Perseidas

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En Agosto de 1862, con apenas tres días de diferencia, dos astrónomos estadounidenses descubrieron el mismo cometa surcando el cielo. Lewis Swift y Horace Parnell Tuttle le dieron nombre al que se ha descrito como el objeto más peligroso conocido por la humanidad, debido a su tamaño y a su proximidad de su órbita a la Tierra: el cometa 109P/Swift-Tuttle. No volvió a verse hasta 1992, cuando fue redescubierto por el astrónomo japonés Tsuruhiko Kiuchi y no volverá a acercarse lo suficiente al planeta hasta 2126. Sin embargo, cada Agosto, la estela de asteroides que le siguen iluminan el cielo nocturno, justo por encima de la constelación de Perseo. Por eso, a estos meteoros se les conoce como las Perseidas.

Raoul las descubrió a sus cinco años, durante una de las acampadas estivales de la familia. Sus padres charlaban tranquilos a la luz del farol sobre la mesa plegable, disfrutando de la brisa nocturna y saboreando el poco tiempo que tenían para ellos. Incapaz de dormir sin su madre al lado, el pequeño Raoul abandonó la tienda de campaña y fue en su busca. Su idea era convencerla para que se fuese a dormir de una vez, pero al llegar a su altura y elevar la mirada, las vio. Estrellas fugaces surcando el cielo sin descanso.

No lo sabe con certeza, pero está bastante seguro de que aquel fue el momento en el que se enamoró del firmamento.

Cada Agosto desde entonces, su familia ha acampado en el mismo lugar para poder disfrutar del espectáculo lejos de la contaminación lumínica.

Agoney tomó el relevo el año que se conocieron, contagiado por la pasión de su chico, y desde entonces, se ha convertido en su tradición. Raoul se asegura de no tener demasiado trabajo acumulado y Agoney se pide el día libre; alquilan un coche y acampan a las afueras de Madrid. Pero este año es diferente. El ambiente está enrarecido; ambos intentan volver a ser quienes eran antes de que Ágata irrumpiera en sus vidas, pero parece imposible. Raoul ni siquiera se ha atrevido a preguntar si el plan sigue en pie.

Se olvida de que su novio es un guerrero. Y que daría todo por él.

—Buenos días.

Raoul sonríe al escuchar su voz, todavía con los ojos cerrados. Agoney le deja besos por todo el rostro y su novio se deja hacer, ronroneando de gusto. No abre los ojos hasta que Agoney usa su técnica favorita y lame su mejilla con toda la lengua.

—¡Ago! —se queja entre risas.

—Venga arriba —pide, aunque se sube a la cama y se tumba a su lado—, que tenemos muchas cosas que hacer antes de irnos.

—¿Irnos a dónde? —pregunta Raoul en un bostezo, sin dejar de acariciarle el rostro.

Agoney lo observa en silencio, perdiéndose en sus ojos somnolientos. Raoul es guapo con cualquier luz, incluso sin ella, pero los primeros rayos de sol que consiguen colarse por la ventana del dormitorio tienen un efecto mágico sobre su piel. La vuelven dorada, y es él quien parece irradiar la luz. Se convierte en el Sol y Agoney podría pasarse toda la vida besándolo.

—A ver estrellas —murmura, aunque él ya esté observando a la más brillante de todas.

Raoul se sienta en la cama de un salto ante las palabras de su novio.

—Pero la lluvia no es hasta mañana por la noche —comenta confuso, aunque nervioso ante la idea de un viaje inesperado.

Su novio sonríe enigmático y extiende los brazos para atraerlo hacia él, haciendo que caiga sobre su pecho. Besa sus labios con cuidado, mientras acaricia su espalda con suavidad.

—Este año vamos a coger sitio —ríe antes de volverlo a besar, apenas un roce de labios.

—¿Qué?

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