Me contaron que advirtieron a mi madre muchas veces y muchas personas que no se casara con el, sin embargo aún así: Se casaron.
No había presupuesto para un gran celebración así que el convite se celebro en casa de mis abuelos maternos además fue una boda civil. No sé que hicieron después ni a donde fueron de luna de miel, pero lo que sí se es que a los veinte días de estar casada, ella quería irse.
- Mamá, hoy ha hecho algo muy raro, estoy asustada.
- ¿Pero que ha podido hacer?
- Pues que se ha enfadado y ha roto un espejo dándole un puñetazo.
- ¿Estas segura que lo ha hecho a conciencia? ¿No lo ha hecho sin haberse dado cuenta?
- Que no, mamá. Quiero irme a casa. Tengo miedo de estar aquí.
- A ver, hija, tu puedes venir aquí cuando quieras pero ahora es tu marido y a lo mejor sólo ha sido un momento. No puedes dejar la casa así como así.
- No lo creo, mamá. Tengo una mala espina...
- Te avisaron, María José. Te avisaron que era un mal hombre y seguiste adelante. Fui una de las que intentó persuadirte porque, a pesar de todo, no me daba buenas vibraciones pero como para llevarte la contraria.
- Que sí, que todo eso lo se... Per bueno, nada. Ya veré lo que hago.
- Debiste haber tenido más cabeza.
- ¡Muy bien, mamá! Déjalo ya. Te llamo mañana.
- Vaya los humos. Sí, anda, hasta luego.
Esa noche alguien pensó que no vería amanecer.