El príncipe despertó en un mueble blanco. Por la habitación pasaba una gran cantidad de cortesanos metidos cada uno en sus actividades designadas.
Felix se reincorporó, y pensando que ya estaba en otro plano de la vida, decidió hablarle a alguno de los muchachos que por allí pasaba.
- ¿Es esto el cielo? - se escuchó la dulce voz del pelirrojo.
- No señor mío, todo esto es real y por orden de nuestro amo, también es suyo- sonrió con gentileza antes de hacer una pequeña reverencia para continuar con sus labores.
Sin poder contener la curiosidad, empezó a pasear por todo el lugar, apreciando las fuentes, flores, y demás decoraciones que habían. Se sentía asombrado, aunque en su palacio también habían estos objetos, no comparaban su belleza con la de aquel lugar, todo parecía de ensueño y empezaba a cuestionar el hecho de que aquel empleado de antes le hubiera podido mentir.
Embelesado por el lugar, no se percató del paso del tiempo hasta que el último rayo de sol dejó de reflejarse en el pequeño arroyo. Se dirigió a un cuarto asignado por los propios cortesanos, y se dispuso disfrutar de su cama y la comodidad que esta le proporcionaba.
La poca luz del farolito sobre la mesa de noche se esfumó repentinamente, y en el inmenso silencio se podían escuchar unos pasos ligeros. Decidió relajarse con la idea de que era de alguno de los muchachos que allí servían, pero aquella idea se esfumó al sentir como se hundía la cama debido a una presencia a su lado.
Con el corazón en la boca, preguntó "¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?"
"Soy el dueño de este palacio; un ser horrible. Pido que ignores mi presencia, ya que solo me encontrarás por las noches, cuando la luz no llegue a ningún rincón, podrás disfrutar de cada uno de los bienes de mi hogar, con la única condición de que no intentes encender la luz para ver mi rostro. Por ahora solo descansa" - Pensando en las palabras de aquel ser a su lado, fue cayendo en brazos de Morfeo.
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