The Legend of Zelda: La Sombra de Hyrule

Prólogo I (Impa)

Cuando la desesperación asola en los corazones, a veces llegan a interceder entre nosotros fuerzas mayores. A veces uno llega a encontrarse con situaciones que quizá jamás debieron ocurrir, pero no por ello se las puede considerar menos necesarias cuando el horizonte se torna negro y oscuro, sin salida alguna.

Mi nombre es Impa, y nací para proteger a la diosa Hylia. Esa misma mujer que segundos después del nacimiento de mi hijo se encontraba también muriendo y dando luz a su propio cuerpo al mismo tiempo.

No descansé como quizá podía ser costumbre tras el alumbramiento, ayudé a Zelda a nacer... una vez más, como todas las que llevaron mi nombre antaño. Juré proteger a esa niña y así lo haría.

Sin embargo Hylia esta vez no solo iba a derramar sangre para sí misma, lo iba a hacer también por alguien más.

Durante el alumbramiento y la muerte de la reina de Hyrule, el rey estuvo presente, lleno su corazón de pesar. Del cuerpo inerte de la diosa salieron dos preciosos bebes, un niño y una niña.

—La niña es Zelda —dije contemplando a la pequeña mientras era limpiada por mujeres con mayor experiencia que la mía—. El niño... —no podía creer que fuera cierto. Hylia había alumbrado mellizos por primera vez, y no creía que esto fuera una coincidencia.

—Sé lo que estás pensando —dijo el rey de Hyrule a mis espaldas—, el héroe que nos salvará cuando esa bestia vuelva. ¿Por qué no tendrá mi hija que buscarle como siempre ha hecho?

—Porqué cuando la desesperación asola en los corazones, a veces llegan a interceder entre nosotros fuerzas mayores —contemplé a su alteza con semblante serio, la situación requería la mayor tranquilidad—. Link está entre nosotros, las cosas han cambiado hoy por hoy. Sospecho mi rey que esta no será la única novedad que nos encontremos, quizá no hoy, pero puede que unos años después, sí.

No erré, tenía la razón y se la di a su alteza cuando los niños cumplieron veinte años. Aun eran jóvenes, quizá demasiado para lo que tuvieron que vivir, pero claro, nadie elige su futuro.