La primera vez que vi un tigre ocurrió en la alcoba de mi padrastro. Recuerdo que fue una gélida mañana de otoño cuando decidí recorrer el pasillo largo y polvoso del segundo piso, bajo el fulgor de los tragaluces. Incluso si me lo habían prohibido, lo hice en busca de mi madre. Para mi sorpresa de niña, sellado el evento por un destino impiadoso, en vez de la falda vaporosa que tanto amaba tropecé de frente con él; temible y majestuoso, tendido sobre la alfombra roja de la primera habitación. Lo observé desde el marco de la puerta y temí con violencia a sus garras, al volumen monstruoso de sus huesos y su carne aplastantes, a sus rayas, a sus ojos grandes y ojerosos, que correspondían más a los de un hombre que a los de un animal. Mi padrastro le daba la espalda, mientras se afeitaba ante el espejo. Cuando notaron mi presencia, sonrió, el tigre se irguió. Y yo huí de aquella escena que sin saberlo me parecía tan siniestra.Desde entonces comencé a verlo más seguido; se arrastraba alargado cual gusano junto a la mesa durante el desayuno, en los pasillos de noche, merodeando la casa, siempre fiel a mi padrastro cuando mamá se hallaba ausente. Incluso si corría y me ocultaba entre flores y cajas empolvadas, llegada la primavera fui inevitablemente devorada por él, por primera vez. Mientras me mutilaba; mientras arrancaba con sus colmillos cada miembro de mi cuerpo infantil y mi sangre escurría sobre la duela, sobre mi vestido hecho jirones, yo contemplaba las polillas revolotear en el techo. Aquel era el cielo estrellado más triste que hubiese visto.
Como todo, aquello terminó. Seis veces el tigre rompió mis huesos, tragó mis vísceras, sin saber que, en un intento de imitación a Prometeo, yo me permitía levantarme una y otra vez. Incluso si dolía, si parecía imposible, hallé la forma de recoger mis partes y unirlas a mi cuerpo lleno de parches y remiendos. Cuando me volví mujer, aprendí a defenderme, e hice todo lo posible por ayudar a las víctimas de tigres en el vecindario, en la localidad; busqué gente que supiera zurcir el cuerpo y el alma, pregoné la cacería, marché con las armas en mis manos. Y entonces te escogí a ti, porque eras igual a mí, porque contigo no tendría nada que temer. Las mujeres no tienen tigres como mascotas.
Hoy, rota en el suelo una vez más, contemplo desnuda y ensangrentada las polillas en el techo. Incluso si los números lo aseguran a gritos, si mis circunstancias son una minoría... no quiere decir que no ocurra. Pensando en los tigres olvidé que también existen las panteras, más sutiles y silenciosas. En medio de esta farsa que llamamos vida, me arrastro una vez más. Lamento la estrechez de mi mirada, la ingenuidad de mis ideales. De alguna forma esto prueba que, a pesar de mi resistencia, la estructura continúa adentro, en mis huesos. Me levanto, lo reconozco. Fui abusada por mi amante, otra mujer.
[Comentarios de la autora: Bagatela 100%. Lo escribí hace tiempo, pero ahora que lo releo no lo considero tan malo y por eso lo comparto. Mi intención parece buena, aunque no lo consigo. xD Garabatos, garabatos...]
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Suspiros
Short Story「Suspiro: aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido. Suele denotar pena, ansia o deseo.」 Serie de encuentros con la luna y lo sagrado; relatos breves e imágenes dispares entre sí. Aquí verás lirios ent...