1. Despedida

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                            1.

Recuerdo de niña que lo que hacía cuando tenia miedo, era cerrar mis ojos y contar desde 10 hacia atrás, para calmarme e intentar hallar tranquilidad a cada segundo que pasaba. Pero, ya con el tiempo, esa técnica, me parece pátetica e inservible, no podemos escapar de lo que tememos, tarde o temprano, tendremos que enfrentarlo.

Y eso es lo que estoy por hacer.

Mis manos sudan, mi tranquilidad y seguridad se ven comprometidas por la reacción que tenga él con mi decisión, no le gustará, pero ya no pienso dejar que me toque a su gusto y yo no tener voz en esta relación.

Miro mi maleta, encima de su sofá, pequeña y con algunas de mis cosas, me pone de los nervios lo que sucederá; si para escapar de él, tendré que parecer una zona de guerra, por las cicatrices y heridas. Escucho que alguien introduce la llave en la puerta, mi corazón palpita con más rápidez, mientras dirijo mi atención hacia la puerta.

Se abre, él entra por ella, con un maletín en una mano y la corbata floja, su cabello desarreglado y... un chupón en su cuello. Suspiro con dolor, no me gusta marcar a alguien, no necesito hacerlo, si él supiera que tengo algo más significativo que mi cuerpo, no tendría ese chupón. Deja el maletín en la entrada, junto con su americana, se acerca a mi, con un evidente cansancio en su rostro. Rodea mi cintura con sus brazos, y besa mi mejilla, rápidamente.

—¿Qué hay de comer?—pregunta mirando la cocina.

Trago saliva.

—¿Y esa maleta?—su tono sereno, cambia a gélido.

Retira un brazo de mi cintura, agarra mi brazo con excesiva fuerza, gimo con dolor.

—S-suéltame.—mi voz sale asfixiada.

—¿Pensabas dejarme?—aprieta sus labios en una línea.

Un nudo se hace en mi garganta, impidiéndome responder. Tensa su mandíbula ante mi silencio, su mano hace contacto con mi mejilla.

—¡Ah!

—Cállate.—gruñe frío, todo rastro de cálidez en sus ojos desaparecen.—Después de todo lo que hice por ti, es así como me pagas.—rencor, rencor tiñe su voz.

—Y-yo...

—Antes de que te saque a patadas de aquí, te diré algo.—dice en mi oído, me estremezco.

—¿Sabes porqué tardaba en llegar todas las noches?—dice, soberbio.—¿Ninguna idea?—se burla.

Lo miro enojada y con mis ojos ardientes, las lágrimas distorcionan mi vista de él. Sonrie con descaro.

—Sí que eres estúpida.—bufa.—Cada noche, mientras tú jugabas a la casita en un mundo feliz y lleno de cosas que yo te pagaba, mi necesidad era más fuerte que mis sentimientos por ti, ya te puedes ir haciendo la idea de a lo que me refiero, ¿no?

Non GrataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora