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Ese catorce de octubre tomó una taza llena de agua, insoluble y vacía

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Ese catorce de octubre tomó una taza llena de agua, insoluble y vacía.

Se miró a sí misma en el espejo sucio, en el reflejo de las ventanas oscuras y en la sombra que se contraponía por el sol. Observó todo con una indiferencia notoria: los rayos quemando su piel, traspasando las ventanas oscuras, las cicatrices siendo carcomidas por picazones que resultaban inútiles.

Sí, demasiado inútiles.

Se acercó a su bolso, y sacudió el polvo de encima. Luego de analizarlo unos minutos, abrió el cierre y sacó todos los maquillajes que recelosa siempre había cuidado.

Comenzó con el espejo, la base en la piel grasosa, el corrector en las ojeras. Ciertamente la hermosura aumentaba con el paso de los minutos. El sesgo se había tomado, y siguió por aquel camino de belleza que ciertamente la había enamorado.

Afuera las farolas se prendían cada tanto, y el sol se escondía en el horizonte. El gato montés la miraba de lejos, como algún mensajero de la muerte.

Hizo una llamada. Nadie contestó nada. Volvió a hacerla. El buzón. Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Alguien contestó la llamada.

«el número que usted marcó, no existe».

Eso era suficiente.

Se miró a sí misma, satisfecha por las largas horas invertidas en su apariencia.

Estaba hermosa.

Se sentó en las escaleras, luego en las sillas, finalmente llegó esa persona quien esperaba. Abrió la puerta, y le dijo «bienvenida». La recibió con una sonrisa enorme y la escoltó hasta su cama, a pesar de que no quería verla. Ahí. Allá. Se miraba lejos, pero estaba cerca. Se miraba bella, y también asquerosa. Le tenía miedo, pero también la deseaba.

Se subió a la silla de madera, y esta relinchó en el suelo.

—¿qué haces? —le preguntó a su invitada.

Ella sonrió con satisfacción, y respondió

—lo que tú quieres.

Arriba se ató la soga reseca a su cuello, y con una ultima sonrisa preciosa, tal vez, la más hermosa durante su vida, se arrojó al vacío que era separado por el suelo unos cuantos centímetros.

Ahí. Allá. La miraba de cerca, pero estaba lejos. Se veía hermosa pero era repugnante. Sintió la presión en su laringe, y se dislocó la traquea, hasta que solo fue un saco de carne muerta, pesada y pálida. Ahí estaba ella, ahí la que esperaba. Su invitada muerta. Hermosa. Maquillada.

Sonrió satisfecha y se llevó al infierno su alma.

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