Capítulo 1

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¿<<Cómo que ascendida> >?

Kelley Winslow notó que se le aceleraba el pulso.

Aquella era la quinta semana de ensayos de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, en el Gran Teatro Avalón. No importaba que los actores de Avalón -una compañía de repertorio de tercera categoría que actuaba tan a las afueras de Broadway que, en realidad, ya casi actuaba en Hoboken- sólo hubiera contratado a Kelley en calidad de sustituta, lo que equivalía a decir que la habían contratado como auxiliar de escena. Era de su primer papel de verdad como actriz después de la desastrosa experiencia escolar y, con apenas diecisiete años, se alegraba con contar con un programa de creación de currículums por ordenador. Pero ese día, recién llegada al teatro, Mindi, la directora de escena, acechaba ya dispuesta al ataque.

Kelley cargaba una caja con objetos de atrezzo que había ido a buscar a la furgoneta de la compañía, aparcada afuera, y llevaba unas alas de hada sobre los hombros. (Era la única manera de transportarlas DIN torcer sus armazones de alambre.)

-¿Cómo que >? -repitió-. ¿Qué quieres decir?

-Que no hace falta que te quites las alas, niña. -Le arrebató de las manos la caja con los cachivaches-. Nuestra querida Diva de Winter acaba de romperse un tobillo. Está fuera de servicio, lo que implica que tú, pequeña sustituta, accedes al papel principal de Titania, la reina de las hadas, en esta función.

Kelley se quedó muda. Había soñado muchas veces con ese momento, pero por más que había visto en los ensayos a Barbara de Winter sobreactuar y aburrir escena tras escena, jamás deseó que le ocurriera nada malo. Sin embargo, en ese instante sintió, no sin una punzada de culpabilidad, que la alegría se abría paso en ella.

Llegó el momento. Está es mi gran oportunidad.

-¡Eh! -Mindi le dio un codazo amistoso-. Ya basta de soñar despierta. Estrenamos dentro de diez días y Quentin está... bueno, por decirlo suavemente, nuestro estimado director está algo asustado. O sea que te sugiero que te enfundes una falda de ensayo y subas tu culo de sustituta al escenario para que el poderoso Q pueda repasar contigo tus escenas. Buena Suerte.

Mis escenas. Mis escenas...

Con un torbellino de ideas en la mente, Kelley estuvo a punto de chocar con el actor que interpretaba el papel de Puck y que, en ese momento, con gran agilidad, se descolgaba por la tramoya cantando: >. Curioso, porque en realidad todo él era de color verde, de un verde pálido iridiscente, de la cabeza a los pies: pelo, piel, ojos, así como su frondosa túnica. Uno de los actores le había dicho a Kelley que se llamaba Bob, pero al parecer era un actor del Método y había exigido que lo llamaran exclusivamente por el nombre de su personaje siempre que fuera maquillado y vestido como tal. Si no, amenazaba con abandonar la producción.

Actores chiflados.

Entre él y el igualmente exigente y muy inglés director Quentin St. John Smyth, Kelley empezaba a pensar que el Gran Avalón era una manicomio. Abrió de par en par las puertas del guardarropa, rebuscó en el colgador de faldas y se puso una por encima de los vaqueros, abotonándosela lo mejor que pudo con dedos temblorosos.

-> -murmuró-. No, no es eso…

Oh, Dios mío, ¿cuál es mi primera réplica?, se preguntó, frenética.

La Novena NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora