Capítulo 4

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"Le Début de la Fin"

Grecia, Athenas – Rodorio

Enero 16 de 1746

Agasha contemplo las preciosas 'No Me Olvides' que sus manos sostenían, admirando los pétalos azules que eran tan suaves al tacto y que le recordaban tanto a los ojos de cierto Santo de Athena que ella conocía; sabía que su admiración por aquel hombre era normal, muchos de los aldeanos los admiraban por su fuerza e integres y su promesa de proteger la humanidad los hacia dignos del respeto de todos. Sin embargo, para ella que no era mas que una joven aldeana que los veía pasar diario por su aldea y luego se le era permitida la entrada al famoso Santuario para llevar ofrenda de flores a la Diosa que lo regia, ellos se convirtieron también en personas que reían y bromeaban como todo el mundo, gente poderosa y con una fuerza de voluntad innegables, pero todavía humanos.

Aun así, desde hacia poco tiempo que la muchacha de ojos verde oliva había notado la amabilidad del Santo regente del Templo de Piscis, quien hacía tres meses le había hecho entrega de su preciada capa blanca para protegerla de la lluvia a ella y a sus flores, y aunque al principio había malinterpretado su osca actitud como desden y arrogancia, luego gracias a su padre y a su amiga Fluorite, comprendió que el hombre en cuestión la había estado protegiendo de si mismo. Ellos le explicaron que la sangre que corría por sus venas era diferente al de las otras personas, siendo este un potente veneno que con solo un toque a su persona podía acabar con la vida de alguien, y debido a eso él se aislaba de todo ser viviente y era muy cuidadoso de no tocar a nadie, nunca...

Eso solo la entristeció un montón, ya que el solo imaginar la soledad que él padecía le estrujaba el corazón en un puño, así pues decidió el mismo día que le fue a devolver la capa que se tomaría un tiempo para intentar entablar una conversación por mas intrascendental que fuera cada vez que se lo cruzara y de paso en los días que fuera a dejar las ofrendas florales para la Diosa Athena y el Pope, siempre dejaba tras de si un pequeño ramillete muy sencillo con una flor diferente en cada ocasión, y con ayuda de su mejor amiga Francesa, se encargo que cada una tuviera un significado alegre.

Tomando las florecillas las junto con otro grupo mas para formar un ramo mediano que había sido encargado el día anterior, continuo con su tarea inmersa en sus pensamientos mientras la fría brisa del alba mecía sus largos cabellos castaños, preguntándose vagamente como no había sabido la condición del Santo portador de la Cloth de Piscis antes, con el tiempo que llevaba subiendo al Santuario semanalmente, pero ella siempre procuraba ser discreta y no inmiscuirse en los asuntos de los demás, especialmente la gente del Santuario así que era de esperarse que fuera algo ignorante respecto a los guerreros y sus habilidades.

Ese día en particular la chica Francesa bajaría a visitarla siendo ese su día libre, y aunque ella misma no tuviera esa misma dicha, aun así estaba feliz de verla, ya que la rubia se había vuelto su mejor y mas cercana amiga y compañera; Agasha no se llevaba del todo bien con las otras muchachas de su misma edad o cercana porque creciendo sin una madre desde temprana edad y ayudando a su padre constantemente a trabajar se había vuelto muy madura para su edad por lo que a otras le atraía ella no lo encontraba interesante.

Estaba tan concentrada en su labor y dejando su mente vagar mientras sus manos armaban ramo tras ramo para las ventas de ese día que ni siquiera noto que alguien la observaba detenidamente desde hacía unos minutos.

Albafika, Santo Dorado de la Orden Zodiacal no sabia exactamente que pensar en ese momento ni porque se había detenido en el inicio de su patrullaje por la aldea de Rodorio, pero en el momento en que sus ojos azul cobalto detectaron a la muchacha sentada en un banco de madera fuera de la florería que hacia las ofrendas al Santuario arreglando ramos con una dedicación y alegría rebosantes, sus pasos se habían detenido inconscientemente. Sabia que esa no era la primera vez que la veía, de hecho, en el tiempo que ella tenia llevando las ofrendas florales él siempre la observaba desde la distancia, primero con desinterés, luego con vaga curiosidad cuando escuchaba los comentarios positivos de sus compañeros sobre ella y luego con verdadero interés una vez empezó a notar las pequeñas florecillas y ramilletes que habían comenzado a aparecer en la entrada de su Templo.

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