asesino

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El tres de agosto maté a alguien

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El tres de agosto maté a alguien.

Su cuerpo se perdió en la marejada del otoño, entre las hojas liquidas del océano nocturno. La luna fue testigo de aquel homicidio poco complicado, y demasiado satisfactorio.

Su muerte era fehaciente. A pesar de ello, aún lo miré allá, por las laderas en picada que retenían con agresividad las olas que hacían mellas en sus perfectas hendiduras. La luna furtiva observaba desde lo alto de la noche el recoveco que formé en su tórax, en los huesos crujientes como galletas. El corte limpio en la aorta y la sangre desparramada por las aguas saladas. Estaba muerto, frío y pesado. Estoy seguro de que una persona con tripofobia habría vomitado. A decir verdad cualquier persona con corazón habría vomitado.

A pesar de ello, no me arrepiento.

Te aseguro que razones detrás de ello nunca existieron. Y te aseguro de que nunca habrán.

Sentí la satisfacción en traspasar la dermis pegajosa, por que lo estaba. Al cortar con destreza los tendones tensos y rotos de su propia desesperación. No lloré cuando lo hice. Lloré por que nadie lo vio.

Por eso me entrego.

Maté un hombre y no hubo razones detrás de ello. Era un buen hombre, con placa y uniforme azul. Lo escuché varias veces interrogar a los vecinos preguntando sobre las desapariciones de niñas menores de doce años. No habría ninguna alevosía, ahora ninguna.

Nombres DesconocidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora