Duele.
Es lo primero que piensa al abrir los ojos. O puede que ni siquiera sea un pensamiento, sino el quejido de su cuerpo resonando en el espacio.
Lleva así tres semanas y ya no puede más.
Al principio se siente confusa, dolida, abandonada, humillada y avergonzada. Pero sobre todo, se siente culpable por sentirse así, por permitir que las acciones y decisiones de un desconocido le afecten de tal manera.
«Esto no va a funcionar, Ágata». «Creo que lo mejor es que olvidemos que nos hemos conocido, que dejemos de vernos». «Tengo pareja, lo siento».
Repite las frases en su cabeza una y otra vez. Reproduce sin descanso el momento exacto en el que Raoul se da media vuelta y se marcha sin mirar a atrás. Se tortura con la idea de que, incluso su alma gemela, la haya rechazado. La persona destinada a pasar su vida junto a ella no quiere volverla a ver. Y duele, claro que duele. Aunque quiera intentar hacerle ver al mundo, y a ella misma, que no pasa nada, que la vida sigue y que nada es imprescindible, las lágrimas caen silenciosas por su rostro. Al principio, justo antes de dormir, compañeras inseparables de sus sueños; pero con el paso de los días, Ágata se empieza a sentir en carne viva y llora, en cualquier momento, sin aviso y sin descanso.
Y entonces, llega el dolor físico. Comienza como un pequeño zumbido en las sienes, nada demasiado molesto. Decide acostarse pronto, pensando que podría ser falta de sueño, y exceso de llanto. Espera que, al levantarse, haya desaparecido. Sin embargo, a la mañana siguiente, todo empeora. Le duele el pecho, justo en el centro. Se siente pesado, y vacío al mismo tiempo. Reza para que sea una fase, para que el cuerpo se acostumbre a la ausencia de aquello que apenas ha conocido, para que su alma no llore la falta de su igual.
Pero pasan tres semanas, y nada cambia.
Tumbada en la cama, con la habitación completamente a oscuras, Ágata solo tiene ganas de llorar. Ni siquiera es el dolor físico, el entumecimiento de los músculos, el dolor de cabeza perenne, el agotamiento extremo; sino que, día tras día, la sensación de soledad y abandono han ido en aumento. Gruñe contra la almohada, hastiada de la situación.
Debería haberlo visto venir. Debería haberlo sabido. Siempre ha habido historias de almas gemelas separadas y el dolor insoportable que las acompaña. Una vez se reconocen, no pueden estar lejos durante demasiado tiempo, o empezarán a sufrir las consecuencias de la distancia. Ágata siempre pensó que era algo poético, metafórico, pero no podría haber estado más equivocada.
Su único consuelo, aunque, a veces, también sea su tormento, es saber que Raoul está experimentando lo mismo.
•
—Cariño, tienes que comer algo.
Son casi las dos de la tarde y Raoul sigue metido en la cama, la cabeza bajo las almohadas y la habitación completamente a oscuras. De rodillas junto al colchón, Agoney acaricia su espalda desnuda con delicadeza.
—Me va a explotar la cabeza, Ago. —Es solo un susurro, pero Raoul siente que no tiene suficiente aire en los pulmones para decir nada más.
Agoney respira profundamente y ahuyenta las lágrimas. Es totalmente consciente de la razón por la que su novio se encuentra así, y por más que quiere evitar pensar en ello, no puede dejar de sentirse culpable por su estado.
—Espera aquí —le pide imitando su tono, aunque sabe que su novio no va a moverse de su refugio.
Regresa a los pocos segundo con un frasco entre las manos. Un ungüento que le recomendaron para sus dolores de cabeza y espalda después de pasar horas inclinado sobre su mesa de dibujo.
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Almas.
Fanfiction«Los dos conocíamos el riesgo. Ambos estuvimos de acuerdo en seguir adelante. Era difícil, casi imposible, pero existía la posibilidad».