El niño que maldijo la existencia

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Mi calle es un cementerio, todos los andenes han sido colchones de cadáveres, mi gente es un ataúd, pura piel que lleva un muerto adentro.
Los muertos nos invaden y un tsunami sacude mi cabeza que no se puede sostener en mi frágil cuello de cartón, mi rostro se estampa contra el pupitre escolar y de mi cráneo roto fluye una lava caliente que se esparce por todo el salón, ¡ardan en la tierra compañeros ¡así para cuando sea el momento de llegar al infierno el calor será familiar.
Salgo de allí corriendo el infierno ya estaba creado, mujeres gigantes corren tras mis espaldas, mujeres con uniformes más blancos que el algodón buscan atraparme, ¿no leen el aviso que dice prohibido tocar? Señoras no se toca lo que se rompe, no me toquen que me desintegro y de mis poros sale lava y ustedes arderán.
Me estoy perdiendo en los grises ojos de la enfermera más gigantesca, la lava dentro de mí se vuelve más espesa y comienza a enfriarse, juro que puedo sentir mi piel siendo consumida por mis propios músculos ¿en que se convierte el infierno cuando se enamora? llevo todas las muertes del mundo tras mi espalda, muertos tan antiguos que sus ataúdes están estampados totalmente de polvo.
Después de todo las estrellas son cadáveres y la vía láctea se encuentra formada por ellas y el polvo de los ataúdes de mis muertos.
no hay gravedad mujer gigante de ojos grises, vagaremos flotando en la nada mientras los demás se queman en el infierno .

El club de las chicas tristes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora