| I N I C I O |

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Entonces todo se trataba de ser un rey, y aunque la familia Min era humilde,  no por ello significaba que su reino también lo sea.

Por culpa de los pueblerinos sus terrenos se habían apartado ya hace varios siglos atrás, y si eso no era todo, las exigencias se volvieron cada vez más insistentes a las extrañas desapariciones que sucedían fuera del castillo.

Debido a tantas situaciones que los presentes reyes tenían que lidiar, decidieron hacer una gran barrera que separase al reino de su alrededor. Con ayuda de herreros y personas nobles que se daban el esfuerzo de trabajar para recibir algo a cambio,  el reino terminó siendo separado de otra manera perdiendo noción alguna de su alrededor. 

Desde ese suceso no había persona alguna que no se conociera, incluyendo a la realeza, porque cada veinte años se hacía cambio de rey y los herederos eran afortunados de elegir a una doncella para continuar la tradición, justo como todas las costumbres que se realizaban si a alguien le corría la sangre azul por sus venas.



[ XXI ]


Inclusive eso y la poca conexión que se tenía de superior a inferior, encontrar a un integrante del castillo era poco usual por las aldeas y chozas, era una de las cuantas reglas no salir del castillo al menos que lo amerite la sub-realeza o sino es parte importante del comité, cómo lo príncipes y ayudantes de alto rango que solo tenían permitido salir a vigilar y a escuchar las propuestas de la gente. 

En caso de los Min, poco es supuesta la interacción de ellos con el mundo exterior, y quiénes los conocían eran de lejos afortunados a pesar de las grandes exigencias que el castillo tenía para ellos. 

Aun así, un fiel corsel era digno de pertenecer al joven de la familia real, galopando entre las rocas de un mercado de finas rosas y exquisitos perfumes, lleno de gente, bochorno y necesidad.

Avanzando hasta el pequeño puesto de tarde, fue en el cual tomó un par de persimón y lo llevó a su bolsa, siendo su físico cubierto de boca y rostro por una manta de seda de la cual solo dejaba ver esos expresivos ojos que lo delataban.

—¡Min YoonGi!

El estruendoso grito lo hizo voltear entre tanta multitud, a punto de pagar lo que había tomado del puesto con un par de valiosas monedas que tenía a su disposición. Sino fuera por el arriesgado grito que, al ser llamado por su nombre, le erizó los pelos de punta.

—Quédese con el cambio, porfavor...

Se retiró no sin antes esbozar una pequeña sonrisa a la mujer de aspecto humilde que trabajaba para mantener a sus dos par de pequeños infantes, dejando ver parte de su rostro, llamando la atención de aquellos que estaban a su alrededor. 

Todos notaron la presencia del príncipe y antes de acercarse a él YoonGi se había subido a su caballo, galopando fuera de ahí, siendo escoltados por otros dos par de corseles que le siguieron el rastro al saber que se trataba del mismísimo príncipe de la familia Min.

Había roto una de las reglas y era no salir sin permiso del rey-su padre-, y menos siendo el único varón de la realeza que tomaría el trono mismo.  Siendo preparado para obedecer cada uno de los términos y condiciones que el palacio le otorgaba, incluyendo la tradición.

—El rey te lo ha dicho, ¿qué se supone que hacías?

Uno de los fieles escuderos del príncipe habló al llegar a la entrada principal del castillo, era pues, parte del liderazgo, saber donde se encontraba el príncipe y qué hacía en sus momentos en los cuales se escapaba de los cuatro muros que lo rodeaban, siendo ya costumbre suya de salirse sin previo aviso.

Anhelos Perdidos | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora