Fragmentos de un Amor Perdido

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No logro comprender el misterio de este sentimiento persistente, pero la verdad es ineludible: ella permanece en mi mente, indiferente al paso del tiempo, días que se convierten en meses, dejando una sensación de vacío, una ausencia que grita en silencio, afirmando que ella es la pieza perdida de mi felicidad.

Esta paradoja de emociones es compleja en su esencia, pero simple en su verdad: estoy convencido de que están destinados a estar juntos, ella con él, y yo, atrapado en el recuerdo de lo que fue. No solo me encuentro pensando en ella, sino también en él, aquel que siento que me la robó de las manos...

Es una realidad dolorosa, pues ella era mía, y en ese entonces, lo tenía todo; era feliz, me amaba, pero, a pesar de eso, me dejó. Acepto mi responsabilidad, la mayor parte de la culpa es mía. Sin embargo, en lo más profundo, siento que nuestro final no debió ser así.

He caminado por un sendero marcado por errores, actos que ahora veo como imperdonables. A pesar de todo, creo que nuestro cuento no debió cerrarse de esa manera. Soy consciente de mis fallos, reconozco que no fui el mejor compañero, ni el más apasionado amante, pero mi amor por ella era verdadero...

El verdadero error fue mi tardía realización, en el momento en que ella ya no estaba a mi lado.

Hoy, en la calma de mi rutina laboral, por alguna razón desconocida, ella invadió mis pensamientos nuevamente. Pensar en ella ahora implica también pensar en él, su nombre, su apellido, todo me remite a ella. En estos momentos, solo puedo rememorar la felicidad que compartimos, y parece increíble que aún me cueste aceptarlo. Es como si estuviera atrapado en un sueño del que espero despertar. Pero la dura realidad es que no hay despertar de esto, no es un sueño, sino la vida real, un reflejo de mis actos y las consecuencias de mis decisiones. Es un sendero difícil y tortuoso, verdaderamente desgarrador, y es ahora cuando me doy cuenta, con toda certeza, que sí, eras tú.

Sí, sí eras tú, porque a través de los años, en la penumbra del tiempo que insiste en avanzar, mi mente te dibuja con trazos inmutables, eternos. Tu imagen, ajena al desgaste del tiempo, sigue siendo tan nítida y hermosa como el día en que el destino decidió que nuestros caminos se separaran. Sí, sí eras tú, porque en el desfile constante de rostros y encuentros, en la multitud que busca llenar el vacío, eres tú quien emerge, invariable, una constante en el caos de mis pensamientos, un faro en la oscuridad de mi olvido.

Sí, sí eras tú, porque a pesar de las vidas que hemos construido por separado, de los mundos que ahora habitas —madre de dos estrellas que iluminan tu universo, compañera en los brazos de otro—, en los rincones más recónditos de mi ser, te sigo deseando con una fuerza que desafía la razón. Sí, sí eras tú, porque las palabras que una vez intercambiamos, "la distancia une aún más a las personas que se quieren", se han convertido en mi mantra, en el eco de una promesa que el tiempo no puede borrar.

Sí, sí eras tú, porque no importa cuántos años se acumulen en nuestra cuenta, la idea de verte de nuevo, de cruzarme contigo en una calle cualquiera, hace que mi corazón salte, esperanzado, anhelante. Sí, sí eras tú, porque en mi pecho aún guardo un espacio vasto, un santuario dedicado a ti, donde cada paso que diste dejó su huella, donde cada sonrisa tuya construyó un altar, y cada palabra tuya resonó como un mantra sagrado.

Sí, sí eras tú, porque recordarte no solo me sumerge en un mar de tristeza y nostalgia, sino que también enciende una chispa de esperanza, la posibilidad remota pero hermosa de reencontrarnos. Quizás en otra vida, en otro tiempo, en otro espacio, donde las circunstancias nos sean más favorables, donde el destino nos permita retomar lo que una vez fue interrumpido.

Sí, sí eras tú, porque cada canción que escucho, cada lugar que visito, cada experiencia que vivo, de alguna manera me remite a ti, teje tu esencia en la tela de mi día a día. Y es en esos momentos, en esos instantes fugaces de conexión invisible, donde siento que, a pesar de todo, de alguna forma, aún estás conmigo.

Sí, sí eras tú, porque incluso ahora, cuando la razón me dice que debo avanzar, que debo dejar atrás lo que fue y concentrarme en lo que será, mi alma se rehúsa a escuchar. Se aferra a la dulce melancolía de lo que tuvimos, al recuerdo imborrable de tu risa, de tus ojos, de tu voz.

Y si por algún capricho del destino, nuestros caminos se cruzaran de nuevo, si la vida nos diera una segunda oportunidad, aunque sea por un breve instante, no dudaría en acercarme a ti, mirarte a los ojos, y decirte, con toda la certeza que ha forjado el tiempo y la distancia entre nosotros, "Sí, sí eras tú". Porque a pesar de todo, a pesar de la vida y sus vueltas, a pesar de los años y las lágrimas, en lo más profundo de mi ser, siempre lo supe, y lo sé ahora más que nunca: sí, sí eras tú.

Me llena de una alegría agridulce saber que has encontrado tu camino hacia la felicidad, ver esa sonrisa que siempre supo iluminar mis días más oscuros. Desde la distancia, te observo, te sigo, no de manera intrusiva, sino a través del tenue reflejo que las redes sociales me permiten de tu vida. A través de ellas, soy testigo de tu evolución, de cómo la belleza que siempre vi en ti se magnifica con el tiempo, cómo te desenvuelves en tu mundo. Recabo noticias tuyas a través de los ecos que tus familiares dejan caer, manteniéndome en un discreto segundo plano, siempre presente pero invisible, como una sombra que no desea perturbar tu luz.

Eres la única persona en este vasto mundo que, si me diera la más mínima señal, si me pidiera volver a intentarlo, no dudaría ni un segundo en decir sí. Mientras dejo fluir mis pensamientos y plasmo estas palabras, me golpea la realidad de que jamás amaré a alguien como te amo a ti, de que jamás me sentiré completo sin tu presencia a mi lado. No importa cuántas alegrías crucen mi camino, cuántas bendiciones la vida decida otorgarme, en lo más profundo de mi ser, permaneceré siendo tuyo. Y tal vez, en los universos paralelos de mis sueños, tú también sigas siendo mía.

Reconozco que el desafío de volver a verte no es pequeño; los kilómetros que nos separan miden más que meras distancias, miden las vidas que hemos construido aparte. Sin embargo, cada día me siento más cerca del día en que pueda, finalmente, estar frente a ti. Trabajo incansablemente, no solo en pos de mis sueños y metas personales, sino movido por la fuerza de una meta que supera todas las demás: tú.

Me doy cuenta, con una claridad que atraviesa el velo de la distancia y el tiempo, que no es imposible volverte a ver. La distancia, aunque vasta, es solo un número, un obstáculo temporal en el gran esquema de lo que estoy dispuesto a hacer por nosotros. Con cada logro, con cada paso adelante en mi carrera y en mi vida personal, me acerco un paso más a ti, alimentado por la esperanza de que, en algún momento, nuestras vidas puedan converger una vez más.

Esta revelación, este reconocimiento de que tú eres mi verdadera meta, es lo que guía cada uno de mis días. Porque a pesar de los años, de los cambios, y de las nuevas realidades que ambos enfrentamos, en el núcleo de mi ser, sé que mi camino, de alguna manera, siempre me llevará de vuelta a ti. Quizás no hoy, quizás no mañana, pero en algún momento del futuro, con la esperanza de que cuando ese día llegue, pueda mirarte a los ojos y decirte, sin sombra de duda, "Sí, siempre has sido tú".



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⏰ Última actualización: Feb 20 ⏰

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