Habían pasado dos semanas desde lo ocurrido y cada día la curiosidad lo carcomía un poquito más.
Una noche sin poder más con la curiosidad, decidió esconder un cerillo bajo la almohada, para encender aquel farolito.
Pasada la media noche y sintiendo que su amado estaba profundamente dormido, se sentó en el borde de la cama, prendió el artefacto que luego acercaría a su acompañante. Preparado para ver a ese "horrible" ser que lo había enamorado, abrió los ojos llevándose una gran sorpresa.
La luz iluminaba su rostro, permitiéndole ver cada una de sus facciones. A los ojos del joven príncipe, era el hombre más guapo que había visto, se sintió levemente enojado por todas las mentiras que el hombre le había dicho sobre su aspecto, claramente sin olvidar que se había enamorado de él sin haberse visto influenciado por aquel embelesador aspecto.
Se encontraba tan concentrado apreciándolo que no se dio cuenta que unas gotas de aceite comenzaban a resbalarse por el farolito y dejando caer una de ellas en el rostro del muchacho despertándolo.
Asustado por no saber como reaccionaría al darse cuenta que había hecho casi omiso a la única condición que le habían puesto, atinó a soplar la pequeña llama y a correr lejos de aquel cuarto.
Felix, sin tener idea de que hacer, tiritando de nervios, se apoyó en una de las tantas fuentes del palacio y sin dejar de llorar, se quedó dormido.
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