El verdadero poder II

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Aang estaba algo confuso, y al principio no supo por dónde empezar. Finalmente, se puso en guardia e inició con una serie de ataques continuos de aire-control, todos repelidos por la espada de Zen.

— Prepárate Avatar — dijo el samurai —, ahora iré a por tí.

Aang volvió a atacarlo con fuerza, y se llevó una sorpresa al ver que Zen podía "desaparecer" en cada golpe de aire que le lanzaba, y reaparecía siempre a sus espaldas dándole un puntapié en cada ocasión. Por fin, Aang se rindió, y el guerrero puso cara de satisfacción.

— Nada mal Avatar — le dijo Zen —, pero me temo que tampoco conoces el máximo poder de tu elemento, el aire. No dudo que dominarás el estado Avatar algún día, pues eres observador y aprendes rápido. Creo que lo primero que aprenderás será a esconderte tras el viento.

— Gracias maestro Zen — le contestó Aang, haciéndole una reverencia que el guerrero correspondió

— Tu turno joven Zuko — le dijo al príncipe señalándolo con la espada. Zuko se levantó y, como quería demostrarle su superioridad, de inmediato le lanzó dos grandes lenguas de fuego, que terminaron enredadas en la hoja de la katana de Zen.

— Eso no es honorable, amigo Zuko — le dijo complaciente —. Pero, si así lo prefiere...

Zen le reenvió a Zuko el fuego con que lo atacara, y él mismo se lanzó tras las lenguas con la katana por delante, haciendo que Zuko se asustara y luego se enfadara más. Al ir transcurriendo la pelea, Zuko se iba enfureciendo demasiado, y comenzaba a lanzar ataques al azar, cosa demasiado peligrosa para los que los veían. Finalmente, Zoko terminó agotado, y ya sin energía no le quedó de otra que rendirse.

— Grandiosa demostración de poder joven Zuko — dijo Zen acercándose al príncipe —, pero fue aún mayor la demostración de insensatez. No debe permitirse ser tan visceral, y comenzar a pensar con la cabeza bien fría. Su afán de vencer a toda costa le puede costar un precio muy alto joven Zuko, espero que esté listo para pagarlo, a menos claro, que comprenda mis palabras.

— Bien (puf) — dijo Zuko cansado —, te escucho (puf, puf).

— Sólo si piensas bien en tus ataques — dijo Zen —, podrás pensar en vencer a tu padre o a cualquier adversario, por poderoso que sea. Ah, y por cierto, tú tampoco conoces el máximo poder de tu elemento, así que tendrás que aprenderlo. Quizá te sirva para más que sólo la guerra.

Zuko se quedó pensativo, mientras el guerrero se dirigía hacia Sokka.

— Tu turno, joven guerrero.

— Perdón, pero escucha Zen — le dijo Sokka sin levantarse —. Por lo que acabo de ver, me parece que nos conoces bastante, y que sabes mucho sobre defensa y ataque. Mis amigos son mucho más fuertes y poderosos que yo, mientras que por mi parte sigo practicando y aprendiendo el arte de la espada, pero no me siento como un rival para ti. Por eso creo que yo no tengo nada que mostrarte que tú no conozcas ya.

Zen escuchó cada palabra en silencio. Sin que Sokka se percatara, puso su mano despacio en la empuñadura de su katana, y dio un prodigoso salto librando al moreno y cayendo de pie frente a Toph y Aang. En cuanto tocó el piso desenvainó su espada, y amenazó con ella a los dos amigos. Aang instintivamente cubrió a Toph, pero el golpe de la katana nunca llegó, pues Sokka lo había detenido con su propia espada.

— ¡¿Oye, qué te pasa, estás loco?! — le gritó Sokka enfurecido — ¿Qué pretendes?

Por toda respuesta Zen volvió a saltar, esta vez hacia atrás, para dirigir su ataque sobre Katara y Zuko. Ellos, aunque sabían que tal vez no le serviría se pusieron en guardia, pero Sokka volvió a alcanzar a detener el ataque del samurái. Esta vez el moreno lo miró enfurecido, y se abalanzó sobre Zen, quien lo recibió listo para pelear. El duelo de espadachines dio inicio.

Avatar, la leyenda de Aang: Los dos hermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora