CERO

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Si cualquiera que me hubiese conocido cuando tenía veintitrés años, asegurara que ese viaje sería mi ruina, quizá, sin lugar a dudas, le habría dado la razón

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Si cualquiera que me hubiese conocido cuando tenía veintitrés años, asegurara que ese viaje sería mi ruina, quizá, sin lugar a dudas, le habría dado la razón. Sin embargo, más allá de arrepentirme de todo lo que paso aquella noche, durante estos cuatro años no he hecho más que dar las gracias por haber conocido al hombre que me dio el regalo más valioso que tengo.

Un hombre del que no sé ni su nombre ni apellido, pero que sin ninguna reserva de por medio, me concedió la noche más maravillosa y fructífera que hubiera podido tener en la vida.

Susana, Camila —mis mejores amigas— y yo habíamos terminado con excelentes notas la carrera de periodismo, y la universidad en la que estábamos matriculadas nos había organizado un increíble viaje de graduación a Corea del Sur.

Como es evidente en estos casos, mis padres habían puesto el grito en el cielo cuando les hablé de dejarme ir, pero después de someterlos a chantaje emocional durante semanas, habían terminado por aceptar que "su niña" viajara sola por primera vez.

Emocionadas con la idea de salir por primera vez de Chile, nos encontrábamos ansiosas y preparadas con nuestras maletas en las manos para abordar el avión que nos llevaría a un lugar de ensueño.

Tras abordar el avión y esparcirnos a nuestras anchas en un modesto asiento de clase comercial, Susa, Cami y yo cuchicheamos durante horas antes de caer profundamente dormidas sobre nuestros respectivos lugares, hasta que muchas horas después, una azafata nos sacó de la fascinante sesión informativa que teníamos con Morfeo y nos indicó que estábamos por arribar al aeropuerto de Incheon.

La alegría se apoderó de mí con rapidez, y en segundos, sin poder evitarlo, me asomé a través de la ventanilla del avión para observar las primeras imágenes de la imponente ciudad que, iluminada y majestuosa se alzaba a mis atónitos ojos. Unos diez minutos después el piloto efectuó las maniobras para aterrizar el avión y dejarnos en tierra.

Sin temor a equivocaciones, nos enfrentábamos a la aventura más grande de nuestras vidas, y Susa, Cami y yo le sacaríamos provecho al máximo. ¡Estábamos en un sitio maravilloso y mágico! Además, sin la vigilancia de nuestros padres.

En cuanto pusimos pie en el hotel, miles de actividades nos bombardearon dándonos la bienvenida: tours por palacios antiguos, paseos por los lugares más enigmáticos de Seúl, caminatas nocturnas y espectáculos culturales sin precedentes; pero, ¿dónde estaban las salidas nocturnas —y un tanto inapropiadas— de las que tanto disfrutábamos mis amigas y yo?

¡¡¡Pues claro, no estaban!!!, y eso se remediaba de un solo modo... con código rojo, o lo que era lo mismo: una «misión ultrasecreta de fuga nocturna».

Más contentas que unas pascuas, mis amigas y yo salimos del hotel ya muy entrada la noche, y fuimos a dar a un pub muy concurrido al que nos invitó a entrar un chico bastante bien parecido. Sin ninguna demora —porque de santas teníamos lo que de astronautas de la NASA—, Cami pagó las entradas y entramos en aquel sitio sucumbiendo a sus burdas insinuaciones.

LET'S TALK ABOUT SEX, NOT OF LOVEWhere stories live. Discover now