El titiritero

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La manta me rodeaba todo el cuerpo, acariciando suavemente mi cara como nadie lo había echo. La chimenea rugía con la fuerza de mil leones, mientras desprendía todo el calor de su ira. El pequeño candelabro ya temblaba, dejando al fuego caer poco a poco en forma de cera ardiente. El invierno me susurraba al oído y yo como perrito faldero, le hacía caso tanto como podía. Él, me lo agradecía no dejando pasar el frío por mis venas.

Esa noche, mis padres no se encontraban conmigo en casa. Solo quedábamos mi pequeño perro de apenas dos años de edad y yo al lado de la gran torre de ladrillos que desprendía calor. Mi querida chimenea.

Se me hace bastante raro pasar un día entero sin mis padres. Pero si se trata de un día cuando el sol se pone, es si aún es posible más tenebroso.
A veces, me da la sensación de que las paredes se caen ante mí, como si quisieran atraparme.
Por suerte, eso solo es producto de mi imaginación. Al igual que mi "visitante nocturno" o como se llame.
He leído muchas historias sobre este señor y finalmente he comprendido que es bastante casual en la sociedad. A veces, él no se presenta para darme las buenas noches o para levantarme, pero la angustia se apodera de mi mismo ser. Es lo que tiene la parálisis del sueño.
Me acuerdo de un pequeño libro que leí hace años, cuando esto de que un señor imaginario se metiese a mi habitación por la noche me aterrorizaba. Como lo
sigue haciendo ahora.

En sus primeras páginas, hablaba de síntomas y qué la puede causar. En otras páginas, más o menos a mitad del libro, comentaba su significado, qué era y remedios o soluciones.
Pero lo extraño venía al final.

Para ponernos en situación, el libro tenía unas dimensiones de 18 cm. por 7 cm., y estaba repleto de folletos de venta en cada página que pasabas, ya que era de mi abuela, que se ocupaba de este oficio. Su portada, era azul marino, con diferentes rayas cromáticas, en posición vertical.
Sabiendo esta información, abrí el libro y fui leyendo todo lo que no estaba destintado, hasta llegar a las dos últimas páginas. En ellas, se trataba el tema con un ejemplo de un niño. Él, tenía aproximadamente 8 años, cuando descubrió su problema.
Todas las noches dormía agarrado a su osito, que poseía una cruz cosida en el medio del torso. Un día, el niño estaba como de costumbre, durmiendo al lado de su cariñoso osito.
De repente, una corriente de aire entró en la habitación, y el niño se vió obligado a cerrar la ventana si no quería coger un resfriado.
Soltó al osito, y entre la oscuridad y la severa miopía del chico, el oso se cayó al suelo. El niño, sin saber cómo cogerlo, tuvo que buscar sus gafas, que, como normalmente, estaban en la mesilla de noche. Por suerte, las encontró, y se dispuso a encontrar al pequeño osito con sus ojos ya acostumbrados a la oscuridad. Miró, donde suponía haberlo dejado, pero no había ni rastro. Estuvo buscando alrededor de veinte minutos al oso de peluche por su habitación.
Después de esto, solo puedo decir que el pequeño oso asomó la cabeza por debajo de la cama. Pero no se encontraba solo. De hecho, aquel hombre lo estaba agarrando como si de una marioneta se tratase. Desde ese momento, no se sabe nada del muchacho.
Muchas personas dicen, que usa a este diminuto peluche apuñalado, para entretener a los niños que pasan por su ciudad, no identificada, pero ubicada en Reino Unido.
Dicen, que suele contarles bonitos relatos de princesas y caballeros, pero poco a poco, comienzan a cambiar.
Las princesas, en vez de cabellera tienen serpientes. Los caballeros, en vez de ojos, canicas.
Y sigue con esta extraña técnica hasta hacer pensar a algunos niños que la realidad no es la que conocen. Que todo es una simulación. Una vez llegó a tal punto que les dijó que esa noche les visitaría a cada uno de ellos.
Y por desgracia, así lo hizo.

Miré la última página de reojo, ya horrorizado por las terribles intervenciones de este señor.
A mi parecer, todo era normal en esa edad. Solo se trataban de dibujos. Pero todo el miedo restante llegó, cuando al cerrar el libro, mis manos no llegaban a sus bordes, y su portada ahora era en su mayoría negra, con una gran cruz roja en el centro.
Dejé el libro sobre un estante de piedra, y más tarde, volví con un mechero.
Esta vez el libro se encontraba al lado de la puerta que daba al patio trasero.
Sinceramente, no sé si fue una señal. Si fue un espejismo. Ni siquiera si fue la realidad.
Pero mi mirada se abalanzó sobre la ventana que permitía ver esta parte de la casa.
Entre toda la lluvia de aquel día, se distinguía una silueta entre el cristal y el final del patio.
Un hombre, de una altura media para un humano, me saludaba como sabiendo que yo estaba allí. Su gran sonrisa de oreja a oreja inundaba toda la explanada. Pero sus ojos y su siniestra y tenaz mirada lo secaba todo a su paso.
Parecía una sombra.
Despacio, comenzó a acercarse a la puerta. Mi corazón iba a mil por hora y todo mi cuerpo parecía pesar más y más.
Ya le faltaban tres pasos... dos... uno...
-Toc, Toc-dijó el señor con voz ronca.
-Toc,Toc, Toc-volvió a decir, pero esta vez con una tesitura más suave y aguda.
-¿Está abierto?-preguntó subiendo el tono de voz.
-No-le contesté.
-¿Seguro?
-¡No!-volví a afirmar a la vez que negaba.
-Un amigo me ha dicho que te quiere ver-me dijó con mala intención, golpeando la ventana.
Al mirar a través de ella, no había absolutamente nada.
La puerta, rechinó, y un objeto bastante suave me tocó la espalda. Poco tardé en darme cuenta de que aquel objeto, era un osito de peluche. Me acarició suavemente, como si quisiera hacerme dormir por los siglos.
Antes de los diez segundos de caricias, me encontraba desmayado, tendido sobre el frío suelo.

Según mi madre, estuve en coma varios días, hasta que desperté en el hospital. Cuando me levanté, estaba bien, sin ninguna secuela, ni tampoco dolores.
Solo había un dibujo de una estrella tallada en mi espalda.
Mis padres se alegraron de que siguiese en aquel mundo con ellos. Al igual que lo hice yo.
Hay una cosa que no me gustó, y fue el osito que mi padre me compró al poco de estar en camilla. Parecía, como si me observase constantemente.

Solo había un percance...
Hasta que me diesen el alta, faltaba tiempo.

(Continuará)


"Al fin y al cabo, todos somos marionetas, en un cruel mundo, el cuál nos da varios hilos a elegir. Sin tener gran utilidad en el universo. Solo queriendo entretener. Encerrados en nuestra gran esfera de materia."


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