¿Puedes decir lo que ves en nuestros ojos? ¡No vamos a ninguna parte! Vivimos cada día como si fuese el último.
Solté un silbido.
Pero ¿qué mierda? ¿Cómo podían vivir sólo 2 personas en tal mansión? Yo me volvería en una casa tan grande yo sola, digo, sin niños o quién fuese. Estaba completamente anonada. La sala de estar esa 3 veces mi casa, literalmente. Hoy, por la boda habían muchas personas haciendo arreglos, limpiando, organizando cosas, chef y muchas personas más haciendo unas que otras cosas.
Al entrar, una señora de baja estatura y canosa nos recibió. Tenía unos ojos azules muy penetrantes y brillosos, su aspecto daba a entender que estaba agotada. Saludó a mi madre con tal cariño y entusiasmo que me daba a entender que no era la primera vez que la veía. Me vio y me dio una amplía sonrisa.
-¿Y esta señorita tan mona quién es? –preguntó.
-Es mi hija, Carmen –respondió mi mamá dándome un abrazo-. No la conocías porque nunca había querido venir a cenas o reuniones.
-Hola, soy Bea –sonreí y le extendí la mano.
-Encantada dulzura, soy Carmen –dijo mostrándome una amplía dentadura blanca y tomando mi mano.
Mi teléfono sonó y era un mensaje de Bruno.
¿Ya han llegado? ¿Cómo está todo? Sam dice que en cuánto llegue a casa te llama. Comunícate por favor, Bruno.
Llegamos hace diez minutos, todos bien. Bea.
Respondí.
-Pero ¡¿por qué nadie me ha dicho que han llegado?! Jesús –volteé y era el Súperman de mi madre-. ¿Cómo han llegado cielo? ¿A que hora han llegado? He estado tan ocupado dirigiendo a todos que no me ha dado tiempo ni de revisar el móvil, ¿me has llamado o enviado mensaje?
-Tranquilo cielo –lo abrazó Amy-, acabamos de llegar y estaba hablando con Carmen que nos ha tratado de maravilla. No tienes de que preocuparte. –Él sonrió con alivio.
-Bea, linda, ¿Cómo estás? –preguntó dándome un caluroso abrazo.
-Bien.
-¿Qué tal el viaje?
-Bien.
-Bien. –repitó-. Bueno, en cuanto a eso me alegro.
-Hmm… ¿en qué habitación me quedaré? –fui al grano. No me interesaba socializar en ese momento-. Quisiera darme una ducha y desempacar algunas cosas.
-Carmen, por favor lleva a la señorita a la habitación que ya te he dicho antes y encargate de que esté equipada con todo lo que necesite.
La señora asintió y me hizo seña para que la siguiera. La seguí por la gran escalera en forma de espiral. Me guió por un pasillo larguísimo que tenía habitaciones y vistas a distintos balcones. Cruzó a la derecha y luego a la izquierda, ¿qué mierda? Tendría que aprenderme este laberinto o si no, cuando quisiera salir me perdería. Llegamos a una puerta marrón y Carmen la abrió.