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Narra Aristóteles:

Las mañanas de los fines de semana solían ser soleados y cálidos, sin embargo esa mañana de sábado estuvo muy nublado y las nubes aparentan que en cualquier momento se desarian en rayos dispuestos a partir el mundo a pedazos.

Debió advertirme que las cosas quizas no serian del todo comunes como lo son usualmente en mi vida.

Sin embargo, algo que no cambió fue que tuve al igual que todos los demás días acompañar a mi papá a la iglesia episcopal de piedra que mas bien parecían varias tablas y murallas de piedra enrredados que daban el aire de ser el lugar en que Jesus dio su vida por nosotros.

Mi papá llamaba al corro de la Iglesia: "El corazón de Jesus" y es que literalmente era el corazón de Jesús.

Solían llegar todas las mañanas entre 10 y 15 personas, todas avanzaban en manada hasta la mesa de aperitivos y después pasaban a escuchar a mi padre hablar del amor de dios y que pese a todo: HOY ERA EL MEJOR DIA DE SUS VIDAS.

En mi caso, yo me encargaba del aseo del lugar, de pasar las charolas con comida, y en muy pocas ocasiones de tocar el piano.

Cuando podia hacerlo, era sin duda el mejor dia de mi vida, pero la mayor parte del tiempo mi padre me lo prohibía asegurando que me distraia de mis quehaceres.

Asi que cuando me encontraba separando las galletas de limón de las de chocolate y mi padre grito que me necesitaba de mi, instantáneamente una ilusión de que hoy me permitiera tocar el glorioso piano de cola que habitaba en una de las esquinas de la sala, nació, disipandose como un rayo por cada poro de mi piel.

-Ari, puedo pedirte un favor.- Pregunto mientras ponia una mano en mi hombro.

-Claro Papá.- Le respondí intentando ocultar la emoción que intentaba nacer dentro de mi.

-Hoy llega un nuevo integrante y quería que tu lo recibieras ya que tiene tu edad y a lo mejor se llevaría mejor contigo.- Menciono arrebatandome de tajo toda alegria que intentaba surgir dentro de mi.

-Claro.-

Él palmeo mi hombro y se fue a encerrarse en su oficina hasta la hora de la reunión mientras que yo me encamine a la entrada a esperar a esa dichosa persona nueva del grupo de apoyo.

La entrada era adornada por distintivas flores, tanto rojas, azules y amarillas, las mariposas revolotean entre las hojas huyendo del aguacero que se aproxima, las aves huyen a esconderse entre los arboles y el suelo es adornado por pequeñas gotas que a simple vista podían pasar desapercibidas.

Las personas pasaban a mi lado ignorando mi presencia, entraban al lugar y disfrutaban de el surtido que habia preparado hace unas horas atrás.

La lluvia cada vez hacia mas presencia, y la persona que esperaba estaba tardando. 

Comenzaba a ser desesperante, el tiempo se me iba como agua entre las manos y el no se dignaba a aparecer.

Miraba el cielo, pintado en tonalidades oscuras y tristes y sin querer me hacían recordar el día en que mi mamá partió a otro mundo, exactamente un dia de lluvia torrencial.

Recuerdo que la sombrilla cubría mi cuerpo de la lluvia, el ataúd de mi madre estaba siendo enterrado con dificultad ya que la lluvia convertía la tierra en barro.

Mis lagrimas no dejaban de salir, sentia deseos infernales de gritar, de maldecir, de patalear, pero finalmente nada de lo que hiciera traería de vuelta a mi mamá. 

Recuerdo que mi padre se acerco y apreto con fuerza mi hombro, tanta que podia sentir su dolor el cual salia en pequeñas cantidades impregnando en mi piel por medio de sus uñas.

Príncipe Triste [Aristemo.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora