América- México.

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— ¿Te gusta, no? — Pregunta con una sonrisa Azteca, Afilando una lanza.

Abya Yala vira los ojos, tomando otro sorbo de su mate.— Ya te dije que no quiero anda con Cherokee...

— No, el de ojos de mar.

— O-Oh... ¿Europa? — El imperio ríe, codeando de manera ligera al continente mientras alza y baja sus cejas. El mayor bufa.— Vamos, a tí te gusta España.

— Podemos tener un hijo, pero no me gusta.

Es entonces que Abya escupe su bebida, haciendo reír al azteca.

— ¿D-Disculpa?

El imperio ríe, antes de tomar la lanza en una mano y con la otra ayudar a su compañero a levantarse, antes de señalar al Templo Mayor.

— Ven conmigo. — Pide, sonriendo. El de ojos bicolor titubea, pero al final, se levanta.

— Más te vale que sea una broma... — Murmura, honestamente, odia subir esos escalones.

Pero lo sigue. Sube cada escalón, con Azteca empujándolo hacia arriba, de vez en cuando quetzales se posan en los hombros del imperio, en otras águilas los cubren del Sol.

Al cabo de un rato, llegan a la cima, Azteca entra en la "casa" en la construcción superior, dirigiéndose a una especie de cuna, las esclavas que habían estado procurando el lugar, se retiran sin palabra alguna.

Es entonces que, se endereza, una futura nación siendo sujetada por el Imperio.

Es una imagen que recordará para siempre. La de su amigo con ese bebé de piel blanca en brazos, una enorme sonrisa en sus labios mientras admira como la criaturita juega con las plumas de sus aretes.

Se siente ajeno, al ver como el país de con ojos de la tierra le canta al bebé, hasta que cae dormido, pero al mismo tiempo, sabe que no debe irse de ahí.

Es extraño, pero... lindo

Azteca siempre ha sido obstinado, inteligente y feroz. Así que verlo actuando de manera tan dulce y calmada, le hace pensar que tal vez los europeos no son tan malos.

Se acerca con paso lento hacia él, al alzar la mirada, se percata de que los ojos de Imperio tienen una chispa, diferente a la que posee en batallas o al ver a España y al mismo tiempo idéntica.

— Voy a morir. — Dice con una sonrisa, ni un ápice de tristeza en su voz. — Y quiero, que tu cuides a México Tenotchtitlan. — Declara.

Abya extiende sus brazos, recibiendo al pequeño. Lo mira con detenimiento.

Es pequeño, frágil, no tiene ni una cicatriz o marca ornamental...

— ¿Por qué no has hecho nada?— Pregunta, intentando no llorar.

— España dice que las marcas que hacemos lo pueden lastimar.

— No, Azteca, sabes de lo que hablo. — Repite, sujetando con fuerza al bebé.

— Él es mi heredero. Lo supe en cuanto nació. Lo amo, Abya Yala.

El nombrado sabe que hable de España y el bebé, ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Merico?

— No puedo cuidarlo. — Declara. Su amigo, en lugar de enojarse, ríe suavemente.

— Sólo sostenlo. Espera a que despierte.

El menor se levanta, dejándolo sólo con ese bebé al que odia, por quitarle a uno de sus mejores amigos, podría dejarlo caer o-

Pero una risita lo interrumpe.

Su risa, es aguda y pura, pese a que está en los brazos de alguien que hace unos segundos quería matarlo.

El bebé se mueve en sus brazos, hasta quedar parado en ellos, y posa sus manitas en las mejillas del mayor, antes de sonreír, ni un sólo diente en su boca.

Parece balbucear algo, antes untar su cabeza en el pecho de Abya Yala.

Y comprende por qué Azteca está dispuesto a morir por el pequeño.

Sujeta a "Merico" de las axilas, para ponerlo a la altura de sus ojos.

Su piel es completamente blanca, como la de sus padres, en su rostro tiene la marca de una águila devorando a una serpiente en un nopal, a diferencia de el escudo con claves de Azteca o la cruz roja de España.

Pero él no es el único que se entretiene observando al niño.

El dedo del pequeño recorre una parte de su cara, pasando por territorios de Cherokee y terminando cerca de los de Maya.

Así que, finalmente, decide mirar lo que había evitado; los ojos del pequeño.

Y estos, o están muy abiertos, o son grandes. El continente se siente impresionado, no por el tamaño, no:

Sus ojos... son cafés y verdes en un mismo iris, como una mezcla de los ojos de España y Azteca.

Pureza. Es lo primero que piensa. Pureza, alegría, paz, calma, amor, pasión. Esas emociones centellean en la mirada del bebé.

Son hermosos.

Y quiero mantenerlos así.

El tiempo pasa. Un matanza llevándose a cabo en Tlatelolco, alianzas secretas siendo desveladas, seguidos por la muerte de Azteca a manos de la varicela.

El niño pasa de mano en mano, hasta que con ayuda de Trece Colonias, ahora Estados Unidos, consigue ser independiente, aunque se vendió a una relación tóxica.

En la actualidad, el niño, es más bien un adulto joven.

Y pese a todo...

— Tus ojos son iguales. — Murmura, mirando al mexicano frente a él. El país lo mira con duda.

— ¿Qué?

— So. — Balbucea para enmendar su error.

— Me pongo de romántico y te pones de mamona...— Gruñe el latino antes de seguir peleando con Estados Unidos, decidido a quedarse con el último rollo de sushi.

Se siente orgulloso, cuando el mexicano es el que logra quedarse con el alimento.

Si aún con todo lo que México había vivido, y sus ojos seguían iguales, había hecho un buen trabajo.

Y por unos segundos, está seguro de que Azteca posa su mano en su hombro.

Sonríe.

No estuvo tan mal.

ContinentHumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora