Deimos y Fobos

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Huele a incienso, a llama recién apagada y a cera caliente chorreando por el lateral de la vela. Hay tapices con estrellas y animales mitológicos colgados de las paredes y plantas de todo tipo cubren las esquinas de la habitación. Música tranquila, llena de campanillas e instrumentos de cuerda, llena el ambiente. El café de Raoul descansa sobre la mesa de madera, mientras que la taza de té negro se enfría entre las manos de Ágata.

Llevan un rato en silencio, dando pequeños sorbos a sus respectivas bebidas de cuando en cuando.

Raoul se sorprende al descubrir que no está incómodo, sino todo lo contrario. Ágata desprende paz y le contagia esa calma con su sola presencia. Ni siquiera se extraña al pensar en lo rápido que aceptó el ir a su casa. Ambos decidieron que era mejor buscar un sitio más privado para hablar de lo que había ocurrido y una cafetería llena de gente, incluyendo posibles conocidos, quedaba fuera de sus planes.

Ágata está sentada con las piernas cruzadas sobre un puf multicolor. Un fular floreado cubre sus hombros, los flecos dorados cayendo por todas partes. Bebe despacio, totalmente concentrada en en su té. Cuando parece que ha tomado lo suficiente, remueve el contenido y gira la taza, colocándola boca abajo sobre su plato. Raoul la observa expectante, no sabe lo que está haciendo, pero se sorprende a sí mismo queriendo descubrirlo.

La chica vuelve a colocar la taza en su posición correcta y estudia su interior con cuidado. Raoul quiere preguntarle qué ve, pero no se atreve a perturbar su silencio. Ágata tuerce el gesto, frunciendo los labios. Resopla al colocar la taza sobre la mesa y se sacude la melena rizada, obligándose a volver a la habitación. Levanta la mirada y la conecta con Raoul, dedicándole una pequeña sonrisa.

—¿Todo bien? —pregunta Raoul en voz baja, sintiéndose extraño al romper el silencio.

—Bueno, nada que no esperase —explica sin dejar de sonreír–. Cambios y más cambios, con algún que otro obstáculo.

Raoul parpadea, perplejo; no sabe qué contestar. Y Ágata ríe ante su expresión confundida.

—Me gusta preguntarle al Cosmos cuando tengo dudas o necesito una guía —explica con tranquilidad.

—Ah.

—No crees en nada de esto, ¿verdad? —No lo juzga, simplemente expone lo evidente. Hay un toque divertido en su voz— Taseomancia, tarot, astrología...

—Yo creo en la ciencia —contesta, tajante.

—¿Y cómo explicas que estemos aquí? —inquiere, inclinándose hacia delante. El humo del incienso la envuelve, creando una atmósfera llena de misterio a su alrededor— ¿Cómo explicas lo que nos ha pasado?

—Para eso no tengo explicación —confiesa, encogiéndose de hombros.

—¿Qué signo eres? —suelta sin más, enderezándose en el asiento.

—¿Qué? —La pregunta le pilla desprevenido.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—Diecinueve de Marzo, el día del padre. —Sin duda, la parte favorita de su cumpleaños es poder compartir la celebración con su padre de alguna manera.

—Piscis —resuelve Ágata al segundo.

—Pero adelantaron el parto —explica, pues nunca le ha gustado ese dato sobre su nacimiento—. Debería haber sido Aries. En realidad, me siento más Aries que Piscis, desde siempre.

—Así que sabes algo de Astrología —comenta ilusionada y divertida.

—Bueno —se excusa—, todo el mundo sabe su signo.

Almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora