Capítulo 2

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Por la mañana del siguiente día, el doctor apareció a examinarme, sin embargo, antes de que prosiguiera con eso, le pedí conversar con él, necesitaba desahogar todo lo que rondaba por la cabeza y que él dijera cualquier cosa que supiera. Le conté cada recuerdo que tenía; mi nombre, fecha de nacimiento, el nombre de mi madre y padre, a que se dedicaban, le dije cuántos hermanos tenia y sus nombres, hable de mi abuela, le dije el nombre de mi mejor amiga, mi tía, amigas, le di mi dirección, el nombre de la escuela donde estudiaba, las cosas que me gustaban y todo lo que me hacia la persona a la que yo recordaba. Después continué hablando hasta expresar cada una de las cosas que me invadía y abrumaban. Me escucho de forma atenta hasta el final con una expresión inmutada, no sabía si me creía o pensaba que estaba loca, cuando termine contesto que le diera tiempo de investigar pues él tenía pocos datos míos y responderme sin él tener conocimiento alguno no era prudente mucho menos sensato. Asentí con un movimiento de cabeza al terminar de escucharlo, no tenía ganas de hablar, estaba triste pues esperaba que por lo menos el pudiera tener la respuesta a una de las tantas preguntas que cargaba. Al final prosiguió con el examen habitual casi en completo silencio, pues realizaba alguna esporádica pregunta de si molestaba o dolía, y antes de irse me avisó que en dos días retirarían el yeso del antebrazo izquierdo.

Pasaron esos dos días, sintiéndome igual o más perdida que los días anteriores, pensé que el retirar el yeso y las lesiones sanaran, serían el primer paso para hallar la razón de todo lo estaba pasando, aunque como iba a imaginar que al hacerlo añadiría a la lista de cosas absurdas sin recordar, el tatuaje que llevaba en el antebrazo: era el arcángel miguel con el rostro hacia abajo en una pose de pesadumbre con las alas extendidas y fraccionadas por la mitad. No fue el tatuaje el motivo de la conmoción, era la cicatriz larga, profunda y blanca que lo atravesaba.

-No entiendo- fue lo único que dije al verla, quedando hipnotizada percibiéndola desde todos sus ángulos, sin pensar en nada y solo observando.

-Es una cicatriz antigua de aproximadamente veinte centímetros de una incisión con un objeto punzocortante- respondió el doctor sacándome de ese lugar donde al parecer a mi mente le gustaba huir, aunque la respuesta no era la adecuada, eso no era lo que no entendía.

Estaba aterrada porque cada vez que las cosas se unían formaban imágenes tan aterradoras del pasado. No tenía la menor idea de que pensar o hacer eran tantas visiones de una vida que seguía sin comprender, todo llegó de lleno, sin aviso, junto a mil sensaciones e hice lo único que salió de mí: llorar. Grite, lloré y me encogí sombre sí misma, en esa mesa de revisión, queriendo volver, no a cuando estaba feliz, sino a el lugar donde lo era. Pasaron una, dos, tres horas y sin poder controlarme, volvieron a sedarme, cuando desperté un día más había pasado, una enfermera me dijo que eran las cinco de la tarde del día siguiente, que el doctor había pasado por la mañana a revisarme pero estaba dormida, y solo dejo instrucciones por si se presentaba una crisis y él no estaba.

Al otro día en el horario habitual el doctor llegó con un folder entre sus manos, me mostro todos los papeles que tenían en él hospital sobre mí y lo que pudo encontrar a partir de lo que yo recordaba.

-Como podrás ver ahí están tu ID, licencia, tarjetas, cada uno de los documentos personales con los que llegaste, también están algunos documentos que tu exesposo nos trajo, el formulario que él también llenó, tú expediente médico y las búsquedas en internet que realicé a partir de la información que me diste- dijo entregándome la carpeta.

Volví a revisar los documentos, sin embargo, aún llevaban escrita la misma información: A Méndez, fecha de nacimiento: 17 de febrero de 1993, lugar de nacimiento: Atlanta, Georgia, No parentesco, tipo de sangre O negativo, estatura 5' 7', peso 130 lb, y mucha más información. En las identificaciones estaba la foto de mi rostro pero parecía que llevaba un disfraz: Utilizaba maquillaje en exceso, el cabello era lacio, largo y morado, y vestía un top negro en la parte superior. Por primera vez veía al ente al que mi vida se unió para suplantarlo o al que adhirieron a mí para que me sustituyera, desconocía la respuesta a esa pregunta, pero era imposible negar la hermosa versión que crearon, sus ojos eran como la cicatriz de una herida profunda, llamativos y hondos, y su rostro era cruel y frío, mirarla era como ver la impetuosidad de un huracán con la brutalidad y desolación que dejan a cada paso.

Paso a Paso, ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora