En el hospital en el que estuve más tiempo, fue el primero de todos. Recuerdo que llegué allí, vi a una señora que gritaba no se que de su hijo. Las auxiliares me llevaron a mi habitación, 112. Irónico, ¿no? Había una señora sentada en la mesa frente a la cama, la auxiliar le llamó Pilar. Me miró mal y salió de la habitación sin darle tiempo a la trabajadora a presentarme. Se disculpó por ella.
Tras instalarme, fui a echar un vistazo a aquel lugar lleno de oligofrénicos. Había una señora que hablaba con la televisión apagada, estaba muy gorda y parecía completamente inofensiva, se llamaba Charito.
Fui a la zona de fumadores, había un señor bastante mayor que leía el periódico. Me senté, había una cajita pegada a la pared con un mechero de cocina. A los que no nos daban mechero, que eramos casi todos, teníamos que encendernos los cigarrillos allí.
Llegó una niña, aparentaba catorce años, pidiendo un pitillo a los que estábamos allí. Yo se lo di, y ella parecía que se había quedado en la mesa por compromiso. No mediamos palabra, ella estaba nerviosa, le temblaban las piernas. Cuando se acabó el pitillo tras mirarme y analizarme varias veces, se levantó y se fue.
Yo hice lo propio pues no había nada que ver allí.
Un día, un señor cogió su cigarrillo recién encendido y se lo metió entero del revés en la boca, yo me quedé boquiabierta. Fumaba con el pitillo dentro de la boca sin miedo a quemarse, yo lo intentaba pero me era imposible.
Había una señora medio hippi que estaba siempre con cara larga, me recordó a la tía solitaria de Alicia, pero en moreno. Era alegre y muy mona. Pero la tristeza en sus ojos se podía percibir desde la otra esquina del hospital.
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No mires atrás
Non-FictionPequeño relato donde se hallan los miedos, la realidad, el amor verdadero al que todos tememos, aguantar aunque te cueste.