El león y la serpiente

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En un reino a las afueras de las tierras sagradas, la familia real estaba compuesta por la rama Leonida; León era un rey justo que se esmeraba en mantener a su pueblo en la abundancia y la paz; aunque era una tarea compleja, lo lograba gracias a su pacto con la gran hechicera alvina; como todo era paz y tranquilidad en el reino; la corte no se reunía con más objeto que disfrutar de la abundancia que la hechicera mantenía en el pueblo, gracias a este hermoso ambiente, las relaciones entre los diferentes puestos de poder existentes era pacífica y tal vez, algo más que fraternas pues Serpiente era una emperatriz renombrada y respetada en la corte de León y, aunque nunca fue pronunciado en voz alta, toda la corte estaba enterada de su creciente y fanático amor por León. Serpiente era la futura reina que todo el pueblo esperaba; era amable, inteligente y elegante, y León tenía un creciente interés en desposarla. Podría decirse que en este reino todo era felicidad; más una persona no estaba para nada interesada en obtener una Reptilia como nuera. Estaba claro que desacreditar a Serpiente era imposible, era intachable, era un ángel; entonces, en un acto de desesperación, la antigua reina pagó a un grupo de mercenarias hienas para que se encargaran de la desaparición de la emperatriz.

Como era de esperar, el reino no tomó bien la noticia de la desaparición de su futura reina; movieron cielo y tierra, apoyados por León, para poder encontrarla; pero, como era de esperar, nadie pudo hayarla.

Pasaron los meses de eterna vigilia del reino, todos esperaban que su amada emperatriz regresara, León no dormía, solo sabía esperarla sentado en su trono; pero ante toda la tristeza que se apoderaba del reino, la antigua reina seguía produciendo su maquiavélico plan de mantener su linaje puro, por lo que, al cumplirse el año de la desaparición de la emperatriz Reptilia; la antigua reina logró convencer a León de que se casara con Gacela, una hermosa y sumisa princesa de un pequeño vasallaje que se encontraba a la orilla del rio. Aunque la nueva reina no fue aceptada al principio; su presencia poco a poco se convirtió en algo insignificante; tenía belleza, sí, pero era vacía, parecía un trofeo que poner en el trono contiguo al de León. Aunque Gacela era una esposa entregada y leal, todo el reino sabía que León seguía esperando a su amada Serpiente; pero, el tiempo seguía pasando y León no se hacía más joven: tenía que ofrecer un heredero al trono. Por ende, se vio obligado a consumar el matrimonio con Gacela y, de ese matrimonio impuesto nació una hermosa leoncita.

Cuando la antigua reina vio cumplido su objetivo liberó a la Serpiente; los años en prisión no le habían sentado bien, parecía otra persona completamente y, cuando se presentó al palacio, antes de presentarse con León, pudo atisbar a su amado jugando con una pequeña bebé, feliz... sin pensar en ella. Serpiente se llenó de tristeza y desamor, más que la rabia, su corazón estaba inundado por la tristeza, él no la había esperado; se secó las lágrimas con furia y salió del castillo. Si su amado había seguido tan fácilmente sin ella, Serpiente también podría. Aunque había estado en la oscuridad por años, su reputación y belleza natural le permitieron contraer matrimonio con el príncipe Tigre; un noble y acaudalado príncipe de un reino cercano. La Serpiente siente como trabajo su matrimonio, y este sentimiento le provoca culpa. Tigre es el esposo más cariñoso y benevolente que pudo haber conseguido y, esta culpa la lleva a esforzarse en darle un heredero a su marido y así, es como nace un pequeño tigrillo, que trae felicidad a Serpiente por primera vez desde que fue liberada.

Entonces podríamos decir que ambos fueron felices para siempre, pero los rumores se expanden rápido, y todo el reino suponía que aquellos cachorros terminarían siendo pareja; Serpiente no permitiría que su hermoso tigrillo pasara por lo mismo que ella por lo que, se encargó de que su retoño nunca cruzara camino con la hija de León; tarea que no fue complicada ya que León quería evitar que su hija viviera con el eterno dolor de no poder estar con su amado. Entonces, los pequeños frutos del amor prohibido crecieron felices pero incompletos; aunque eran jóvenes y, no conocían la tragedia que sus respectivos padres habían sufrido por aquel hermoso sentimiento del que siempre hablaban sus compañeros, sus corazones les repetían cada día que algo hacía falta.

Un amor de leyendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora