CAPÍTULO 5:

833 83 10
                                    

Darien resopló una vez más. No sabía cuantas veces lo había hecho ya, pero lo hacía con más frecuencia, al saber su cruda y cruel realidad.

—Señor Chiba, aquí le traigo sus alimentos de esta mañana. Así como el medicamento correspondiente —le habló la enfermera de una edad algo avanzada, que había estado cuidándolo durante su estadía en el hospital.

—No tengo hambre —respondió malhumorado, mientras ella le acercaba la charola de alimentos.

—Lo sé. Siempre dice lo mismo. Pero también usted sabe, que mientras no acate las indicaciones, y no coma bien, no se le podrá dar de alta —él resopló de nueva cuenta.

-No deseo que me den de alta. —Y la verdad no lo deseaba. Ni siquiera recordaba bien, como fue que llego a allí, si lo último que recordaba, era que estaba en su casa, con aquél dolor agudo en su pecho, justo antes de dormir. Después de eso, todo fue borroso. Pero según lo que le contó la pareja Tsukino, ellos fueron, los que le habían ido a llevar la gran noticia de su trasplante, ya que como el no había atendido el teléfono, y él los había puesto a ellos como número de emergencias, el hospital los había llamado, para que le avisarán a Darien de la buena noticia. Y estos cuando fueron personalmente a su casa, lo habían encontrado en muy mal estado. Llamando así a emergencias, e internándolo  inmediatamente.

—¡Ah ya! ¿Desea morir aquí, entonces? —lo retó la enfermera.

—Y si, si, ¿A usted que le importa? —contestó molesto, y ella rodó los ojos.

—Por lo que veo, hoy también amaneció de malas —él no respondió, a su ligero tono de voz sarcástico —En fin. Aquí le dejó la comida. Usted sabe si se la quiere comer o no —ella se alejó y se encaminó hacia la puerta de la habitación, de ese, ahora para él, odioso hospital. Pero justo antes de salir, se giró hacia él, y aún a pesar de mirar el rostro malhumorado del chico, le habló. —¿Sabe? Aún no entiendo el porqué, de ese mal humor, que ha tenido desde que despertó de aquella difícil operación. Lo que si puedo decirle, es que es muy injusto lo que hace —el la miró desafiante, y ella sin acobardarse continuó hablando. —Si, no me mire así. Usted es muy injusto. En primera: porque no es justo que no agradezca a la vida, pero sobre todo a Dios, por el gran mejor regalo que le dio, en sus últimos posibles momentos de vida. Otra persona, que como usted, haya sido operada, y le hayan podido donar un nuevo y sano corazón, estuviera radiante, feliz, por saber que tiene una nueva oportunidad de vivir. En cambio usted, no es agradecido. Ahora hay una oportunidad nueva para usted, y usted en lugar de agradecer y disfrutarlo, está aquí, amargado, molesto con la vida, deseando una y mil veces, que ese donador no hubiera existido nunca. —Ella vio la intención que él tenía por interrumpirla, pero se lo impidió, haciendo un gesto con su mano —Espere por favor. Aún no he terminado —el bufó, y rodó los ojos exasperado. —Como le decía, primero está su molestia con la nueva oportunidad que le dio Dios. Pero más grave y triste que eso, es saber que a usted le da igual, que aquellas personas que vienen a verlo cada día, lo hayan salvado, y que además le muestren real afecto. Tal vez usted este descontento con esta nueva oportunidad, pero creo que ellos no tienen la culpa, de que usted maldiga su nueva vida. Ellos se miran contentos, de saber que usted estará mejor de aquí en adelante. Que al fin, con unos buenos cuidados, usted podrá hacer una vida normal. Tal vez su deseo aún sea querer desaparecer del mapa de los vivos. Pero, ¿Sabe que? Yo creo que usted está ahora, aquí, vivo, por una razón en especial. Aunque usted reniegue de su vida, creo que Dios le tiene preparado un propósito en esta vida. Que aunque usted no lo sepa, lo llenará de alegría —resopló.

¿Alegría? Ella que sabía de su alegría, si su única alegría, era su precioso ángel. Y ahora, con esta nueva oportunidad que ella mencionaba, no podría volver a verla, hasta después de muchos años más. No era malagradecido. Al contrario. Agradecía está nueva oportunidad que antes, tanto había pedido. Pero admitía que ya no era lo que deseaba. Él lo único que había querido, era morir. Morirse para que ella así, pudiera cumplir su promesa, y al fin estar a su lado. La enfermera, al ver que el no tenía intención a contestar a nada de lo que ella le había dicho, suspiró, y se giró de nuevo para salir de la habitación. Pero antes de que pudiera hacerlo, la voz de Darien la detuvo.

—No tiene por qué juzgarme. Claro que agradezco que los señores Tsukino, a pesar de sus ocupaciones, se tomen la molestia de venir a verme. Así como muy en el fondo, agradezco que hayan sido ellos los que me encontraron aquella noche. No tengo a más personas conocidas en este mundo, así que la presencia de ambos, siempre me cae bien. Mi molestia no es con ellos, si no conmigo mismo. Siempre renegué de la mala suerte con la que llegué a este mundo. Siempre dije que la vida era injusta, porque desde que nací, mi vida estuvo llena de dolor y sufrimiento. Siempre desee que existiera una mínima oportunidad para seguir viviendo, pero me resigné a que ésta nunca llegaría. Pero ahora, ahora solo lo que deseaba, era una simple molestia en el pecho, o en cualquier parte de mi cuerpo, que me mandará fácilmente al otro mundo. Pero Dios no pudo tampoco complacerme en eso. Ahora que yo me empeño y añoro morir, él cambia de opinión, y decide que quiere que yo viva. Y es injusto. Y más cuando me dio una razón por la cual, yo terminé aceptando mi destino y mi muerte. Pero ahora, de la nada, con esa nueva oportunidad que usted menciona, me ha quitado de nuevo, aquella alegría y felicidad que me dejó sentir. E incluso me siento peor que antes. Estoy molesto con Dios, pero más conmigo, por haber creído en el, y por haber caído en sus engaños. Y más molesto me pongo, cuando no se que planes tenga ahora para mí. Sobretodo, porque puede que tal vez, cuando yo ya me haya acostumbrado a ese nuevo destino, a él se le ocurra y se le dé la gana, de modificar mi futuro y mis planes de nuevo —la enfermera, desde el lugar donde estaba, respondió.

—Muchas veces cuestionamos a Dios, sobre las decisiones y los planes de vida, que él tiene para nosotros. A mí también me pasó. Muchas veces en silencio, cuestioné y le reclamé a Dios, sobre lo injusto que había sido con nosotros. A mi marido lo mataron un día que íbamos de regreso a casa. Querían nuestro carro, así que le dispararon, al ver que mi marido no tenía la intención de que se salieran con la suya. Lloré. Sufrí. Y maldije a Dios, cientos de veces. Yo al igual que tú, quería morir. Pues sin mí marido, mi vida no era la misma. Pero un día, mis reclamos y pensamientos acusadores, cambiaron. A los pocos días, me enteré de que estaba embarazada. Y esa noticia, me cambió mi entorno y mi modo de pensar, por completo. Fue un proceso de embarazo difícil, y más por ser madre soltera, pero gracias a la obra de Dios, logré tenerla conmigo. Se convirtió en mi nuevo mundo. Y ahí supe, que ese era el plan que Dios había tenido para mí desde un principio. Sí, me hizo sufrir con la partida injusta de mi esposo, pero me dio el confort, y la oportunidad, de criar de esa pequeña, que era el fruto de el amor, que nos tuvimos mi esposo y yo. Dieciocho años después, Dios me puso un nuevo reto. Mi hija tuvo un accidente, y quedó muerta en vida, hace unos meses atrás. Quedó en coma. Y sí pensé que lo de mi esposo había sido sufrir, me había equivocado, pues no fue así. El ver a mi hija, postrada en una cama, con esperanzas nulas de que sobreviviera, fue lo más horrible que he sentido en mi vida. Pero cuando creí que todo estaba perdido, Dios de nuevo me bendijo. Por obra de sus santas manos, le devolvió la vida a mi hija. Y aunque al principio, tuvo una ligera pérdida temporal de memoria, hoy en día, está mucho mejor. Ella es toda una mujercita.  Afortunadamente aquél espantoso accidente quedó atrás. Ambas hemos aprendido a vivir la vida de diferente manera. Ya que entendimos, que nuestras vidas, bien penden solo de un delgado hilo. Y no sabes si estarás vivo o no, al día siguiente.

Ella ha avanzado en la vida, gracias a ese aprendizaje, a esa humildad, y a ese corazón enorme que tiene. Y hoy en día, ayuda a más personas, que como ella, tuvieron algún accidente. Y más, a aquellas que quedaron con alguna secuela. También ha comenzado a ayudar, a aquellas mujeres, que sufrieron algún tipo de violencia. Ésta última me sorprendió. Pero de igual manera, estoy dispuesta a apoyarla con cualquier acto noble que ella quiera hacer. Así que, que puedo decir. Estoy más que orgullosa de mi hija. Y si tuve que sufrir y vivir todo eso que me mandó Dios, para tener este orgullo tan grande que tengo ahora en mi pecho. Lo volvería a vivir de nuevo. —El semblante de Darien, cambió un poco, tras escuchar el relato de aquella mujer. Comprendió que si, había sido injusta la vida en un principio para ella, al perder a su esposo de una manera cruel. Pero su plan de vida, sin que ella lo supiera, sería luchar y vivir por esa niña. Pero aún con tan conmovedor relato, el seguía sin saber, cuál sería ese nuevo plan de vida que tenía Dios para con el. ¿Que propósito tendría, al haberle presentado a su ángel, de esa manera tan mágica, para luego arrebatársela así sin más, para dejarle un agujero de tristeza y soledad en su alma? ¿Acaso le daría a conocer a alguien más? No. Esperaba que no fuera así, porque él no quería eso. ¿Acaso su vida sería seguir yendo al cementerio, para ver si en una de esas veces, lograba verla? «Que injusto» Pensó deprimido. Él no amaba a nadie más. Él la quería a ella. Pero también sabía que esa era una fantasía, que no creía que pudiera hacerse realidad. Al menos, ya no, luego de aquél milagro de vida, que le habían dado. Sí, Dios había sido benévolo, al hacer que la conociera de esa manera, pero no creía en más, y mejores milagros. Así que triste y decepcionado de su nueva realidad, habló dirigiéndose a esa señora, que había cuidado de él con esmero y demasiada paciencia, desde su primer día en ese hospital.

—Gracias por haberme contado su historia. Me alegro que su vida, gracias a su hija, tenga un nuevo sentido. Yo aún no se cual sea el mío. Han pasado cosas, que si se lo explico, estoy seguro de que no me entendería y me tacharía de loco. Pero así sucedió. Me enamoré mágicamente, y esperé y desee morir, para al fin estar juntos, pero de nuevo, mi plan de vida, se vio saboteado. No sé qué pasará conmigo ahora. Pero créame que su relato me funcionó, y me ablandó un poco la ira que tenía contra esta nueva oportunidad. Sigo triste, si. Pero más que resignarme, me pondré dispuesto y preparado, para aquello que Dios, quiera mandarme ahora —la enfermera le sonrió.

—Me alegro que mi relato le haya servido. Espero y con esto, ya no me sea un martirio seguir cuidando de usted. Así como espero, que su estadía aquí, como paciente, sea corta —el soltó una risita, que tuvo que detener, tras sentir ese estiramiento de piel y dolor, aún presente por la cicatriz de la abertura que habían hecho en su pecho.

—Perdón por haberle complicado su trabajo. Pero gracias por todo —la enfermera asintió con una sonrisa.

—Bien. Ahora coma y tome sus medicamentos. Volveré más tarde —ordenó y el sonrió al mismo tiempo que rodaba los ojos.

—Bien... —refunfuñó, y prosiguió a acatar las órdenes de aquella amable, consejera y gruñona enfermera.

.

.

.

—Despierta, dormilón... —Darien escuchaba tan cerca, y a la vez tan lejos, aquella dulce y suave voz, que lo llamaba y le susurraba cosas lindas al oído. Pero por más que el quería mirar a aquella persona que tanto lo llamaba, sus ojos parecían querer permanecer cerrados, para nunca más abrirse. Aquella voz se le hacía conocida. Su corazón saltaba latidos, acelerado, con solo escuchar esa linda voz, pero aunque su corazón se sintiera emocionado, él sentía como si su mente estuviera en blanco, y no pudiera recordar de quién era esa voz angelical. Y por más que no quería sentirlo así, ya se sentía perdido. —Mi amor, aunque admito que me encanta verte dormir, debes despertar... —¿Despertar? ¿Para qué? Conocía su nuevo y casi solitario destino. Y aunque lo había terminado por aceptar, el dormir le ayudaba un poco, a aliviar esa tristeza que de regreso, amenazaba su corazón sano. Era increíble, como a pesar de tener un nuevo corazón, el siguiera amando con locura a aquella chica que se había adherido a su piel. Seguía perdido en ese extraño sueño, del que no podía despertar, cuando de pronto, una suave caricia tibia, tocó sus labios, humedeciéndolos, ya que de repente, estos habían estado prácticamente secos. —¿O es que ya no deseas estar con tu ángel? —susurró la voz, luego de depositar ese beso —Debes encontrarme, y hacerme despertar a mi también. —Y escuchando esa orden, fue como él, como por arte de magia, pudo abrir los ojos, muy lentamente.

Parpadeó varias veces, tratando de enfocarse a la luz del día. Notó que aún estaba en el hospital, y por el sol que estaba comenzando a salir, supo que había llegado un nuevo día. Los recuerdos, su vida nueva, y todo, se agolparon de golpe en su memoria, haciendo que se resignara, y nuevamente aceptara, aunque sea a regañadientes, aquél nuevo destino que le tenía Dios. Ya llevaba más de dos semanas hospitalizado, ya que los doctores, querían monitorear bien su nuevo corazón, constantemente, para verificar que este, funcionara y se adaptara a su cuerpo como debía de ser. Según los doctores, todo iba bien, y si el avance seguía así, en unos pocos días, abandonaría el hospital. Mentiría si dijera, que no añoraba salir de ahí, pues era aburridísimo estar encerrado y sin poder moverse en demasía. Aunque no negaba que las visitas que tenía, de parte de la pareja Tsukino, y de la enfermera que se convirtió en su nueva amiga, lo distraían un poco. Pero estaba contrariado. Quería salir, pero a la vez no quería hacerlo. Pues no sabía, que era lo que iba a hacer allá afuera, de ahora en adelante, con esa nueva vida que le habían dado.

Con cuidado, se enderezó poco a poco en la cama, para lograr quedar sentado, pero por más que intentaba, no podía hacerlo. Frustrado, estaba decidido a ya no intentarlo, hasta que tuviera que pedirle vergonzosamente a su amiga enfermera, que lo ayudara. Que a fin de cuentas, creía que no tardaba en llegar. Pues ya no faltaba mucho, para su toma de medicamentos. Cerró los ojos de nuevo, y recordó aquel dulce susurro, que había aparecido en sus sueños. Sonrió al recordar que era ella. La extrañaba tanto, que ya incluso ahora hasta la soñaba. Le gustaba dormir, porque a veces solía verla o escucharla en sueños, tal como le había pasado esa mañana. Era la única forma que tenía de reconfortar un poco, su nuevo, e inquietante corazón. «Debes encontrarme, y hacerme despertar a mi también» Suspiró al recordar esas palabras, que sabía, que no eran más que un producto de su imaginación. Pero no negaba, que aunque solo fueran parte de su sueño, le inquietaban un poco. Y más al desconocer su  significado. No sabía que planes había en su nueva vida. Lo que si sabía, es que aunque no quisiera, terminaría por aceptarlos.

.

.

.

***Meses después***

El tiempo avanzaba tan lento para Darien, que la duración de los días se le hacían realmente eternos. Afortunadamente no había habido complicaciones con su nuevo corazón. Ahora podía hacer y comer, aquellas cosas que tanto le habían restringido, en su pasada vida. Claro, que todas con moderación. Había aceptado receloso, vivir los días continuando con su labor de ayudar a los demás. Especialmente a los pacientes del hospital. Siempre portando esa falsa máscara de felicidad con todos. Pues su nuevo corazón, y sus pensamientos, aún no se resignaban a la idea, de que su ángel solo había sido un bonito sueño, que en algún momento pasó. Ayudar a los demás, lo ayudaba a él un poco, para olvidar su horrible realidad. A pesar de que las chicas siempre lo rodeaban, y a veces, se le encimaban, él nunca les hacía caso. Pues no quería entablar una relación, ni siquiera ficticia con alguien. Esto no quería decir, que sería mojigato lo que sea que le quedara de vida. Pero al menos aún, no tenía intención de encontrar pareja, aunque esta fuera solo por compañía.

La familia Tsukino, se habían convertido, casi en su familia directa. Y apreciaba mucho, todas y cada una de las atenciones que tenían hacía con él. Sabía que no estaba solo, pues ahora tenía unas personas, que casi eran como sus padres. Y una señora enfermera, que lo estimaba como a un hijo, y procuraban sinceramente su amistad. Pero aún así, la sensación de vacío, siempre abundaba en su corazón. Darien recorría el pasillo de aquél hospital, para ir a ver a otro nuevo paciente, que tal vez necesitara alguna ayuda. Caminaba, y revisaba unos papeles que llevaba en sus manos, cuando de pronto, aquella gruñona voz, lo llamó.

—Darien —él dejo de mirar aquellos papeles. Levantó la mirada, y la observó.

—Hola Aurora.

—¿Hacia donde vas ahora muchacho? —él le sonrió.

—¿Recuerdas al señor Steven, de el cuarto 320? —ella asintió. —Pues bueno, iré a ver qué puedo hacer por ese hombre —ella soltó una risita.

—¡Suerte! Me han contado que es un señor, con cara de pocos amigos. Me recuerda a alguien difícil, que conocí anteriormente —el rio, al notar su sarcasmo.

—Entones nos vamos a entender bien —ella se echó a reír.

—Pues bien, suerte. —él asintió, y siguió caminando, pero de nuevo, la voz de aquella enfermera lo llamo  —¡Oye Darien! ¿Crees que hoy si puedas acompañarnos, a mi hija y a mi, a cenar? —Darien hizo una mueca de disgusto, a lo que ella lo advirtió, señalándolo con el dedo. —Muchacho, ¡Me la debes!. Por favor. Mi hija quiere hablar seriamente contigo.

—¡Si claro! ¿De cómo conquistarme? —ella soltó una risotada, que tuvo que callar, por respeto al lugar donde se encontraban.

—¡Me cae que si eres tonto! Jajaja. No voy a negar, que nada me haría más feliz, que mi hija se emparentara con alguien como tú —él le alzó una ceja, desafiante, y ella continuó riendo bajo —Pero sé que no estás en busca de eso. Además sabes cómo soy de burlona y juguetona, y aquella vez, te mentí. Mi hija es como tu. Ni siquiera está interesada en amoríos. Pero en lo que si no he mentido, es que desde que le hablé de ti, ella quisiera hablar contigo, para que así, juntos, puedan hacer esa campaña que te comenté, y que a ella tanto le ilusiona hacer. —Darien colocó la punta de su bolígrafo sobre sus labios, en modo pensativo.

—A ver si entendí. ¿Entonces es solo plan de trabajo? ¿No coqueteos? —ella rio asintiendo _¿Lo prometes? —ella rodó los ojos.

—Lo prometo muchacho. Mi hija es igual de entregada a lo que hace, como tú. Su vida amorosa, también queda en segundo plano para ella.

—Bien. Sí no hay más remedio —dijo encogiéndose de hombros, ganándose una mirada acusatoria, y un golpe leve en el brazo por parte de ella.

—¿Hoy a las 8? —preguntó Aurora, a lo que él asintió, con un leve movimiento de su cabeza. Y tras despedirse de ella, siguió su camino, para ir a ver a ese señor, que según su amiga Aurora, era tan parecido y gruñón, como él antes lo había sido.

.

.

.

Aún a pesar de que no deseaba aceptar aquella cita, aceptó que Aurora tenía razón. Él ya se había excusado muchas veces, tontamente con cualquier cosa, porque había huido de la idea de conocer a la hija de su mejor amiga. Y todo porque le había creído la mentira, de que su hija quería conocerlo, para comenzar algo más con él. Algo que él, no deseaba para nada. Pero ahora que sabía la verdad, ¿Qué más daba? Desde su recuperación, había visto a muchas chicas bonitas, pero ninguna logró ponerle el mundo de cabeza como lo había hecho su ángel. Y creía que la hija de Aurora, no sería la excepción. Así que de pie, ya fuera de la fachada de aquella casa, tocó el timbre con una mano, mientras con la otra, aún sujetaba aquellos sencillos ramos florales, que había llevado cortésmente para ambas damas. Esperó un momento, y quién lo recibió fue Aurora, quién emocionada, lo saludó y besó en la mejilla, para luego Darien, darle ambos ramos de flores. La mujer agradeció el gesto, y lo hizo pasar a la sala, mientras ella se dirigía a la cocina, para colocar las bonitas flores en un jarrón. Mientras, él se quedó mirando la fachada de aquella humilde casita. Era sencilla, y con decoración de tapices florales. Pequeños cuadros de fotografías, decoraban las paredes, y las mesillas del lugar. En varias de ellas, aparecían una pareja, en diferentes tomas. Tomados de la mano, besándose tiernamente, en fin. Darien supuso, que era el señor Armando, esposo de Aurora, el que aparecía en ellas. En otras fotografías, que eran las que parecían más recientes, y abundaban más en la sala, aparecían su amiga, y una pequeña niña rubia y sonriente, de la que cada cuadro, mostraba poco a poco su crecimiento. Su amiga Aurora, en todas las fotografías se miraba feliz. Tal como siempre se miraba, cada que hablaba de su hija. Su adoración. Su mundo. Usagui era la razón de existir, de esa amiga gruñona suya, y así como las expresiones de su rostro, cada fotografía también demostraba lo feliz que era. Darien fue mirando, cada una de esas fotografías, admirando la belleza y la felicidad, impregnadas en cada una de ellas. Caminó hacia una de las mesillas alado de el sofá, y cuando estaba a punto de mirar con precisión aquellas tres pequeñas fotos que adornaban la mesa, unos tacones, bajando las escaleras, resonaron en el lugar, distrayéndolo de lo que iba a hacer.

Su corazón extrañamente comenzó a latir ansioso, y no sabía porqué. Latía apresurado, tal como cada mañana que hacía su rutina de ejercicios. Era extraño, y no se explicaba la reacción de aquel órgano de su cuerpo. Pero lo supo, cuando se giró a ver a aquella persona, que grácilmente, bajaba los escalones. Se quedó sin aliento. No dejaba de decirse que no podía ser cierto. Era una mala jugada, que su corazón y su mente le estaban jugando de nuevo. Subió una mano, sobre encima de la otra, y se pellizcó el dorso, sintiendo enseguida un dolor agudo. Eso no hacía, más que confirmar lo que estaba mirando frente a él. Era ella. Su hermoso ángel estaba frente a él, de nuevo, y de una manera mágica. Ella notó su presencia en la sala, y sonrió amablemente, logrando un efecto tembloroso y lleno de ansiedad en Darien. Él estaba sin palabras, y ella solo le sonreía, mientras no dejaba de mirarlo, con un tanto de curiosidad. De pronto, Aurora hizo presencia entre ellos.

—Hasta que por fin terminas! —exclamó Aurora, y la chica rubia, aún de pie en el último escalón de aquella escalera, soltó una risilla. Una risilla que no hizo, más que llenar de júbilo y recuerdos, el corazón desesperado de Darien. —Mira, ven hija —la tomó del brazo, y la chica bajó de ese último escalón, y la siguió, hasta pararse delante de él —hija, el es Darien. Es aquél loco muchacho testarudo, que te conté aquella vez, ¿Recuerdas? —la chica asintió, luego Aurora, se dirigió a él —Darien, ella es mi mayor tesoro. Mi hija Usagui. —la chica le sonrió, y estiró su mano hacia Darien, a modo de saludo.

—Mucho gusto. Mi madre lo considera como a un hijo. —No lo comprendía. El que ella le hablara de usted, lo había dejado helado. Era como si no lo recordara. Como si realmente para ella, el solo fuera un desconocido. Haciendo caso omiso a los latidos dolidos de su corazón, estrechó aquella delicada mano, y pudo sentir de inmediato, una corriente, que al parecer, ella también había sentido. Así que siguió ese extraño juego de desconocidos.

—Mucho gusto. Me alegro por fin conocer, a la chica de quién tanto habla su madre —ella sonrió, con las mejillas sonrojadas. Soltó muy despacio la mano de Darien, y luego abrazó por los hombros, y besó la sien de su madre.

—Espero que haya dicho solo cosas buenas de mi —bromeó y él sonrió, a lo que Aurora solo se hizo la indignada, para luego entre los tres, romper el momento de tensión entre risas.

Los tres pasaron al comedor, donde cenaron entre pláticas amenas y risas. Darien no podía dejar de ver a Usagui. La hija de su amiga enfermera. Y ella, cada que lo sorprendía mirándola, le sonreía, al tiempo en que se ponía nerviosa, y sus mejillas se tornaban coloradas. Era increíble cómo era tan parecida a su ángel. Y decía parecida, porque dudaba que fuera su ángel. Dicen que cada persona, tiene 7 gemelos idénticos en el mundo. Tal vez esta era solo una casualidad. «pero que curiosa y obstinada casualidad» pensó. Dios, o el mismo destino, eran tan hirientes, y tan caprichosos, que habían querido hundir más la llaga de dolor en su pecho, mostrándole a conocer, una chica idéntica a su adorado ángel. La velada pasó más rápido de lo que Darien hubiera querido. No quería dejar de ver a aquella chica que le recordaba tanto a su ángel, pero tampoco quería ganarse las bullas y el cuestionamiento de Aurora, hacia su hija. Así que muy a su pesar, se despidió de ellas. Afortunadamente había tenido la oportunidad de despedirse de esa chica tan parecida a su ángel, con un beso en la mejilla, que la hizo sonrojar, no sin antes, haber quedado en plan de volverse a ver, con fines lucrativos. Pues él de inmediato había aceptado la idea de apoyarla en la labor de ayudar en lo que ella tenía en mente. En parte porque realmente quería ayudar a esas personas. Pero la mayor y más obvia razón, era porque quería pasar más tiempo alado de aquella chica tan parecida a su ángel. Aunque sufriera un poco en el intento. Cuando le besó la mejilla, el pudo sentir el estremecimiento, que a ésta le dió, con solo sentirlo respirar cerca de su piel, y besar húmedamente aquella sedosa y bonita mejilla. Se sintió orgulloso de haber creado esa sensación en ella. Y admitió que eso, alegró un poco, su confundido corazón.

Los días pasaron, y al fin había llegado la fecha, en la que habían quedado en volverse a ver. Darien mentiría si dijera que no estaba nervioso. Pues en el transcurso de los días, había decidido que investigaría un poco más sobre ella. Se sentía extraño. Por una parte se sentía un traidor, por sentir nuevos sentimientos hacia una chica, que físicamente era parecida a su ángel, más él sabía que no lo era. Y por otra parte, no se sentía así, pues estaba entusiasmado con una chica parecida a su ángel. Así que sentía que aunque no fuera ella, le seguía siendo fiel a su recuerdo. Darien la esperaba en aquél restaurant, para hablar sobre el nuevo proyecto. No esperó mucho, cuando de pronto, la vio entrar. Estaba hermosa. Y era increíble como hasta en los gustos de vestir, era tan parecida a su ángel. Llevaba un vestido de vuelo en color rosa, con unas zapatillas nude, y con su hermoso cabello rubio suelto. Ruborizada, se acercó hasta la mesa donde la esperaba Darien, y él, antes de que llegara, con todo y sus piernas temblorosas, se puso de pie, y la saludó, dándole un beso en la mejilla,  aprovechando de nuevo esa oportunidad que tenía. Ella, como se lo esperaba, sonrió mientras sus mejillas se pintaban de un bonito color rojizo. Darien retiró una silla, y la instó a sentarse, luego lo hizo el frente a ella, y nerviosos, comenzaron a charlar sobre el tema que los había reunido. La velada fue maravillosa. A él le encantaba hacerla reír, cada que podía, pues escuchar ese dulce sonido, alegraba su corazón. Cuando llegó el momento del final de esa cita, ambos se encaminaron a afuera para esperar un taxi. Estaban sobre la banqueta, esperando a que llegara uno, cuando de pronto, aquellas nubes negras que tanto anunciaban que caería lluvia, comenzaron a gotear.

Ella de inmediato retrocedió, y esperó a que el hiciera lo mismo, más no lo hizo. La lluvia, así como las tormentas de nieve, le traían hermosos recuerdos, así que nunca huía de ellas, y siempre los aceptaba con amor. Darien se había quedado parado, debajo de esa fuerte lluvia, que poco a poco iba mojando aquel traje opulento que llevaba, mientras sonreía con la mirada puesta en el cielo, para luego cerrar los ojos, y aceptar cada gota de esa maravillosa lluvia. Estaba tan concentrado debajo de la lluvia, reviviendo recuerdos hermosos, cuando de pronto, el suave toque de una mano, se posó sobre su hombro. Él abrió los ojos, y giró la cabeza para ver a quién lo llamaba. Y grata fue su sorpresa, cuando vio que Usagui, estaba detrás de él, ahora mojándose también, mientras lo miraba con una gran sonrisa en los labios.

El corazón de Darien se aceleró, al ver que Usagui estaba ahí con él, debajo de esa fuerte lluvia. Pero no fue, hasta que ella habló, y dijo aquellas palabras, cuando los recuerdos se hicieron más presentes, y fue como el supo, que todo eso; el que hubiera parecido entre esa chica con su ángel. El que él haya vivido. El que aquella lluvia se dejará caer esa tarde, y que esa chica estuviera con él, aún debajo de esa lluvia, entre otras cosas más, no eran solo casualidades. Sino que era esa nueva oportunidad que tanto le había mencionado Aurora, que Dios le estaba dando.

—Darien, creo que necesitas refugiarte. Está comenzando a llover más fuerte, y te puedes enfermar. —Al escuchar esas palabras de nuevo, él se limitó a sonreír.

—No pasa nada. Creo que me hará bien, un poco de lluvia —contestó con simpleza, esperando en el fondo que ella respondiera. Pero Usagui en lugar de ofenderse con su respuesta, se quedó de pie alado de él, y elevó el rostro hacia el cielo, cerrando sus ojos y dejando que el agua, también la mojara. A lo que él solo sonrió, y la admiró.

—¿Qué haces? —preguntó divertido, mientras ella solo sonreía más, y se encogía de hombros.

—Creo que a mí también, me haría bien un poco de lluvia —el rio, y sin saber que acción tomaría ella por su siguiente movimiento, sin dejar de mirarla, sujetó su mano. Ella bajó la mirada, y lo observó con una expresión de confusión en su rostro. Pero él se limitó a sonreírle, antes de decirle su propuesta.

—¿Has corrido como un loco, bajo la lluvia? —ella sonrió abiertamente.

—No. Nunca. Pero con gusto podría intentarlo —él sonrió alegre, al mismo tiempo que ella se agachaba a quitarse sus zapatos de tacón.

Ya sin ellos, y cargados en una mano, aún complacido con sus palabras, sujetó mejor y con más fuerza su mano, y tras una sonrisa traviesa, tiró de ella, y juntos comenzaron a correr por la banqueta. Ambos reían sin parar, como si fueran unos críos de nuevo. Sin soltarse, se lanzaban agua con las puntas de los pies, (en el caso de Darien, con los zapatos), mientras se partían a carcajadas. Todos los miraban como si ambos estuvieran locos. Y tal vez si lo estaban, pero aunque ella no lo recordara, era una locura de amor, que reavivaba los corazones de ambos. De pronto, ella tropezó y dio un traspié, a causa del resbaladizo suelo, y sin tener de donde más sujetarse, clavó sus delgados dedos en los antebrazos de Darien, mientras él también, hacía acopio de sujetarla por la cintura. Ambos quedaron prácticamente abrazados, y de tanta cercanía que había entre ellos, les fue inevitable no mirarse a los ojos. Ambos estaban como hechizados, aún bajo el rocío de la lluvia. Los ojos de ambos, brillaban intensamente. Celeste contra azul zafiro. Era un duelo de miradas, las cuales decían más que mil palabras. Tal vez ella no lo recordaba, pero el a ella si.

«Debes encontrarme, y hacerme despertar a mi, también» Aquellas palabras, que había escuchado en varios de sus sueños, resonaron nuevamente. Ya la había encontrado. Ahora solo faltaba hacerla despertar. ¿Pero cómo...? Su mente le decía que era una locura, pero su corazón le decía que no estaba equivocado. Él le decía, que era ella, y que al fin la había encontrado. Y era tanta la frustración de tenerla tan cerca, y a la vez tan lejos, cuando lo único que deseaba era amarla, besarla, y estrecharla entre sus brazos, que Darien ya no pudo soportarlo más, y bajo su atenta mirada, el tomó con delicadeza su rostro por el mentón, y lentamente acercó su rostro al de ella, hasta que sus labios se tocaron. Fue un momento dulce. Mágico, en donde se sintió como si miles de fuegos artificiales, se hubieran encendido, con el choque de sus bocas.

Ella al principio, no parecía aceptar aquél beso, pero bajo la ternura y suavidad de aquellos labios, ésta comenzó a mover su boca torpe y tímidamente al compás de los labios de él. El beso se fue prolongando más y más, conforme los minutos avanzaban. Era como si ambos estuvieran en una misma burbuja, en donde solo ellos dos existieran. Darien quería sentir su calor, tocarla, y saber, por un segundo, que ella era real. Así que con la mano que aún sujetaba la cintura de ella, la acercó a su cuerpo todo lo que pudo, hasta dejar su mano en su espalda baja. Ella reaccionando de buena manera a ese acto de Darien, subió sus manos por los brazos de él, hasta posarlos sobre su cuello. El beso se prolongó, hasta que estos jadearon por falta de oxígeno. Darien soltó muy a su pesar, los labios de aquella chica, y recargó su frente contra la de ella, mientras ambos se miraban, y jadeaban, intentando recuperar la respiración perdida. Y sin medir las consecuencias, un susurro anhelante salió de la boca de Darien. Un susurro, que ya no pudo callar, y que en cuestión de segundos, cambiaría el panorama por completo.

—Te he extrañado tanto, mi ángel.

.............


🌟AQUÍ ESTÁ OTRO CAPÍTULO!!🌹

ESPERO LES HAYA GUSTADO!!😉

YA SOLO ME FALTARÁ SUBIR EL EPÍLOGO. TRATARÉ DE NO TARDAR!!😊

CUÍDENSE MUCHO!!
SALUDITOS!! ✌️😘😘

TE AMARÉ MÁS ALLÁ DE LA MUERTE 🌙 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora