«Los dos conocíamos el riesgo. Ambos estuvimos de acuerdo en seguir adelante. Era difícil, casi imposible, pero existía la posibilidad».
Llueve en Madrid. Diluvia. Las aceras de Gran Vía son un mar de paraguas, una guerra de codazos y goterones en el cuello. Sin embargo, Raoul no los siente; el agua cae con fuerza sobre su pelo rubio, pegándolo a su frente al deslizarse por su rostro pálido. Puede que haya lágrimas mezcladas con las gotas de lluvia, pero no está seguro. Solo siente el pinchazo en el costado y el zumbido en sus oídos. Y sus ojos. Iris oscuros, casi negros, enmarcados por pestañas densas y rizadas. Son profundos, intensos, y están horrorizados. Sabe que ha sentido lo mismo que él. Su respiración agitada, la mano sujetándose el costado y su cara desencajada le delatan.
Raoul cierra los ojos y respira profundamente. Intenta recuperarse del latigazo eléctrico que acaba de azotarle de pies a cabeza. Le arde la piel entre las costillas izquierdas, justo donde sabe que ha aparecido su marca. Abre los ojos y da un paso al frente, olvidando sus compras en el suelo, empapadas.
Es guapa, la chica. Cabello rizado hasta la cintura y una cara surcada de pecas. Amaga una sonrisa, puede que aceptando que acaba de encontrarse con su alma gemela. Parece amable, y fuerte. Hay algo en su expresión que le intriga, un aura de misterio a su alrededor que le hace preguntarse qué esconde; que le insta a conocerla de verdad. Supone que es un sentimiento normal, tratándose de su alma gemela. Pero es una chica. Y él tiene novio.
Salir con alguien, enamorarse de una persona sin ser su alma gemela en una sociedad donde todo el mundo la busca es, cuanto menos, peligroso. La mayoría de la gente decide esperar, prefiriendo estar solos –o no tener más que algún lío esporádico– que involucrarse emocionalmente con alguien que no está destinado a compartir su vida con ellos. Al menos hasta que sienten que su alma gemela no va a aparecer o la presión de la familia o el entorno empieza a hacer mella.
Sin embargo, por suerte o por desgracia, Raoul nunca ha creído en ellas, no de verdad. Le gusta pensar en ello como una historia fantasiosa y romántica que cuentan las abuela antes de dormir, pero no como una realidad. Por mucho que hubiese soñado durante años con encontrar a la suya y hubiese creado mil y un escenarios en los que ocurría. Incluso, cuando conoció a Agoney y sintió aquel vuelco en el estómago, no pudo obviar el sentimiento de decepción que le invadió al hacerse consciente de que no era él.
El concepto de Almas Gemelas no tiene base científica alguna, y dejando de lado la marca que aparece simultáneamente en los dos cuerpos al encontrarse, no existe ninguna prueba que determine que dos personas son realmente lo que dicen ser. Por lo que, de los pocos casos que han aparecido a lo largo de la última década, no hay manera de probar que no son unos impostores. Y Raoul cree en la ciencia y en lo que puede probar por encima de todo. La magia, la espiritualidad y las cosas que no se pueden explicar prefiere dejarlas para las novelas gráficas que crea su novio.
Pero, ahora, no le queda otra que tragarse sus palabras. Aceptar que la realidad es diferente a la que se ha obligado a creer durante la mayor parte de su vida. Los mitos y leyendas sobre las Almas Gemelas son reales. Y él forma parte de ellas.
—¿Estás...? ¿Cómo estás? —Su voz es cálida, delicada, pero con un punto áspero y afilado que la dota de personalidad.
Raoul parpadea. Por un segundo se había olvidado de que estaba compartiendo la experiencia con ella.
—Hola.
Se siente estúpido. Ni siquiera se le ocurre nada mejor que decir. Le pesa todo el cuerpo; solo quiere irse a casa y meterse en la cama, desaparecer, fingir que aquello no ha ocurrido jamás.
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Almas.
Fanfiction«Los dos conocíamos el riesgo. Ambos estuvimos de acuerdo en seguir adelante. Era difícil, casi imposible, pero existía la posibilidad».