la cruz del diablo

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Se dice que esta historia es una de las más terroríficas que han ocurrido en Cuenca, ciudad española repleta de leyendas y misterios. Vivía aquí un muchacho joven y muy bello, que aprovechándose de su apariencia, jugaba a conquistar a todas las chicas que se le ponían enfrente. Sin ninguna vergüenza las cortejaba como todo un caballero, tomaba lo que quería de ellas y luego las abandonaba, dejando tras de sí una estela de promesas rotas.

Pero llegó el día en que se enamoró de verdad de una hermosa señorita. La más bonita que existía en todos los alrededores. Se llamaba Diana y desde el primer momento se robó el corazón del mozo.

Sin embargo la joven no era tonta y conocía bien la reputación del muchacho. Todos los días le devolvía la mirada a la distancia, pero cuando él se acercaba y le hablaba de estar juntos, le daba largas y evadía el tema. Esto, lejos de desairar a su pretendiente, despertó en él una obsesión ardiente por poseerla.

Ninguna mujer se le había resistido antes, y no estaba dispuesto a perder a Diana por nada del mundo. Así que cambió drásticamente.

Dejó de ir tras cuanta jovencita se le pusiera enfrente y a rechazar todas las invitaciones de sus amigos para irse de parranda. Día con día enviaba flores, cartas de amor y cuanto detalle se le ocurriera para llamar la atención de su amada.

Su único pensamiento era llorar que Diana le correspondiera.

Finalmente, el pobre recibió un mensaje que iba firmado por la hermosa muchacha. Con tan solo leer su contenido sintió que se aceleraba su corazón:

«Hoy que es Noche de los Difuntos, te voy a estar esperando en la Plaza de las Angustias. Quiero ser tuya. Diana».

Lleno de gozo, el joven se marchó a casa y se dispuso a prepararse para la cita, perfumándose con esmero. Afuera, el cielo se llenaba de negros nubarrones, como el presagio de que esa noche algo terrible estaba por ocurrir.

La tormenta se desató sin piedad, pero esto no desanimó al muchacho para ir a encontrar a Diana.

Cruzó las escasas calles que se interponían entre él y la Plaza de las Angustias, y la vio allí, de pie, luciendo más espléndida que nunca. Una ola de pasión lo consumió.

Apenas la tuvo enfrente, la atosigó a besos, abrazándola con fuerza y ansioso por hacerla suya. Diana le correspondía con el mismo fervor, impulsándolo a ir por más. Una de sus manos fue a levantar la falda de su vestido, quedando paralizado al ver que debajo de él asomaba una grotesca pezuña.

En ese instante un relámpago iluminó el cielo, revelando el rostro de su acompañante. Diana se había convertido en un monstruoso ser, con la cabeza de un macho cabrío y unos que resplandecían de manera infernal.

Aterrorizado, el joven intentó alejarse y el diablo se arrojó sobre él, hiriéndolo con una mano de garras afiladas.

El pobre se echó a correr en tanto el maligno reía, mirando como se aferraba a la cruz que habían colocado a la puerta de las Angustias, como si eso pudiera protegerlo de su alcance.

El diablo volvió a levantar su zarpa para herirlo y fue ahí cuando entró en el santuario, de donde se dice que no volvió a salir.

Nadie volvió a verlo en Cuenca, ni supo que fue de él, pero la cruz permanece en su sitio hasta hoy. Se dice que si miras con atención, podrás contemplar la marca de las zarpas del demonio, que aquella noche se transformó en una inocente señorita para darle una lección al bribón.

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