Capítulo 5: El reencuentro.

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Dos luces titilantes acuchillaron con mortal sagacidad la oscuridad en la que mis ojos cuidaban a mi subconsciente adormilado; los dos haces de luz, pronto se convirtieron en tres; luego en diez; y al final, un rayo entero y puro le regaló vida a mis ojos y mente, trayéndome de aquel sueño borrascoso, cuyas nebulosas me impedían ver bien lo que estaba frente a mí.

Poco a poco la silueta masculina de Robert cobró forma ante mi visión renacida; sus facciones, aunque tensas, no avasallaban a la sonrisa que luchaba por relucir tan sólo para tranquilizarme; sus dientes blancos brillaban en una alegría fingida, próxima a morir, pues mi cara no lograba reaccionar a esa felicidad poco contagiosa. Suspiré, echando un vistazo rápido a mi alrededor; me encontraba en el interior de un automóvil, quizás de Robert, pero eso no importaba ni me hacía sentir mejor: El miedo me tenía hecha presa del pánico.

— ¿Te sientes mejor? —pasó una mano áspera por mi piel escuálida, retirando algunos cabellos rubios de mi frente y mejilla izquierda. Sus ojos hurgaban en los míos, esperando encontrar algún indicio que le dijera como me sentía en realidad, pues sabía que mis labios le mentirían—. ¿Necesitas algo?

Abrí mi boca, pero nada salió de ella; al contrario, aspiré todo el aire posible para mantener la poca cordura que me quedaba bajo control.

—¿Lo, lo, lo vi-viste? —Alcé mi mano diestra tomándole de la corbata, nerviosa y desesperada. Mi mente me traía la última imagen que había visto antes de hundirme en aquella siniestra oscuridad; temía haberme vuelto loca de sólo recordarla...

La sonrisa de Robert se transformó de forma radical; primero en una sonrisa a medias; después en una mueca; y por último la seriedad se adueñó de su rostro, el más feliz que yo hubiera conocido alguna vez en mi vida. El miedo atenazó mis entrañas; todo indicaba que no había soñado. O que lo había soñado y definitivamente, me había convertido en una loca oficial.

— ¿Robert? —apuré, tirando suavemente de su corbata color azul marino.

—Lo dejé adentro —volvió la cabeza hacia las verjas abiertas del cementerio, que estaban justo detrás de él—. Di parte a la policía. No tardarán en llegar, así que lo mejor es alejarnos y dejar que las autoridades hagan su trabajo...

Dio un paso hacia atrás, con la intención de subirse a la parte del piloto del automóvil, pero lo detuve jalando de su corbata con fuerza, haciéndole quedar.

—Quiero verlo —pedí con apenas un susurro en la voz, y dos lágrimas botadas por las mejillas.

—Es..., peligroso... No sabes donde ha estado, si tiene miedo, si ha cambiado...

— ¡Por Dios, Robert! —El ardor de la rabia se adueñó de mi piel, acariciándola como una quemadura que me empujaba a explotar de enojo. Sus ojos leían los míos; no querían asegurarse de que estaba bien, sino... De los sentimientos que estaba engendrando, o despertando con aquella llegada.

—Es peligroso —remarcó con la mirada filosa, llena de advertencia.

—Incluso si viniera a matarme, se lo perdonaría. Fui tan... —hiperventilé cinco segundos, para evitar que las malditas lágrimas volvieran—. Déjame ir —hice ademan de levantarme, pero él me empujó con suavidad de nueva cuenta al interior del auto. Bufé, exasperada. No quería que se fuera.

— ¿Cómo supo que estabas aquí? —me puse a pensar, mirando su rostro algo serio—. ¿No te parece sospechoso?

Sí, me parecía. Pero tenía intensas ganas de verle.

—Es un actor, Robert. No un mafioso y tú tampoco eres precisamente un policía, así que déjame ir —ésta vez, le tomé de los hombros con apenas fuerza—. Por favor —supliqué, sintiéndome la peor escoria del mundo por tener que hacerle aquello a Robert. Sabía que no quería verme de nuevo acosada por el fantasma de él.

—Esperemos a que venga —propuso con voz fría, tomando mis manos con las suyas para sacárselas de encima—. Luego te dejo ir.

Se alejó sin decir más. Herido, probablemente, pero aquello no era mi culpa. ¿Qué sentiría él al ver a Susana después de años de no hacerlo? Y nunca le dije nada...Inspiré hondo, un tanto confundida; los mareos me asaltaban cada tanto, así como el ardor en el estómago debido a la falta de comida desde hace días... No me entraba. No podía comer sintiéndome un fracaso; no podía comer sabiendo que era cazada como un vil conejito. No lograba probar bocado al saber que Richie no volvería a probarlo por su cuenta jamás, y no me sentía capaz de pensar en comer ahora que había vuelto...

Alcé la cabeza a la verja del cementerio, justo a tiempo para verlo caminar en dirección mía; la ropa se le ajustaba al cuerpo; no parecía haber perdido peso, incluso diría que lo tenían bastante bien alimentado en donde le tenían; o quizás nunca estuvo secuestrado y sólo escapó del mundo entero un tiempo para pensar, y descansar sus heridas. No obstante, conforme fue acercándose más, mi desgastasa visión encontró que el rostro de Johnny Depp estaba demacarado, cansado, incluso podría decirse que en medio de su habitual seriedad un atisbo de fastidio relucía, haciéndolo lucir desgarbado.

Me puse en pie por inercia; mi voz se encontraba en el esófago hecha prisionera. No podía gritar su nombre, era como si estuviera ante un fantasma; el miedo seguía disminuyendo mi persona hasta quedar enjuta totalmente.

Johnny se detuvo a un metro de distancia. Nos miramos; él sin sus habituales gafas, y yo con los ojos entrecerrados debido al fuerte sol. Aquel encuentro de miradas parecía eterno; en la suya encontré misterio, confusión, y un animado toque de alegría. Me pregunté que encontró en los míos, pues sus labios rectos, tensos, se transformaron en una media curva pesarosa que me devolvieron un pedacito del alma al cuerpo. No tuve fuerzas para sonreírle devuelta; Ritchie se había llevadolos restos de mi sonrisa, pero si atiné a comenzar a caminar en su dirección; al principio lento, y finalmente, corrí directo a sus brazos que se abrieron para recibirme.

El abrazo fue extrañamente cálido; mis dedos se enterraron entre su camisa, aprisionando cada centímetro que mis yemas encontraran en su espalda. Hundí mi naríz en su cuello, sí, ¡yo sabía! Sabía que él había estado vivo todo este tiempo, que su mensaje en mi contestador no había sido mi imaginación. Era en ese momento donde sentía su corazón latir, que me sentía realizada y maldecía mentalmente todas esas terapias psicológicas que me habían forzado a olvidarlo. Pero nunca, nunca lo olvidé.

—Eres tú —fue todo lo que pude decir cuando logré encontrar mi voz—. ¿Cómo, como llegaste aquí? —apuré en su oído.

—Después —me respondió, acariciándome la espalda con el hueco de la palma de su mano—. A solas —continuó, separándose de mí, tomando mis brazos, para verme a los ojos—. Lo importante es saber que te encuentras en el mismo sitio donde te dejé, mi bella...Niña —Se acercó para colocar un suave beso en mi frente—. Ahora debo de irme —observó detrás de mi espalda, unos instantes, supuse que a Robert—. Aún lo tienes pegado a ti, ¿uh? —Asentí con las lágrimas cayendo por mi mejilla, ¡no podía creer! Que estaba hablándome a mí—. Aquí está mi nuevo número de móvil —colocó un pedacito de papel en el bolsillo trasero de mis vaqueros—. Márcame cuando tengas un momento para mí. Te veo pronto.

Todo pasó tan rápido, que no tuve tiempo de contradecirle, o preguntarle por otras cosas; su familia, amigos, ¿cómo lo había tomado el mundo? ¿Estaba el mundo siquiera enterado de que había regresado? Lo más probable era que no. En tal caso, eso quería decir que yo había sido lo primero en lo que había pensado en su regreso. ¿Así de importante seguía siendo después de tanto tiempo? Se alejó a través del llano, y no hice ademán de seguirlo. Lo entendía; necesitaba tiempo para procesarlo todo, así como yo.

Robert se acercó a mí con las manos en los bolsillos y el rostro descontento.

—Muy emotivo el reencuentro —comentó ligeramente bromista—. Ni los Backstreet boys tuvieron tanta emotividad.

Lo miré largamente, aún perdida en mis cavilaciones. Al final, terminé por abrazarle con vigor, intentando meterme en su piel para saber que pensaba, o que sentía, si sentía menos dolor que yo.

—Dime que ya tienes un plan de vida —me susurró Robb al oído, meciéndose de un lado a otro en aquel bello abrazo.

—Sí —aseguré firmemente—. Ya lo tengo. Volveré a los reflectores. Volverás a verme en revistas, Rob.

—Te encontrarán.

—Sí —constaté, abriendo los ojos, mirando por la dirección en la que Johnny había desaparecido con solo caminar—. Pero ésta vez ya no tengo nada que perder, y si mucho que ganar.

El presente es eterno. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora