Capítulo 5: "El jefe"

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Llamé a la puerta. Tras escuchar un pase, respiré hondo y entré.

–Tom, ¿qué quieres? Estoy ocupado, si es por lo del caso de la inversión, eh, diles que, eh... –comenzó a decir el "jefe", quien, además de ser increíblemente guapo, no aparentaba ser mucho mayor que yo. Menor de 30, por lo menos.

–Em... no soy Tom, lo siento. Puedo llamarlo si... quiere...

–No –posó sus ojos oscuros como la noche en mí, como esperando que yo le dijera algo. ¿Acaso no sabía quién era? ¿Tan mala era la comunicación entre empleados del bufete?–. ¿Y bien? ¿Se te ofrece algo?

–Em... soy la hija de Verónica Torrance.

–Ah, Verónica... Sí, me dijo que tal vez empezarías hoy... Toma asiento, entonces. ¿Cómo te llamas?

Si bien no parecía muy interesado, ya que estaba mirando hacia afuera a través de un enorme ventanal que iluminaba naturalmente la gran oficina, yo le contesté con la mayor cordialidad posible. No porque fuera guapo o le tuviera miedo, sin porque realmente intentaba enmendar mi imperdonable error de llegar tarde por quince minutos, ya que aquí eso era la gran cosa.

–Diana. Un gusto. –Le respondí, mientras me levantaba de la silla para darle un apretón de manos, el cual no fue correspondido, acto seguido de que el hombre o chico (ya que tenía unos 27 años, pero actuaba como si tuviera 40)  notara la asquerosa mancha marrón esparcida por todo mi cuerpo–. ¿Qué pasa? Ah, ¿esto? Es que...

–Ahórratelo –me indicó que me sentara, mientras giraba su silla y se colocaba totalmente de espaldas a mi, en dirección al ventanal. Tal vez las palomas volando eran mucho más interesantes que yo, al parecer. Por Dios, ¿quién le había enseñado buenos modales a este tipo? Una terrible lastima... con lo hermoso que era con su pelo negro azabache peinado igual que Benjamín (al parecer estaba nuevamente de moda) y su piel clara pero no traslúcida, y ese aire de confianza que no se desprendía de él–. Quiero que quede algo bien claro. Estás aquí para trabajar. Si bien soy muy buen amigo de tu madre, yo te estoy pagando, así que serás un empleado más para mí, ¿entendiste? No puedes cometer errores. Tres strikes y estas fuera.

–¿Ah, miras baseball? –le pregunté, intentando romper ese aire de intranquilidad que nos estaba ahogando. Bueno, al menos a mí.

–Dime, ¿eres tonta?

No pareció hacerle gracia mi comentario acerca del uso de la célebre frase "tres strikes y estás fuera".

–No que yo sepa, no. ¿Igualmente no le parece un error opinar sobre la inteligencia de alguien apenas lo conoce? Digo, podría llevarse alguna sorpresa...

–Suficiente, vete. Vé con Tom y dile que te asigne algo para hacer. Cualquier cosa. Veremos si me llevaré alguna sorpresa.

–No lo defraudaré, ya lo verá –dije, sonriéndole, y cerré la puerta. Obviamente, no me devolvió la sonrisa. ¿Cómo podía estar pasando eso? Si soy adorable; poca gente pudo resistirse a ella, pero al parecer este niño hecho hombre parecía haberlo logrado sin éxito... qué amargado.

Como de costumbre, esa confianza se fue disipando por el resto de la mañana, ya que había fallado en hacer todo lo que Tom, el cual no era recepcionista, sino que el secretario del jefe que tenía el escritorio más grande jamás visto (seguro que los demás secretarios o abogados lo envidiaban en secreto, ya que era el segundo más grande de todo el bufete), me había pedido.

–¡Así no se hace el café, tienes que ponerle menos leche!

Bueno, eso es subjetivo.

–¿Acaso no sabes usar el Excel?

Quién sabe usar Excel debería ser la pregunta.

–¿Cuándo te dije yo que podías imprimir a doble faz? ¡Al jefe no le gusta tener que voltear las hojas!

Salvemos al planeta, hermano.

–Cuando te dije que fueras a comprarle comida al jefe, me referida a co mi da, no a una ensalada, ¡el jefe tiene que reponer fuerzas por el arduo trabajo que hace, a diferencia de una incompetente como tú!

¿Y qué querías que hiciera si no me dijiste qué es lo que le gusta, idiota?

Bueno, en lugar de responderle tan brillantemente, dije lo siguiente:

–Tengo que ir al baño.

Entré corriendo, y comencé a frotarme la cara con agua fría, intentando calmarme. Lo peor de todo era que todas las situaciones en las que me había "equivocado" eran por la falta de explicación del tipo. Al parecer, lo había hecho porque le caía mal, no hay otra explicación. ¿Tal vez era porque había conseguido ese trabajo tan fácilmente, y él probablemente tuvo que romperse el lomo por ese bello escritorio? No lo sé, pero una persona normal no hubiera esperado que alguien que sin experiencia laboral llegara y supiera exactamente qué hacer. Era ridículo pensar eso.

–¿Apenas el primer día y ya estás llorando? ¿Y en el baño de hombres? ¿Qué quieres, que te consuele? –dijo mientras salía del baño la última persona que quería ver en ese momento.

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