Capítulo 3

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El día era una total mierda desde el momento en el que se levantó de la cama o en el instante en que casi tiran la puerta de su casa con los estruendosos golpes del otro lado. Irritado y agobiado, el alfa se quitó las sábanas de encima, se colocó en la orilla de la cama y tomó entre sus manos su cabeza tratando de aliviar el dolor de la resaca.

—Lindura, no abras –las suaves y delgadas manos de la pelirroja se deslizaron por su cintura hasta que lo rodearon posesivamente–.

Ella se subió a su regazo y eliminó los centímetros que los alejaban. Las sábanas alojándose alrededor de su cuerpo blanco cubrieron su obvia desnudez.

—Creí que la parte de espacio personal que acordamos anoche había quedado clara –giró la cara evitando su contacto y la tomó de su cintura para quitarla de encima–. Vístete y vete –soltó frío al levantarse a buscar su ropa interior–.

La cabeza le palpitaba y afortunadamente el sol estaba oculto tras espesas nubes que pronosticaban lluvia torrencial. La noche anterior fue un total desastre de alcohol y estruendoso ruido en aquel lugar suntuoso. No recordaba cómo llegó a la habitación de invitados de su casa y la noche con la pelirroja era confusa.

—¿Qué demonios quieres? –espetó al abrir la puerta–

—¿Sabes la hora que es? –el alfa del otro lado no esperó una invitación y entró sin permiso–.

—No y no me interesa –el pelinegro bufó molesto y se pasó una mano por la cara–.

—¿Cuándo empezarás a asumir las responsabilidades que deberías de llevar desde hace tiempo? –el extraño se cruzó de brazos y lo atravesó con una mirada filosa–.

—No veo cual sea tu problema aquí, ¿no soy lo suficientemente mayor para no pedirte permiso al salir? –adoptó la misma postura rígida y sus miradas molestas no se apartaron ni un segundo–.

—Dile que se vaya –señaló con fastidio a la omega que recién había entrado a la sala de estar–.

—No necesitas recordármelo –cuando sus ojos se encontraron con los de ella, solo pudo encontrar una mueca de altanería y prepotencia–.

Los tacones sonaron por el suelo de madera, sus pasos lentos y agraciados llegaron hasta ellos. Sin esperarlo, el menor de los alfas sintió un par de brazos rodearle el cuello y un cuerpo delgado con un hostigoso olor se adhirió a su costado.

—Hola –saludó con una sonrisa presumida al castaño frente a ellos–, soy Amy, la omega de Jeongguk.

—Tú no eres nada –deshizo su agarre y la tomó del brazo, llevándola a la entrada–. No soporto a las personas que se toman demasiada confianza, claramente recuerdo haberte dicho que te largaras.

—Pero nosotros... –ella trató de soltarse de su agarre cuando Jeongguk abrió la puerta– ¡Tú me ibas a marcar!

—Seguro –bufó divertido antes de cerrar y suspirar frustrado–.

Era exasperante que no entendieran el concepto de una noche, absurdo en totalidad.

El día que reclamara a alguien, no sería a cualquiera que se le ofreciera en un bar. Ella y otras más que pasaron por sus manos fueron desechadas desde una simple habitación de invitados, nunca la suya. El significado de ello era pesado.

—¿Por qué no maduras de una vez y te dejas de tonterías? –la voz gruesa y lenta, muy parecida a la suya, no se escuchaba más amistosa que hace unos segundos–.

—¿Por qué no te metes en tu propia vida? –le espetó malhumorado–.

—Porque, si esto no me afectara, no estaría aquí –lo escrutó detalladamente–. No tiraré por la borda todo lo que conseguí solo por mi voluble hijo.

Trágicamente omega || Adap. KOOKMIN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora