CAPÍTULO 4:

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Cuando estuvo un tanto más tranquila, se enderezó y miró el rostro de Darien, que no dejaba de observarla con un inmenso amor, y a la vez con compasión. Aunque él no se lo dijera, sabía que lo que ella acababa de contarle, le había dolido demasiado. Incluso más que a ella misma. A juzgar por la expresión en su rostro, no tenía palabras para decirle, luego de saber, tan terrible tragedia. Era obvio que él no quería decirle nada que fuera a molestarla, o hacerla sentir más mal. Pero lo que él no sabía, es que al contar una parte dolorosa de su pasado, ella al fin, se sintió libre. Era extraño como a pesar de vivir en el reino de Dios, donde todo era alegría y júbilo, ella simplemente no podía ser tan alegre y feliz como los demás, a pesar de toda la alegría que había a su alrededor.

Lamentablemente ese recuerdo doloroso siempre la perseguía, y siempre sintió la necesidad de desahogarse con alguien. Con una persona que la escuchara completamente, y no la juzgará ni le tuviera lástima. Una persona que sabría que un abrazo lleno de apoyo y de gran sinceridad, sería lo que más necesitaría en esos momentos. Pero nunca supo con quién. Hasta ahora. Con Dios fue distinto. Él la escuchó, la aconsejó, y con palabras llenas de sabiduría, le pidió dejar ese doloroso pasado atrás. Pero a pesar de esas palabras tan llenas de amor, ella no podía solo dejarlo. Quería cerrar ese ciclo tormentoso de su vida, e intuyó que la única persona que podría hacerla olvidar, era aquél que la cubría y protegía con sus brazos, en ese momento. Un abrazo tan cálido, tan fuerte, y tan lleno de amor, que era como si con esto le expresara, que de ser necesario, el la protegería con su vida. No existía duda de que había elegido a la persona perfecta, como su confidente. ¿Quién mejor para escuchar su doloroso pasado, que la persona que la amo, en cuerpo y alma, por primera vez? Su corazón latió deprisa.
Si, su vida, había sido una tragedia. Pero al final de ese túnel tormentoso, y lleno de obscuridad, Dios había sido tan amable con ella, a pesar de sus fallos en vida, y la había guiado, hacia esa luz, que no sabía que existía. Si, sus actos habían tenido consecuencias. Pero Dios le había dado la oportunidad, aunque sea de una manera mágica, de conocer el amor. Ese amor, con el que tanto esperó y soñó, estando aún viva. Comprendiendo así, todos, y cada uno de los aspectos buenos o malos de su vida y de su muerte. Ella esbozó una sonrisa, al mirar el amor puro y la sinceridad, en los ojos zafiros de aquél chico, al que por azares del destino, también le sería arrebatada la oportunidad de vivir.

¿Que injusto era la vida? Pensó. Pero a la vez agradeció ese hecho, pues si no hubiera sido de esta forma, tal vez ambos nunca se hubieran conocido. Es como si sus almas, en algún momento del camino, hubieran perdido el rumbo, pero al final, de una manera u otra, ambas, como si fueran manejados con imanes, se hubieran reencontrado. Y ahora, hasta en eso Dios, sería complaciente con los dos. Pues no los dejaría sufrir, sabiendo que uno está en el reino de los vivos, y la otra en el reino de los muertos. No. Había sido tan benévolo, que injustamente, a él también le sería arrebatada la vida en cierto momento, para que así, ambos pudieran estar juntos. Darien correspondió a aquella sonrisa, que ella aún no quitaba de su rostro. Él subió su mano, y acarició su mejilla. Ella recargó su rostro en su mano, cerró los ojos, y dejó que su suave y tibia caricia, la mimara. Sin quitar esa sonrisa que hablaba por su corazón, diciendo que a pesar de todo, y ante tales hechos, ella estaba feliz por estar aquí, en ese momento. Así fuera un ser no existente, del más allá.

—¿A qué se debe esa sonrisa, mi ángel? —ella dejó relucir aún más su sonrisa, dejando ver su blanquecina dentadura.

—Me siento libre al fin. Y todo, gracias a ti —suspiró y continuó con los ojos cerrados.

—¿De verdad? —Ella asintió, e hizo un ruidito con su boca, a lo que el soltó una risita. —Pero si yo no hice nada, mi ángel. Al contrario. Agradezco que me hayas tenido la confianza para contarme algo tan doloroso, para ti —ella abrió poco a poco sus ojos, sin despegar su rostro de la caricia que ejercía la mano de él, sobre su mejilla.

—Tu dices que no has hecho nada, pero créeme que has hecho más de lo que piensas —él sonrió tímidamente. —Mi corazón de nuevo, no se equivocó, al presentir que solo tú, me daría esa paz y esa calma, que tanto necesitaba. Es un honor para mí, y para mí corazón, amarte tanto. Gracias —él asintió con su misma sonrisa, inclinó su cuerpo hacia ella, y depositó un suave beso en sus labios.

—El honor, es completamente mío, mi ángel —ella suspiró. —Bien. Creo que ya no es momento de seguir con charlas tristes, y aún nos queda tiempo sobrante, como para hacer o hablar de algo más. ¿Que te gustaría hacer mi ángel? —«Esa pregunta, estaba de más». Pensó Serena. Había amado, anhelado, y extrañado tanto la sensación de ambos, entregándose al amor que los eclipsó, que ahora solo quería hacer una cosa, para cerrar ese ciclo tormentoso. Y que mejor, que cerrarlo con una muestra de amor infinito, que arrasara con esas cenizas de recuerdos tristes, que habían quedado.

—Solo hay una cosa que quiero hacer —susurro, de repente un tanto tímida.

—¿Y eso es...? —preguntó curioso, y con una sonrisa. A lo que ella, tontamente se sintió más tímida que antes, de solo pensar en decirlo.

—Quiero que.... que hagamos el amor... —susurró y bajó apenada el rostro, mientras sus mejillas se enrojecían descontroladamente.

—Hum, creo que no te escuché bien mi amor, lo siento. ¿Podrías repetirlo? ¿Quieres que....? —las mejillas de ella, estaban más que ruborizadas, carraspeó un poco, y hablo aún con su rostro agachado.

—Quiero que hagamos el amor... —susurró de nuevo.

—Lo siento mi amor, es que no logro entender lo que me dices. —habló él, pero ella pudo notar, la ironía, y la burla en su voz. A lo que subió la mirada, lo miró a los ojos, y vio la expresión burlona y risueña que tenía Darien en su rostro. Por lo que frunció el ceño, molesta y un tanto ofendida.

—¿Te estás burlando de mi?

—¡Nunca mi amor! —contestó el, con voz risueña.

—¡Darien Chiba, eres un tonto! —exclamó ella, e intentó zafarse de sus brazos, pero él no la dejó huir. —¡Darien, suéltame! —exigió.

—No. Creo que no.

—¡Darien! —él ignoró sus exigencias, y susurró un tanto cariñoso.

—Dilo de nuevo.

—¿Que? —respondió ella molesta, aún con los brazos sujetados por el.

—Lo que dijiste hace un momento. —ella se hizo la que no sabía. Y mostró indiferencia.

—¿Y que fue eso? Porque no lo recuerdo. —él rio.

—Bien, te haré recordar. Veamos,... dijiste: Quiero que hagamos el amor. ¿Cierto? —ella se encogió de hombros.

—Ya te dije, no lo recuerdo. ¿Es lo que tú quieres? —preguntó —¡Porque a mí de pronto se me quitaron las ganas! —refunfuñó molesta, y logró escabullirse de los brazos de Darien, mientras esté solo reía. Estaba a punto de ponerse de pie, cuando de pronto, Darien la hizo caer, y se cernió sobre de ella. —¿Darien, que estás...? —dejó la pregunta incompleta, luego de que Darien capturara sus labios en un apasionado beso.

—¡Shht, no digas nada! Que le haré el amor, al amor de mi vida. —ella aún molesta, respondió, queriendo evadir sus besos.

—¿Ah si? ¿Y quién es ella? —él rio.

—¿Quien más, si no es mi chica rubia, hermosa, y preciosa ángel? —respondió dejando un suave beso, en la punta de su nariz. —Perdón por hacerte enojar. Pero me gustó tanto oír, que dijeras que querías eso, que quise que lo dijeras nuevamente. Y más cuando vi, como tu rostro se tornaba rosado al decirlo de nuevo —ella hizo un puchero. —es increíble, como de tantas cosas que pudimos haber hecho, te decidieras en que ambos hiciéramos el amor —ella se sonrojo nuevamente, y el soltó una carcajada —Eres una chica traviesa, mi ángel.

—¡Darien!!! —chilló avergonzada, y él, en un ataque de más risas, la besó nuevamente.

—Pero me alegro que te hayas decidido por hacer el amor. Porque desde que te vi, casi desnuda, con solo esa lencería cubriéndote, me ha dado una gran ansiedad por tener tu cuerpo —la besó por todo el rostro, apaciguando el enojo que ella tenía, y arrancándole suspiros —ansiaba que lo desearas —capturó de nuevo su boca, y recorrió su piel, centímetro a centímetro, con la punta de sus dedos. —Para haber sido, mi única, y primera experiencia sexual, te he extrañado, y deseado, como no tienes idea, mi ángel —susurró soltando sus labios, y mordiendo el lóbulo de su oreja, arrancando en ella, un gemido suave.

—Darien...

—Te amo. —y tras decir aquellas palabras, la besó y acarició con amor y pasión.

La poca ropa que llevaban puestas, poco a poco desapareció, hasta que ambos cuerpos desnudos, se acariciaban el uno al otro. Darien probó su piel con suavidad, con paciencia, grabando a fuego en su mente, cada centímetro de la piel de ella. Ambos siempre se  entregaban compenetradamente. Sabían que esa noche, era igual, o mejor que la vez anterior. Esa noche, al igual que aquella otra, no estaban solo teniendo sexo, si no que ambos estaban formando un vínculo único. Ambos se estaban entregando a lo que sus corazones sentían. Ambos se estaban haciendo, más que el amor.

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—Duerme mi amor... —susurró ella, acariciando los cabellos de él, luego de sentir, como se había estremecido varias veces, donde el sueño lo estaba venciendo. La respuesta de el chico, fue abrazarla más a su cuerpo.

—No quiero. Sé que si lo hago, despertaré, y ya no te veré de nuevo, porque ya no estarás —ella sonrió, al mismo tiempo que sentía, como se le encogía el corazón.

—Prometo que aún estaré aquí para cuando despiertes —dijo, pero sentía como el seguía moviendo su cabeza, en un signo negativo, a lo que ella soltó una risita. —¿No confías en mí? — el bufó.

—¿Que clase de pregunta es esa? —preguntó con sarcasmo —¡Claro que confío en ti! Aún si no te conociera bien, confiaría en ti, hasta con los ojos cerrados —ella sonrió, enamorada, y complacida con sus palabras.

—Entonces duerme mi amor. Cree en mi. Te prometo que aquí estaré.

—¿Lo prometes? —susurró, dejándose poco a poco, vencer por el cansancio.

—Lo prometo —susurró ella de vuelta, abrazándolo más, y depositando un beso en sus cabellos, antes de que el sueño, terminara también por vencerla.

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Un ligero cosquilleo, y movimiento en sus cabellos, lo hizo estremecer. Se sentía agotado, y sus ojos se sentían pesados. No supo en qué lugar estaba, hasta que aquella dulce voz, le hizo recordar en dónde, y todo lo que había pasado.

—Mi amor... despierta dormilón.... —Darien parpadeo varias veces, para poder despertar bien. Cuando logró enfocar bien la visión, lo primero que vieron sus ojos, fue ese hermoso rostro, de celestes ojos preciosos, del que él, tan mágicamente estaba enamorado. — Hola dormilón —él sonrió.

—Hola hermosa... —la palabra hermosa, no definía precisamente a la mujer que yacía frente a él. Porque ella para él, era más que eso. De pronto, recordó su triste realidad. Las horas avanzaban, y ella en cierto momento tendría que irse. Así que, a pesar del ligero mareo que le dió al incorporarse y sentarse rápido, hizo con temor, la siguiente pregunta. — ¿Qué hora es?

—Faltan tres horas, para que llegue el amanecer. —Darien sintió un vacío profundo en su estómago, pero intentó disimular para no hacerla sentir mal, o triste.

—Gracias... —susurró.

—¿Porqué? —preguntó risueña.

—Por haber cumplido tu promesa, y haber estado aún aquí conmigo —ella le sonrió. —¡Ah! Y por despertarme —ella soltó una risita, al tiempo que le daba un beso en los labios.

—No agradezcas. Te dije que estaría aquí. —él asintió. —Te desperté, porque quise charlar contigo, antes de hacer una última cosa. Y por supuesto, antes de que todo esto bonito acabe. —susurró, y a pesar de lo pesadas y tristes que sonaban esas palabras, Darien, acarició su mejilla, y le sonrió, tratando de ocultar, la sensación de vacío y miedo que había en su interior.

—¿Que deseas hacer mi ángel? —ella sonrió, un poco más tranquila, de saber que el rostro de él, no se había llenado de tristeza, luego de lo que ella había dicho. O al menos, si se sintió mal, no lo hizo notar, y lo fingió muy bien.

—Quiero ver, los primeros rayos de el bonito amanecer contigo. —Darien le sonrió, y depositó un beso suave en los labios.

—Claro mi amor. Como mi ángel lo desee.

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—Darien

—Dime, mi amor

—Si sabes, que luego de que los primeros rayos de sol salgan, yo tendré que irme, ¿Verdad? —habló ella con un nudo en la garganta, a lo que el asintió. Ambos estaban abrazados. Ella delante de él. Y Darien, tras escuchar esas palabras, la abrazó más fuerte, y depositó un beso en su cuello, para luego acurrucar su rostro en el mismo lugar.

—Si, lo sé, mi amor. —soltó un pesado suspiro triste —y sé que aunque no quiera que llegue ese momento, esto tiene que suceder —ella asintió levemente, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

—Te amo Darien. —susurró, al mismo tiempo que un sollozo se escapaba de sus labios. —Eres lo más bonito, que Dios me ha permitido conocer —se estremeció por sus sollozos, y él la giro hasta que quedó de frente ante el, y le tomó el rostro entre sus manos.

—Yo también te amo. Y tú también eres lo más hermoso, que me pudo dar de bueno la vida. Las circunstancias en las que nos conocimos, fueron extrañas, e injustas, pero mi vida es tuya. Mi corazón es tuyo. Y donde quiera que estés, mi corazón y mi alma, irán contigo —posó sus labios sobre los de ella, y habló entre besos —Y aquí, frente a este próximo amanecer, te prometo, que estaré contigo. Te prometo, que no importa cuánto tiempo pase, antes de que me toque a mi morir, mi corazón será tuyo. Y éste te amará, aún más allá de mi misma muerte. —Derramó una lágrima, y luego la besó de nuevo con pasión, con amor, con desesperación, y con miedo de no volver a verla.

La amaba. La amaba tanto, que le dolía el pecho, y sentía que se le cortaba la respiración. Pues pensar en su próxima partida, lo dejaba casi sin poder respirar. Pero a pesar de la injusticia, y el dolor inmenso que estaba sintiendo, agradeció a Dios, por la oportunidad que le había dado de conocerla. Pero más aún, porque al fin comprendió el propósito que él tenía en la vida. Comprendió el sentido de esas cosas tontas que antes había pensado, de que no tenía sentido, el que Dios lo haya mandado a vivir, si iba a tener una vida triste, y de sufrimiento desde sus inicios. Ahora lo comprendía todo. No nació para sufrir y luego estar destinado a morir. No. El plan que Dios tenía con el desde un principio, era este. Venir a vivir a este mundo, con el único propósito y fin de conocerla. Había venido a este mundo, para ayudarla con sus problemas, y su anterior vida triste. Así como ella lo había hecho con él.  Pero su vida no yacía aquí. No. Su vida estaba con ella, en donde sea que estuviera. Así como ella viajó desde otro mundo para ayudarlo, él también había sido destinado a vivir y nacer, para que en su momento, el pudiera ayudarla con sus problemas. Ella ahora se iría. Pero el lugar de el, no era aquí. Era con ella. Y sabía que, ya habiendo cumplido con la misión que Dios les había encomendado a cada uno, pronto, muy pronto, ambos se reencontrarían, y estarían juntos, viviendo su amor. Aún si así fuera, más allá de la misma muerte.

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El no tan esperado amanecer, estaba llegando. Ambos no dejaban de mirarse a los ojos, mientras en lo alto del cielo, este se comenzaba a pintar de colores, predominando más los tonos naranjas y amarillos, anunciando así, los primeros rayos del maravilloso calor del sol. Darien aún sujetaba el rostro de Serena, y ésta a su vez, aún lo sujetaba de la cadera.
Y a pesar del miedo que él sentía de saber que la volvería a perder en cuestión de segundos, hacía un gran esfuerzo por sonreírle, para que ella no se sintiera más triste de lo que sabía que ya estaba. El momento triste e incómodo había llegado. Y él, luego de soltar un suspiro, sin soltar su rostro y sin dejar de acariciar sus mejillas con sus pulgares, le habló.

—Creo que llegó el momento —ella asintió un tanto triste —Te amo, y te extrañaré mucho mi ángel. Y sé que tú también lo harás, pero te pido que no estés triste. Recuerda que más pronto de lo que piensas, estaré contigo. Además, recuerda que me has hecho una promesa —ella frunció el ceño, a pesar de su rostro triste, y él le sonrió. —Prometiste que cuando llegara mi momento, vendrías por mi. ¿Ya lo olvidaste? —ella le sonrió.

—Claro que no lo he olvidado. Aquí estaré contigo, para llevarte a un nuevo mundo. Sujetando tu mano, para nunca más soltarte —él depositó un suave beso en sus labios —Me gustaría que tú también, me prometieras algo —él sin dudarlo, asintió.

—Por ti, cualquier cosa, mi amor. ¿Que quieres que te prometa, mi ángel?

—Vivirás lo que estés destinado a vivir, sin estar hundido en la tristeza —él cerró los ojos, tratando de asimilar el dolor que le causaban esas palabras —Se que lo que te pido es algo muy difícil, y más en este momento. Pero prométemelo. Por favor —soltó un suspiro, abrió sus ojos, y volvió a mirarla.

—Lo prometo mi ángel. Intentaré hacer mi vida normalmente. Y aunque me cueste, es una promesa, que estoy dispuesto a cumplirte. —ella le sonrió.

—Ya es hora. —él asintió con pesar —Te amo Darien.

—Te amor mi ángel. 

Ambos derramaron una lágrima al tiempo que cerraban sus ojos, y sellaron ese amanecer lleno de promesas, y de amor, con un último beso. Los primeros rayos de sol salieron, y al desprender una mágica e inmensa luz, ellos supieron que había llegado el momento. Ambos se besaban con tanto amor, suavemente, hasta que de pronto, el beso fue interrumpido. Cuando él ya no sintió el suave roce de los labios de ella, sobre los suyos, ni sus pequeñas y delicadas manos sobre su cuerpo, abrió sus ojos, y cuando ya no la miró frente a él, agachó su cabeza, y se permitió derramar unas últimas lágrimas. Pues había hecho una promesa, y pensaba cumplirla. La ausencia de su ángel, dolía. Incluso más de lo que había pensado. Pero no le iba a fallar. Sabía que esta separación, era solo por poco tiempo. Así que, aunque fuera difícil y le costara, sería paciente, y esperaría con gusto, aquel día, en el que a ella le tocaría cumplir su promesa. Ese día, en el que ella vendría por el. Soltó un pesado suspiro, y con el dorso de su mano, limpió los residuos de lágrimas en sus mejillas. Luego levantó de nuevo la cabeza, y observando con dificultad aquellos rayos de sol, y a pesar que su corazón estaba destrozado, sonrió.

—Te veré muy pronto, mi ángel....

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Los días para Darien, después de la partida de Serena, transcurrieron demasiado rápido. Ya había pasado un mes desde la partida de su ángel, y aunque sentía un vacío enorme en su corazón, hasta ahora, había cumplido la promesa, y había estado ocupado en la pequeña tienda, y ayudando a acciones benéficas, todo para no entristecerse y olvidar un poco, ese dolor que siempre vivía en él. Esa mañana, se había levantado temprano, y había ido de nuevo al hospital. Y a pesar que su orgullo le dijera una vez más, que no lo hiciera, este peleó mentalmente con ese orgullo, diciéndole que sí lo haría. A las dos semanas de haber comenzado a ayudar a las personas, y darles un poco de alegría, especialmente a los pacientes destinados a morir como él, en el hospital cercano a su casa, por fin conoció a alguien, que no había tenido oportunidad de conocer, pero que lo aborrecía tanto desde que supo de su existencia. Había conocido a su madre. Aquella persona que tanto había negado de él. Y aunque por un tiempo, sintió odio hacia ella, ahora lo que sentía, era lástima.

La había conocido por mera casualidad, y eso solo porque identificó el apellido de su abuela. Al principio pensó que tal vez era una mera coincidencia, pero luego de que en la hoja clínica, ella había puesto a su madre, como único familiar, y lo llamaron para avisarle, él supo que todo tenía un por qué, y no había sido coincidencia como él creía. En un principio estuvo rejego a visitarla, luego de que pidiera datos. Tenía curiosidad de saber y conocer cómo era en persona, puesto que solo  conocía en fotos, a aquella mujer que lo abandonó, sin una pizca de remordimiento, pero a la vez tenía miedo de hacerlo. Pero cuando le mencionaron que ella estaba en agonía, él no lo pensó dos veces, y aceptó ir. Mirarla y conocerla, aquella primera vez, fue todo un asombro. Al fin había conocido a su madre. Había conocido a aquella persona que lo había dejado a su suerte. Y extrañamente no sentía odio al verla en esa faceta terminal. Al parecer, según los reportes médicos, a la mujer le habían detectado cáncer cervicouterino, y al no haberlo detectado con tiempo, éste había avanzado sin que ella se diera cuenta, y ahora, en tan avanzado estado, no podían hacer nada, más que esperar el momento en que ésta falleciera.  Él trataba de ir a verla, cada que ella dormía. Ya que, como los dolores, según las enfermeras, eran insoportables para ella, siempre solían tenerla medicada, por lo que siempre dormía. Pero ese día, fue distinto. Desde que supo que estaba ahí, no hacía nada, más que pararse en silencio alado de la camilla donde aquella mujer agonizaba, y la miraba sin parpadear, sin poder evitar, en silencio, preguntarle, el por qué de sus actos pasados. Pero ese día, ella había despertado, y lo había visto. No había duda, de que ahora ella estaba pagando por sus actos. Así como tampoco dudaba, de que el haberla conocido, también había sido una jugada ya planeada por Dios, antes de que el muriera. La primera reacción de el, cuando ella lo vió, fue querer salir de ahí. Pero no lo hizo, luego de que ella, le susurró que no lo hiciera. Él estaba de pie, en silencio, mientras ella, recostada en su cama, no dejaba de sollozar. Cuando se calmó un poco, ella susurró.

—Eres tan parecido a él... —él continuó en silencio. —¿Cuál,... cual es tu nombre?

—Darien —respondió él tajante —Lamento lo que te está pasando. Si, ya no me necesitas, me retiro. Con permiso —hizo un ademán de salir, pero ella volvió a hablar.

—¡Por favor no! ¡Espera hijo! —esa última palabra, hizo que se le revolviera el estómago, y se giró molesto hacia ella.

—Por favor, no vuelva a llamarme así —a pesar de su enojo, respondió  amablemente, y ella solo sollozó.

—Lo se. Me merezco tu desprecio. No merezco nada gentil de tu parte. Me alegro que seas un hombre fuerte y sano. Mi madre hizo un gran trabajo contigo.

—Si. Lo hizo.

—Si irte es lo que quieres, está bien, lo entenderé. Pero antes de que te vayas, dime, ¿Dónde está ella? ¿Tan molesta está conmigo, que te mandó a ti, en su lugar? —él frunció el ceño.

—No se equivoque. Ella no es como usted.

—¿Entonces dime porqué no ha venido a ver a su hija moribunda? —exigió.

—Tuve la desafortunada opción, de venir yo, pues ella no puede —él rostro de ella se puso pálido y asustado.

—¿Porque? ¿Pasa algo? ¿Esta ella bien?

—¿De verdad le importa? —dijo él con desdén.

—¡Desde luego que me importa! Es mi madre. ¿Dónde está? ¿Dime qué tiene por favor?—susurró, para luego toser un poco, quejándose de un dolor abdominal, debido al esfuerzo.

—Ella no le importo, cuando me abandonó, y me dejó a su cargo. —Habló con molestia, tratando de ignorar, el malestar que ella había sentido. Y por la frialdad que él tenía con ella, ella siguió sollozando.

—¡Por favor! Dime dónde está —suplicó y él luego de pensarlo, suspiró.

—Mi abuela no puede venir,... porque falleció hace unos meses. —ella palideció.

—No. Dime qué es mentira—susurró.

—No tengo por qué mentirle —Ella lloró, y el la dejó hacerlo sin mencionar palabras, mientras ella no dejaba de lamentarse.

—Mi madre... ¿Cómo murió? ¡Dímelo por favor! —susurró con voz ahogada por el llanto.

—Un dolor agudo atacó a su corazón —«Así como pronto, tal vez me suceda a mi.» Pensó, más no lo dijo. ¿Que ganaba diciéndoselo? Lo único que lograría, sería preocuparla más, y en su estado, hacer que se sintiera más mal. Así que por esa razón, prefirió quedarse callado. Pero por más que quisiera, ya no podía seguir ahí. Así que quiso huir de inmediato. —Lo lamento, pero debo irme. No puedo seguir aquí —ella lo aceptó con tristeza.

—Esta bien. Pero espera. Antes que te vayas, quiero pedirte perdón en por lo que hice. Era una tonta adolescente enamorada, que no midió sus actos. Me alegro que a pesar de mi error, mi madre haya hecho de ti, un excelente hombre. Gracias por cuidarla. Porque sin preguntártelo se que lo hiciste. Gracias. Y de nuevo, perdóname. Sé que estoy desahuciada. Estoy muriendo, y a pesar que me duele saber, que no pude ni siquiera despedirme de mi madre, quisiera tener tu perdón, para poder morir en paz. Por favor. —A él no le nacía hacerlo. Estaba frente a la mujer, que no lo había amado desde un principio, y creyó que sería un buen castigo, además de lo que estaba sufriendo, que no obtuviera su perdón. Pero se repitió, a pesar de su molestia, que éste era un nuevo reto que Dios le había puesto. Así que haría, lo que estaba seguro, que Dios quería que hiciera.

—No le guardo rencor. Le repito, lamento lo que le está pasando, y lamento que no tuviera la oportunidad de despedirse de mi abuela. Usted lo ha dicho. Mi abuela me inculcó muy bien. Y una de esas cosas que me enseñó, fue que no le guardara rencor. Así que no lo hago. La perdoné desde hace mucho —ella sollozó.

—Muchas gracias. Se, que a pesar de haberme portado mal contigo, has venido a verme todos los días. Las enfermeras me han dicho, que siempre venía un joven guapo, de ojos bonitos y azules a verme, pero que yo siempre estaba dormida
—él asintió. —Se que abuso de tu generosidad, pero, ¿Podrías seguir haciéndolo por favor? Sé que fui muy tonta, pero no quisiera morir, uno de estos días, y estar sola. —Aunque en un principio lo dudó, terminó aceptando.

Ya que no era tan inhumano como para negarle algo, a una persona moribunda. Él tarde o temprano, estaría en la misma situación, y estaría como ella no quería estarlo. Solo. Ella se lo agradeció, y él con el paso de los días, siguió yendo en su tiempo libre, a escucharla y mimarla, como si fuera una vieja amiga, y como si nada entre los dos, hubiera pasado. Él no le había dicho madre, y ella tampoco se lo había pedido, así que la verdad, se lo agradecía bastante. Pues una cosa era verla y tratarla como una amiga, y otra muy distinta, era llamarla como algo que nunca fue, con él.
Ella le había contado lo que había sido de su vida, a pesar que él le pedía que no lo hiciera. Le contó lo que hizo tantos años por aquél hombre, que al final, la había abandonado, y la había cambiado por otra, porque ella, por más que quería, no podía darle hijos. Pues la vida le había dado tantas vueltas, que aunque el padre de Darien, en un inicio, se había negado a el hijo que ambos habían engendrado, con el paso de los años, este había deseado un nuevo hijo con anhelo. Pero por castigo y obra divina, ahora que querían embarazarse, ella ya no podía. Así que siéndole inservible, descaradamente la cambió por otra, y la había dejado a ella a su suerte. Le habló de que gracias a el abandono de su pareja, ésta había estado perdida y sola en otro país, y debido a que no tenía dinero, ella no podía regresar. Y que como no había quien le diera trabajo bueno, debido a sus pocos estudios, no había tenido más opción, que trabajar en aseos sanitarios de diferentes plazas comerciales, además de vender su cuerpo a los hombres, puesto que lo que ganaba en los aseos era muy poco, y lo único que quería, era lograr salir de aquél lugar, en donde no conocía a nadie. Le platicó que duró años juntando ese dinero, hasta que por fin, pudo conseguir viajar. También le contó que ya había sentido malestares, pero como su meta era llegar de nuevo, a pedirle perdón a su madre, había ignorado esos síntomas, hasta que estos ya fueron insoportables, y la atacaron, a nada de llegar a la casa de la abuela de Darien. Él, a pesar que no quería saber nada de su pasado, aceptó escucharla en todo momento. Y cada que le contaba una nueva cosa, no dejaba de decirse, lo diferente que hubiera sido su vida, si tan solo lo hubiera amado y aceptado desde un principio. Él siguió visitándola hasta que el lamentable día llegó. A pesar de que fue doloroso, pues fuera como fuera, a final de cuentas, ella era su madre, él se sintió tranquilo de dar lo que pudo por ella, a pesar que ella nunca lo hizo por él. La sepultó junto a su abuela, pidiendo por su eterno descanso, y rogando a Dios, que la perdonara, a pesar de sus errores, para luego, continuar con su vida, como si nada hubiera pasado. Pero ya al fin, cerrando ese pasado tan doloroso. Preparándose ahora sí, para lo que sea que Dios le tuviera preparado a él.

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La noche era densa y dolorosa. Por lo que presentía que el ansiado momento, llegaría tarde o temprano. Tomó sus medicamentos, y aún sintiendo una punzada ligera en el lado izquierdo de su pecho, se acostó a dormir. No sabía si ya estaba a nada de irse de ese mundo. Lo que si sabía, es que si ese, en verdad era el momento, lo esperaba, ya no con miedo, si no con ilusión y ansias. Con el pecho dolorido, y dedicando su último pensamiento, a su bello ángel, cerró los ojos, no sabiendo que sería lo que le prepararía Dios y el destino, a partir del día siguiente.

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ESPERO LES HAYA GUSTADO!!😊

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GRACIAS POR LEERME!!

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