Capítulo I

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Luces blancas llenan el cuarto, un beep se escucha una y otra vez, una voz habla incomprensible a lo lejos, todo se vuelve lento como una escena que pasa imagen por imagen creando un movimiento, y poco a poco entiendo lo que dicen. Preguntan ¿cómo estoy? ¿cómo me siento?... siento la cabeza en una ruleta que gira sin parar, aunque las palabras estan atrapadas en mi boca sin poder decirlo, supongo que lo notaron ya que alguien dice que el dolor es normal, no diría que es dolor, porque se siente como si algo succionará cada pensamiento.

- ¿Qué pasó? – Preguntó carraspeando al hombre en bata blanca porque al fin puedo retener una idea en mi mente.

-Sufriste un accidente, pero afortunadamente estás bien- dice con el semblante condolido.

- ¿Qué ocurrió?... ¿Por qué todo da vueltas?... ¿Hay alguien más herido?... ¿Mi familia está bien? – el sonido de mi voz es pausado, ronco, e irritado, tanto por el dolor físico como por la situación.

-Respira y exhala, necesitas guardar la calma, ya que únicamente lograras hacerte daño- dice mientras trata de recostarme de nuevo sobre la camilla- nada grave a pasado, pero necesitas estar del todo consciente para poderte explicar, hablaremos cuando estés mejor... ¿está bien? – su tono fue firme pero su aspecto, el cual asemejaba a un adorable tío, le quitaba cierto aire de autoridad.

-Quiero ver a mi familia, dígales que pasen, por favor- las palabras surgieron en un tono casi inaudible, el cuerpo me pesaba cincuenta veces más de lo normal, y la cabeza parecía estar en cualquier otro lado menos donde debería.

-Primero tienes que recuperarte para poder verlos, ¿sí?, te voy a poner un calmante, estás alterándote y no es bueno para tú estado actual- Saco una jeringa de su bata e inyecto algo en el suero que corría directo hacia a la mano derecha, no tenía la fuerza para contradecirlo, el sueño fue llenando cada rincón de mi cuerpo e instantes después, la oscuridad que acompaña el vacío de la nada se apoderaron de mí.

Los días después de despertar fueron una pregunta tras otra al doctor, sin embargo, el las evadía y repetía que cuando tuviera mayor conciencia de mi ser, me diría todo sobre mi accidente. La impotencia me abrazaba y mecía, haciéndome odiar a todo el personal del hospital con su extraña actitud de indiferencia. Nadie parecía querer responder ni una sola pregunta, ni siquiera el día en el que estábamos. Mi cabeza se llenaba de mil preguntas: ¿Por qué mis papás no estaban ahí?, ¿Dónde estaban mis hermanos?, Noah llevando libro tras libro para no aburrirme o Anna mandando sus crayones para que dibujara, ¿Dónde se había metido mi abuela? ¿Mis tíos? ¿Mis amigas?. Mi loca mejor amiga Sophie, ¿Dónde estaba?, éramos tierra y luna, siempre juntas; ensayando alguna de sus escenas para cuando fuera una famosa actriz, cantando, viendo alguna extravagante película de terror, o solo perdiendo el tiempo. Pasaron tres semanas y nadie iba, sola ahí, me canse de preguntar, porqué la cabeza seguía dándome vueltas, la luz molestaba, cualquier ruido sonaba más fuerte de lo normal, el cuerpo pesaba y dolía, todos se comportaban como idiotas, y por otro lado mis preguntas eran ignoradas.

Ese día parecía distinto a los otros de las semanas anteriores, donde solo me llevaban comida, hacían estudios, aseaban, ordenaban que durmiera, y claro también evitaban casi todas mis preguntas. El doctor llegó a la habitación, entre sus manos llevaba unos sobres, grandes y blancos, con su habitual carismática personalidad, me sonrió al entrar, y al estar a un costado de la camilla comenzó a hablar.

-¿Cómo ha estado esta paciente? ¿Cómo te has sentido?- dijo con la cordialidad que un doctor debía manejar.

-Creo que bien, ya no me duele tanto el cuerpo ni la cabeza, aunque todavía siento la cabeza demasiado dispersa como si todo dentro estuviera volando sin sentido, y los ojos duelen como dos botones recién cocidos- le respondí malhumorada.

Paso a Paso, ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora