Había venido a la capital de la provincia desde su pequeño pueblo. Un lugar donde las noches eran más tranquilas. Noches que olían a siembra y a recolecta, noches aciagas en soledad. En la ciudad es donde se conocen los jóvenes o eso le habían dicho. Por eso estaba allí, buscando el anonimato que no le daba una población tan pequeña. Aquí podía equivocarse una y otra vez sin dar explicaciones a nadie. Y hacer aquello a lo que había venido, aquello que resultaba tan difícil en su pequeño pueblo. Ya no estaba en el balcón de su casa junto a su madre y su hermana formando parte del paisaje. Ahora se encontraba en la vida real, eso sí, perdido entre tanta gente. No conseguía acostumbrarse a la masificación, parecía haber personas en todos los lugares. No obstante, sentía que estaba en el camino correcto lejos de la quietud del pueblo, de las miradas, y sobre todo del qué dirán. Inseguro, pensaba no tenerlas todas consigo. El tiempo corría en su contra y no quería pasar la noche, como otras veces, en la quietud de una vieja pensión cercana a la estación del Norte. Una estación donde ya parecía esperarle el tren de vuelta a su pueblo. Volver en el tren del fracaso, con su bolsa llena de ropa sucia, a la verdadera y solitaria realidad.
La puerta del café se abrió de golpe y Braulio se giró igual de rápido. Dos jóvenes de aproximadamente su misma edad entraban vestidos con bermudas y unas chancletas que golpeaban el suelo sonoramente. Uno de ellos se colocó a su lado y apoyó los brazos en la barra. Después pegó un grito al camarero que se encontraba en el lado opuesto.
—¡Jefe! —dijo levantando la mano.
Braulio, con disimulo, se marchó al otro extremo de la barra. Se sentó en un taburete y encontró de nuevo su imagen reflejada en el espejo. Aquella americana que había pertenecido a su padre le estaba grande. La sintió vieja y gastada. Ahora, pensó con rabia, había que ser moderno. Ir en bañador a los bares y llevar chancletas a todas partes. Seguidamente, sin ser consciente de que había entrado más gente en el bar, notó cómo alguien le tocaba el brazo tratando de llamar su atención. Braulio, como si lo hubieran despertado de un sueño, se giró confundido.
—¿Qué tal va la noche? —dijo una joven de ojos grandes y sonrisa pícara.
Braulio, intimidado, dejó la copa. Mientras, la piel de su rostro se enrojeció progresivamente hasta que, acalorado, se quitó la americana. No pudo evitar quedarse callado sin saber qué decir, estaba confundido.
—Bueno —dijo con una risita—, aquí no tengo taburete para sentarme, ¿nos ponemos allí? —dijo la joven señalando un rincón de la sala de baile, donde había una mesa.
La chica a diferencia de Braulio vestía más moderna, con pantalones vaqueros ajustados, Converse AllStar, y sobre una camiseta blanca una camisa de rejilla y una torerita de manga tres cuartos.
—Vale —aceptó Braulio en un tono de voz demasiado bajo.
Se colocaron en la mesa, desde donde se podía ver la calle a través de los cristales. Y ella, con mucha tranquilidad y segura de sí misma, dobló su chaqueta esperando a que Braulio dijera algo.
—¿Cómo te ha ido el día? —preguntó Braulio utilizando lo que era ya su mejor frase enlatada para romper el hielo.
—Pues todo lo bien que te puede ir cuando cobras poco y tienes un horario horrible —dijo mientras colocaba su chaqueta en una silla contigua a la que iba a sentarse—. Pero, en fin, qué le voy a hacer si tengo que pagar una hipoteca yo sola —dijo con ironía—. ¿Y tú a qué te dedicas? — preguntó ya acomodada en la silla.
Braulio, mientras se sentaba, mantuvo un segundo de silencio pensando qué decir.
—Dejé el seminario hace seis meses.
—Vaya, ¿y qué te llevó a meterte en un seminario?
Braulio dudó un momento antes de contestar, encontraba la pregunta muy personal y le incomodó momentáneamente que ella la hubiera pronunciado tan a la ligera.
—En la escuela fui avasallado por mis compañeros, me insultaban a diario y al final acabé hecho un lío, tenía dudas acerca de todo. Dejaron mi autoestima tan baja que no conseguía estar seguro de nada. No sé —dijo haciendo una pausa—, los niños pueden ser muy crueles cuando quieren. Así que al finalizar mis estudios en el colegio, me encontré sin saber qué hacer. Había estudiado en un centro religioso por lo que acabé por inercia en el seminario. En cualquier caso —dijo tratando de desviarse del tema—. Tú pareces una persona que tiene las cosas más claras. Tu paso por el colegio debió de ser muy distinto al mío, ¿no? Pareces una chica que tiene éxito con la gente.
—Bueno, las apariencias engañan. Pero —insistió—, ¿y ahora qué haces?
—Nada en particular. Doy paseos, y salgo de noche.
—¿Y tienes algo pensado a corto plazo? —dijo frunciendo el ceño.
—Aún no tengo nada decidido.
Hubo un silencio prolongado. Braulio no parecía cumplir sus expectativas pero ella parecía curiosa.
—¿Y por qué decidiste abandonarlo?
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Braulio
RomanceUn joven seminarista, fuertemente influenciado por una complicada infancia, decide abandonar el seminario. Después de seis meses vagando por bares y discotecas consigue una cita a ciegas por Internet.