Capítulo I (Link)

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El castillo de Hyrule poseía tantas estancias que uno no podría llegar a imaginarse con exactitud el número. Una de ellas era aquella ubicada tras la entrada esa misma que conectaba con el salón del trono y los pasillos vigilados por guardias que comunicaban al resto de las estancias.

Las paredes de este lugar se decoraban con pinturas, pinturas que recordaban a las diosas, su regalo, la trifuerza, a aquellos que antaño la quisieron con fines oscuros y al héroe elegido para combatir el mal. Ese hombre vestido con ropas verdes que alzaba la espada maestra sería yo un día, y esa mujer rubia vestida con ropas rosadas y blancas, sería mi hermana.

Hasta hoy no había pensado jamás que quizás solo quedaban unos días para ser el héroe que salvaría Hyrule. Todo había parecido siempre tan tranquilo y había estado tan lleno de felicidad y facilidades en mi vida que jamás pensé que todo podría llegar a torcerse.

—Estás nervioso —y eso era una afirmación por parte de Shakir—. No deberías estarlo.

Mi amigo y guardián permanecía a unos metros de distancia desde donde me encontraba, con la espalda recta, las piernas abiertas, los brazos cruzados y mirada fría y seria. Vestía las ropas de combate de cualquier sheikah, esas que protegían su cuerpo de cualquier agresión y le permitían moverse con total libertad. Sobre el pecho, un trozo de tela con el ojo y la lágrima, símbolo de su raza.

—¿Por qué crees que no debería estarlo?

—Porque es algo a lo que te has preparado toda tu vida —encogió los hombros. Shakir había estado tan quieto hasta ahora que podía llegar a fingir ser una estatua.

—Sí, tienes razón. Supongo que ver a una gerudo me ha inquieta.

—Eso es más lógico. No tiene pinta de ser mestiza y vestía bien.

Muy cierto, la gente mestiza en Hyrule se suelen encargar en este mundo de trabajos menores... puede que antes no fuera así.

—Ha despertado —dijo Impa.

Me volví hacia mi derecha, allí estaba mi nana. ¿Cómo había aparecido sin hacer ruido? Así eran los sheikah, al menos al contrario que Shakir, Impa no cubría su boca con un trozo de tela, no ahora, al menos.

—Venid, niños. Puede que os interese escuchar lo que ella tenga que decir.

Niños, y teníamos veinte años. Quizá para ella lo éramos, pero también éramos lo suficientemente adultos como para saber que algo estaba pasando fuera de lo común y normal.

The Legend of Zelda: La Sombra de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora