en un departamento lo cual aceptaron. Cada mes me mandaban dinero para pagar el mismo así que solo tenía que preocuparme por la escuela y mi comida.
Llevaba conmigo el dinero que depositaría en la cuenta del dueño del departamento, al salir de la escuela pasé junto a la biblioteca pues me gustaba leer, hábito el cual heredé de mi madre adoptiva. Entré mirando un poco el interior hasta que mis ojos se posicionaron en una mesa situada hasta el final del inmenso edificio, caminé entre las sillas y mesas con sigilo pues en ese momento había varias personas concentrándose en sus lecturas. Tirando mi mochila en la silla de madera fui directo a los estantes de aquella área para ver si algo me interesaba lo bastante como para matar el tiempo; ficción, comedia, drama, ciencia. Había un vasto número de libros con distintos géneros pero me sentía tan familiarizado con ellos que quería probar algo nuevo, de pronto en el largo pasillo de estantes vi algo tirado en el suelo, lucía como un libro grande pero delgado y rígido. Me dirigí para levantarlo y colocarlo en su lugar pero fue ahí cuando me di cuenta de que se trataba de un trozo de madera. La parpadeante luz de esa área me impedía ver con detalle de lo que se trataba así que regresé para disminuir mi curiosidad, un escalofrío invadió mi cuerpo cuando noté los números, letras y símbolos que se plasmaban ahí, era un tablero de ouija.
— ¿Qué hace esto aquí?—. Me dije con extrañeza.
Examinándolo un poco vi que tenía una grieta en el centro lo que la hacía ver vieja o maltratada, tenía la responsabilidad de dejarlo ahí o dárselo al encargado pero algo en mí quería probarlo; sin meditar tanto en eso la coloqué en mi mochila e intenté no parecer alguien que guardaba un secreto pero nadie se había dado cuenta del hallazgo y la acción. Pasados unos minutos salí del recinto sin ser descubierto lo cual me tranquilizó, era tan quisquilloso como un niño al ver un juguete nuevo; con algo de prisa llegué al cajero donde daría el dinero pero sentí un brazo apretándome fuertemente y alejando mi cuerpo de la máquina.
—Vaya vaya, qué bien escondido te tenías ese dinero Erick—. Me decía Francis sin soltarme.
—F-Francis, d-dejame por favor—. Intentaba soltarme de su agarre.
—Lo haré pero eso tiene un precio, tal vez lo que tienen en la mano sea suficiente—. Miró el dinero.
—N-No te lo puedo dar, es para mi departamento. Por favor d-dejame—. Volví a intentarlo.
—Idiota—.Cerró su puño y con fuerza lo impactó en mi estómago sacándome el aire completamente.
Sentí el dinero de mi mano siendo arrebatado y antes de arrodillarme por el dolor punzante de mi estómago, estaba tan cansado de Francis que los apretaba los dientes en cuanto lo veía de lejos. Podía reportarlo pero incluso haciendo eso sabía que me buscaría y me mataría, era tan exagerado de decir pero algo en mí sabía que lo haría. Con esfuerzo me levanté tomando mi mochila para irme con una expresión de molestia y dolor, mis padres no podían mandarme de nuevo dinero, me reprocharían que hiciera algo con ese sujeto pero lo que menos quería era problemas así que no tuve más remedio que buscar un trabajo de medio tiempo.
Llegué a casa lanzando la mochila al suelo, estaba irritado que incluso rompí el vaso de vidrio del cual estaba bebiendo. Las lágrimas comenzaron a brotar por sí solas, no había llorado desde hace mucho tiempo y la sensación me resultaba extraña pero satisfactoria, tenía que desahogarme.
Una memoria que quería perder era todas las veces que me habían hecho daño, la sutileza con la cual pensaba eso me traía tristeza pero también resignación ante lo inevitable. Mi vista se posó en la mochila que asomaba el tablero, secándome las lágrimas con el dorso de mi mano la levanté sacando el contenido; a esas alturas ya no me importaba lo que fuese a suceder así que comencé a jugar en la mesa como si no hubiera nada de malo en ello.
— ¿Puede algún espíritu comunicarse conmigo?—. Solté a la nada.
Nada sucedió, solo veía el alrededor con curiosidad pero seguía todo normal. Volví a hablar.
— ¿No hay nadie?—. Volví a decir.
Una presión se ejerció en el indicador moviéndolo un poco, aparte mis manos al sentirlo y ver como aquel trozo madera se movía solo. Mis ojos parecían platos viendo un espectáculo increíble, el indicador se fue acercando a la palabra "Sí" en el tablero. Sin otro indicio de algo sobrenatural se quedó estático pero una voz retumbó en mis oídos lo que me hizo apartar la cabeza rápidamente, al regresar la mirada un hombre que no pasaba de los 30 me veía con desprecio.
— ¿Q-Quien eres?—. Le pregunté tartamudeando con temor.
—El demonio de este tablero, Valtiel para ti—. Sonrió.
∆Ha llegado la precuela de "En las garras del demonio" para que la disfruten, les pido por favor que apoyen estás historias porque nos impulsa a seguir adelante. Llevando el suspenso con "En tu eternidad", el romance y paranormal de "En las garras del demonio" y por último una comedia romántica de "Admirando a un desconocido"∆
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En tu eternidad
Mystery / ThrillerEl tiempo de un ser que se involucró en la vida de Erick, un chico universitario con una vida que para él era cruel hasta la llegada de su nuevo inquilino, Valtiel. Precuela de "En las garras del demonio" No cometer plagio