beso necrofílico

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Tres golpes precisos resonaron sobre la puerta de roble con un azulejo sobre ella

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Tres golpes precisos resonaron sobre la puerta de roble con un azulejo sobre ella. Un hombre joven de aspecto angelical la tocaba, agitado.

Sus ropas eran oscuras, igual que la noche que lo rodeaba en la espesura del misterio. Parecía aturdido, emocionado. Se le desdibujaba una sonrisa cada tanto, acompañado del tonteo de sus risas que a lo lejos podrían haber pecado de inocentes.

Muchos habrían dicho que si alguien fuese el héroe de alguna historia sin duda lo sería él: Adán Martinez.

Su aspecto etéreo era envidiado por muchos, sus cabellos cobrizos caían en armonía por todo el cráneo. Sus ojos eran demasiado puros, demasiado. Él era muy hermoso para ser un pecador merodeando a las dos de la mañana con ropas oscuras y saco de piel de cabra.

Tocó otras tres veces. Alguien abrió la puerta.

Del otro lado con bolsas oscuras bajo los ojos y una mueca confundida se hallaba su mejor amigo, su confidente: Luís Fernández. No entendía que hacia su mejor amigo a las dos de la mañana frente a su casa. Recordó por alguna extraña razón su fortuito encuentro aquella mañana. Desvío la mirada un tanto incómodo por la mirada de Adán. Parecía emocionado.

—¿qué haces? —le preguntó Luís, bostezando cansado. No había dormido suficiente.

—lo hice, al fin lo hice. —contestó Adán emocionado, con el rostro rojo y las muñecas moradas. En ese instante Luis se percató de que algo no cuadraba, ¿por qué estaba tan sucio? —por fin logré lo que quería.

—no te entiendo...

—¡la besé!, ¡al fin la besé! —exclamó Adán desviando su atención hacia el cielo. En su mente se repetía aquel momento mágico lleno de dulzura. Dulce dulce había sido. Quiso repetir en su memoria por una infinidad de veces aquel instante efímero. Temía perderlo, olvidarlo. Pero... Por el amor siempre se hacen sacrificios, ¿no es así? —la amé por tanto tiempo y al fin la besé.

Luís no pudo evitar retroceder acongojado. El miedo le carcomía la lengua. Sintió la presión en las arterias carótidas, en la tráquea y en la laringe como una soga ahorcándolo con fuerza. Quiso cerrar la puerta de inmediato. Golpearlo, pisar su perfecta cara de niño inocente. Por que ahora parecía todo excepto lo que siempre parecía.

Tuvo miedo, pero preguntó lleno de coraje.

—¿a quién?

—a Sandra Sanchez.

Enmudeció por completo. Quiso huir, sin embargo, se le formó una sonrisa nerviosa, intentando analizar las palabras de aquel ser seráfico que a poco se transformaba en algo maquiavélico.

—pero... a ella la enterraron hace dos meses.

—lo sé... Pero por el amor se hacen sacrificios, ¿no es así?

Nombres DesconocidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora