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Michael no dejó que le invitara al café ya que había sido idea de él salir del hospital. No sé como se lo hacía, pero siempre era idea suya.

Carol se acercó a mi y me informó de que la operación seguía su curso, que iba a ser larga y complicada, pero que estaban haciendo todo lo posible para que fuera todo un éxito.

Me quedaban un par de horas todavía para acabar mi turno. A las nueve de la mañana podría salir del hospital, coger la línea de metro, llegar a mi casa, dejarme caer en la cama y dormir hasta que mi despertador indicara que ya era hora de volver a lo de siempre. La verdad era que no tenía ganas de nada de eso. Quería quedarme en el hospital. Junto a él. Junto a su cama hasta que despertara.

—Gia.

—Hola Erik.

—Acabo de subir hace un momento y Peter me ha levantado el pulgar. Parece que todo va bien.

—Carol me ha dicho lo mismo. Gracias.

—¿Vas a ir a verle?

—Esperaré a que acabe mi turno y subiré a ver que tal va la operación.

—Perfecto. Cualquier cosa, cuenta conmigo.

—Por supuesto.

Fui al vestuario a dejar mi chaqueta. Todavía no había podido quitármela, nada más entrar todo el mundo empezó a informarme de cómo estaba yendo todo y casi no me había movido de la puerta de entrada.

Saqué la bolsa que Michael me había dado y la metí en mi mochila, después se la devolvería a Michael, colgué la chaqueta en la percha de la taquilla y volví a coger mis cosas. Al salir fui a hacer la ronda y a comprobar que todo el mundo estaba atendido como es debido.

La señora Power me miraba con los ojos tristes. Era una señora mayor que pasaba la mayor parte del tiempo en urgencias debido a sus subidas y bajadas de azúcar, pasaba varios días en observación y cuando ya estaba estable, volvía a su casa.

—Buenos días señora Power ¿se encuentra bien?

—Si cariño. Es solo que estaba preocupada por ti. Hasta ahora no te había visto dar tu paseo de cada día y no sabía si estabas bien.

—Oh, si, claro que estoy bien. Solo és que hemos tenido complicaciones y hasta ahora no he podido pasar a verla. Estoy algo cansada.

—Deberías descansar un poco más. Haces muchas horas en el hospital y te veo cada día más delgada. ¿Ya te alimentas bien?

—Seguro que no. No suelo perder el tiempo en cocinar solo para mi, así que prefiero comer cualquier cosa que me sacie un poco y ya.

—Pero estás casada —cogía mi mano y miraba mi anillo, el mismo que no me había quitado después de tomar el café.

—Es una larga historia y ahora se me acaba el tiempo. Gracias por su preocupación, pero en serio que estoy bien. Nos volvemos a ver en unas horas ¿si?

—Perfecto cariño. Me ha alegrado verte.

Me despedí de ella con la mano y seguí controlando medicaciones y estados de los demás pacientes antes de acabar mi turno.

—Señorita Gia.

—Ben. ¿Que pasa?

—La señorita Mirna ya ha llegado para el cambio de turno. Creo que es hora de que se vaya a casa.

—Gracias Ben, pero no puedo irme a casa aún. Tengo cosas que hacer aquí. Ahora hablo con Mirna y le pongo al corriente de todo lo que ha pasado.

Mirna era quince años mayor que yo. Había aprendido de ella todo lo que sabía y le debía el puesto que tenía actualmente, por confiar en mi y por apostar que yo era la mejor candidata para el puesto.

—Hola preciosa. Ya he venido para que acabes tu turno. ¿Que tal la noche?

—Pacientes controlados y no mucho jaleo. Todo tranquilo.

—¿Estás segura? No me gusta la cara que haces.

—No Mirna, no estoy segura de nada ahora mismo.

—Me han dicho lo de James. No te preocupes por él. Le vamos a cuidar muy bien mientras tú descansas.

—Y te lo agradezco. Pero creo que me voy a quedar aquí a esperar saber algo más. Me quedaré con él. Necesito estar con él. Ahora mismo solo me tiene a mi y no quiero que despierte desorientado y sin tener a nadie que le explique lo que ha pasado.

—Se lo podemos explicar nosotros. Ya lo sabes.

—Y tú ya sabes a lo que me refiero.

—Lo sé. Está bien, haz lo que quieras. Puedes ir a verle sin problemas. Pero prométeme que descansarás.

—Te lo prometo.

Le dí un abrazo y volví a guardar mis cosas en la taquilla.

Fui al ascensor para subir a quirófano. Solté mi pelo por un momento. Llevaba horas con el pelo recogido en una cola y necesitaba soltar la tensión. Las puertas se abrieron y fui decidida pero casi sin ganas hasta el quirófano donde se encontraba James.

Michael estaba parado delante de la cristalera desde donde se podía ver lo que sucedía dentro.

—¿Ya has acabado tu turno?

—Si. He venido a ver a mi amigo. Ya casi acaban con la pierna. Va a parecer un Terminator con tanto hierro saliendo de su pierna.

—Deja de hacer el payaso.

—Por lo menos he hecho que te rías un poco. Peter me ha dicho que está yendo todo muy bien. Que va a necesitar mucha rehabilitación y que es poco probable que pueda volver a jugar. Pero, eh, podrá volver a caminar sin problemas.

—Eso está bien, supongo.

—Claro que está bien. ¿Vas a irte a casa?

—No, voy a quedarme aquí. ¿Tú que vas a hacer?

—Pensaba en quedarme también. Tampoco es que tenga nada mejor que hacer.

—Podrías salir y buscar a una chica que te quiera.

—Oh, vamos. Sabes de sobra que la única chica por la que me he interesado me la arrebató mi mejor amigo.

—Serás idiota... —reímos por un momento antes de volver la vista al quirófano—. Me estoy poniendo nerviosa.

—Si te soy sincero, yo también.

—No me ayudas Michael.

—No me ayudo ni a mi mismo.

Se acercó más a mi y me rodeó con su cuerpo dándome el abrazo que necesitaba desde hacía unas horas. Ahora si que me permitía llorar abrazada a mi amigo mientras miraba a mi todavía marido intubado, rodeado de cables, con una extirpación de bazo y una casi reconstrucción de su pierna izquierda. Y ni siquiera sabía que podía decirle cuando se despertara. 

—Ya está bien señorita. No se puede llorar así a este lado del cristal.

—Michael... sabes que te quiero mucho, ¿verdad?

—Lo sé Gia, lo sé. Creo que por eso, y solo por eso, me soportas tal y como soy.

—Eres mucho más que cuatro chistes malos. Gracias por estar aquí hoy. Gracias por salvarle la vida.

—Gracias por haberle subido tan rápido a quirófano.

Me aparté de él y fui a sentarme a una de las sillas que había en la sala de espera más cercana. Michael me siguió de cerca. Por lo visto decía en serio lo de que no iba a marcharse a ningún lado.

Las horas pasaban muertas. Ya no sabía cómo ponerme en la silla. Nos levantábamos cada poco y paseábamos por el pasillo. Nos tomamos un par o tres o quizá cuatro cafés de la máquina, malísimos pero necesarios. Solo nos quedaba esperar. 

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