Blanco, negro y rojo

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Soy crackshiper, gente, ya saben.

¡SÍ SOY CAPAZ DE ESCRIBIR FLUFF NORMAL! 

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Había un cuento, Benihotaru lo había leído antes, se llamaba "Blanca Nieves". Era un cuento de princesas, el demonio no era un ávido de la lectura, no como Envi y menos de la fantasía irrealista sobre finales felices y príncipes y princesas. Había peores destinos que quedar inconsciente por una manzana envenenada; Benihotaru podía pensar en algunos con poco tiempo y serían más creativos.

No recordaba mucho del cuento, no le prestó la debida atención o siquiera fingió dársela. No recordaba el final, pero sabía que la princesa fue rescatada y estaba casada con su príncipe. Ni se esforzaba en recordar la historia; sosa y repetitiva. Pero sí recordaba algo.

Era algo simple, que se decía pronto en la historia y que se hacía referencia a lo largo de la misma. Una descripción, era simple, corta y directa. Benihotaru la aprendió pronto, rimaba y era contagiosa y podías estar murmurándola.

"Piel blanca como la nieve, labios rojos tal cual carmín y cabello negro como la noche", recitaba el libro. La reina estaba celosa por eso, recordaba, que la reina odiaba que Blanca Nieves fuese tan hermosa y descrita con tanto amor y devoción. Benihotaru no era poeta, no era literato, pero le agradaba la elección de palabras.

Benihotaru no era romántico, no sabía cómo, no podía, y solía ser reñido por sus camaradas que estaban casados; así jamás encontraría pareja. No daba flores, no daba chocolates y menos versos de amor.

—Tu piel es tan blanca y fría, como la nieve—. Dijo, voz suave y vaho creándose frente suyo. Sus mejillas y nariz teñidas de rosa.

Helaba, era un hartazgo caminar por la nieve y agradecía que habían limpiado la entrada del castillo; no quería que sus nuevas botas se ensuciaran y menos tener que caminar en nieve profunda con tacones. Su bufanda resguardaba su cuello y hombros, su mano derecha estaba frente suyo y extendida, copos cayendo y derritiéndose contra su tacto. Su otra mano oculta en los bolsillos de su largo abrigo rojo.

Frente suyo rieron, una risa larga y divertida, cinismo en ella. Timbre conocido y que a veces podía ser profundo y otras no, que a veces decía cosas interesantes y otras no. Redirigió su mirada a su compañero, el otro demonio enfundado en su abrigo negro, su rostro sonrojado por el clima y vaho precipitándose.

Los pircings dorados debían ser incómodos con tan baja temperatura, pero Dokugai no parecía afectado. Su piel de porcelana, como la de Benihotaru mismo, era un lienzo pintado en oro, incontables perforaciones adornando la tersa piel. La había tocado antes, y seguía sorprendiéndose de su suavidad.

—Tu cabello es como la noche—. Dijo de nuevo, acercándose a su compañero. —Sin estrellas y sin luna; un manto oscuro—.

Para eso Dokugai le miró, una ceja arqueándose y sus ojos brillando con incredulidad, pero sin decir nada aún. Su cabello siempre rebelde era algo que Benihotaru quería peinar, darle una forma y pasar los dedos por los rizos; acariciar las hebras con ambas manos, sentir las ondas que se formaban.

De noche, cuando la luna o las estrellas no se mostraban, Benihotaru recordaba los cabellos de Dokugai; sin brillos, sin adornos, era completa oscuridad, negro como alquitrán. Se acercó y miró atento el cabello del otro demonio, notando como la nieve que caía comenzaba a crear una fina capa sobre el oscuro cabello.

—Tus ojos son rojos tal cual carmín—. Recitó mirándolo a los ojos. —Brillantes, como la sangre—.

Porque los labios de Dokugai no eran rojos, no eran siquiera carnosos, eran delgados y finos. Peros sus ojos, grandes e intimidantes ojos, eran del color de la sangre. Tan rojos como los cabellos de Benihotaru, pero siempre ocultos por pestañas espesas y negras, bajo el flequillo del cabello.

Ese momento Dokugai le miró sin sonrisa, sus cejas frunciéndose con confusión, su boca formando una línea recta e inexpresiva. Sus ojos observando a Benihotaru con atención, escudriñando las facciones del demonio pelirrojo; queriendo saber que pretendía con esas palabras. Sus pupilas rodeadas por el vibrante carmesí.

Benihotaru no era poeta ni literato, pero creía que la descripción de Blanca Nieves parecía referirse a Dokugai. Las semejanzas estaban ahí, eran tan obvias que desde que leyó el libro Benihotaru no evitó pensar en decírselo a Dokugai.

¿Había alguna reina celosa de él? No lo sabía, quizá sí o quizá no. No había enanos, no había príncipes. Dokugai no era una princesa, estaba lejos de dicho título, no parecía una siquiera. No había manzana envenenada y aunque la hubiera no le haría nada al demonio. El demonio de negro entonces sonrió y rodó los ojos.

Tomó el mentón de Benihotaru con su mano derecha, los helados dedos haciendo temblar al pelirrojo, le hiso subir el rostro con delicadeza. Unió sus labios en un beso, suave y gentil, algo poco común; algo que Dokugai no hacía y algo que Benihotaru no recibía.

Benihotaru se tensó, sorprendido ante la acción y el calor dentro suyo se elevó; perdiendo el frío de golpe. Cuando se separaron, Dokugai le sonrió con burla, sus labios pintados en un tenue color rojizo, poco notable, pero Benihotaru lo podía ver, porque era el color de su propio pintalabios.

—"Labios rojos tal cual carmín"—. La voz regresó a Benihotaru a la realidad. —Si vas a robar rimas de libros, asegúrate de hacerlo bien—.

El pelirrojo sintió las mejillas arder, apretó los dientes y alejó el rostro con frustración. Dokugai rio una vez más, ahora con menos sorda y sonando más dulce. Pasó los brazos por los hombros de Benihotaru, recargando el mentón en la cabeza del pelirrojo. Dokugai era tan insufrible como la reina. 

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No me podía sacar a estos dos de la cabeza, pero tenía que hacerlo y pronto, porque era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran ellos xD

Amo mucho a estos dos, Dokugai tiene un diseño que me encanta y el imaginar a Benihotaru en ropas lindas es demasiado para mí, sorry not sorry(?)

Snow WhiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora