Capítulo 3

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La grabación terminó. Silencio. Sólo eso. Un largo e incómodo silencio. El café ya estaba frío y los pensamientos se atragantaban en su cabeza. Leroy... Lanter. Inusual. Muy inusual. Acababa de obtener el claro testimonio de dos asesinatos, sus dos primeros.

Recordaba a Lath, como no hacerlo. Por una época ese había sido el nombre circundante en los casos de prostitución y posesión de drogas más afamados del país. Pero nadie sabía nada de él, sólo un nombre; ni afiliados, ni localizaciones, nada. Sin embargo, por una época desapareció, durante 9 años para ser exactos. Y cuando su nombre retornó a los periódicos, en la foto de portada se intuía un cadáver en una cuneta poco alejada de Monterrey. Lo único que se sabía, es que había muerto por envenenamiento de un tóxico desconocido, más letal que el veneno de un pulpo de anillos azules y en una dosis tan pequeña que fue casi imposible de detectar. Las autoridades supusieron que una organización rival le dio caza, pero no encontraron nada que lo evidenciara, de todos modos, el caso se cerró rápidamente, sólo era un cadáver con la corbata muy apretada. Por aquel entonces Marv aún era de bajo rango en el cuerpo, pero un caso tan sonado como ese era imposible arrancárselo de la memoria. Así que había sido él...

Las ideas y emociones se alborotaban, tenía que cambiar de cassette. El que estaba indicado como segundo se acompañaba de un recorte de periódico, uno de hace exactamente 20 años, el día que "El espectro de niebla" se dio a conocer. Eran las 5 de la tarde en Ciudad de México cuando la persecución más alborotada de la historia transcurrió entre sus calles. Un anciano con ropa de clínica escapaba en coche a gran velocidad de una camioneta roja que lo perseguía con dantesca rabia, provocando accidentes y sustos por toda la ciudad. Por suerte no hubo repercusiones graves, pero el acto fue tal, que la policía tuvo que inmiscuirse inmediatamente. Sin embargo, ambos automóviles fueron perdidos por apenas unos minutos, y cuando por fin se halló al conductor del primero, este había sido defenestrado desde el tercer piso de un edificio abandonado.

La víctima; Ron Risser, un extranjero que llevaba una clínica afamada entre la gente de los suburbios, fue investigado a fondo para descubrir quién fue su asesino, aquel que ocupaba la camioneta. Aunque el anciano no era muy sociable, el único contacto humano que ejercía era con sus clientes, la gran mayoría delincuentes de poca monta con un amplio historial de consumo de drogas, y a pesar de la ardua búsqueda, nadie concordaba con el ADN encontrado. Quienquiera que lo acabara había sido descuidado y torpe, robó la camioneta, pues el dueño se había dejado las llaves puestas, sus huellas se esparcieron por todo el vehículo, su sangre fue hallada en el edificio donde se localizó el cuerpo, y aun así nada. Las cámaras y la gente que grabaron y vieron la persecución no podían dar una descripción clara del sujeto debida a la ingente velocidad, y además, los medios de comunicación metieron mano tan rápido, que el caso se hizo viral en poco tiempo.

Ron Risser mataba a muchos de sus clientes, algo que se descubrió al intentar interrogar a algunos de ellos, pues lo único que se sabía es que morían bajo extrañas circunstancias, las cuáles eran causadas por los químicos que el falso médico introducía en sus cuerpos durante las citas. Y obviamente, al tratarse en su mayoría de drogadictos sin futuro, todo el mundo pensaría que se trataba de una sobredosis y nadie sospecharía de él. Eso hizo que la opinión pública cambiase respecto a su asesino.

Hubo teorías, especulaciones, por meses no se paró de hablar de ello hasta que al final, la sociedad se fragmentó. Había quién pensaba que el culpable era sólo un psicópata más, pero también surgió una fuerte corriente que lo apoyaba. Según los datos, Risser había estado bajo ese perfil durante una década y puede que sólo matase calaña pero al fin y al cabo mataba, y no se podía llegar a saber si se habría extendido al resto de la comunidad. No fue sino gracias a la intervención de ese hombre que se tomó la justicia por su mano, que todo terminó. Era un asesino de asesinos, la gente estaba loca con él, se podría decir que casi lo endiosaban. Se crearon foros, páginas, cuentas en redes sociales, y en general, un torrente ideológico que apoyaba al ahora conocido "Espectro de niebla", nombre que ganó gracias a la enigmática circunstancia de aun habiendo dejado todo tipo de pruebas no ser encontrado, como un fantasma desvaneciéndose en la bruma.

De todos modos, como era de esperarse, Marv se encontraba en los primeros, aborrecía todo tipo de asesinos, nadie tenía derecho a acabar con la vida de otros, ni siquiera ese espectro, y los que lo hacían eran merecedores de un castigo acorde a sus actos, pero por mucho que le costase admitirlo, había algo en ese hombre que le llamaba demasiado la atención. Ese día Andrade estuvo presenté en la persecución, sin embargo, esta vez ya ostentaba un rango de mayor prestigio, por lo que no escatimó en tiempo a la hora de introducirse en ella. Fue el primero siguiéndoles, y cuando casi podía alcanzar la famosa camioneta roja el tráfico se interpuso en su camino, haciendo que los perdiera hasta ya descubrir el cuerpo del matasanos. Aún lo recordaba, ese invierno las calles sufrían los efectos del diluvio del día anterior, y siendo el primero en llegar a la escena del crimen, Risser fue encontrado manchando de escarlata el pavimento con la mala suerte de haber caído de cabeza sobre una boca de incendios. El resto de compañeros no tardaron más de 20 minutos en llegar, y fue ahí cuando todo comenzó.

La identidad del asesino era un secreto a voces, y a él le encantaban los misterios. Se le hacía la boca agua sólo con pensar el momento en que descubriría al espectro, ese pequeño instante en el que todos los delincuentes saben lo jodidos que están, cuando ya no hay escapatoria, las salidas están selladas, y por mucho que intenten escudarse en mentiras la jaula se va haciendo más y más pequeña, hasta que les oprime la garganta y empiezan a cantar como pajaritos, cuando les empapa el miedo y sus ojos pierden la luz de la esperanza. Algunos lloran y otros ruegan porque sus pecados sean perdonados, pero el final siempre es el mismo, una y otra vez siempre es el mismo.

Ese día empezó todo para él, la razón de su carrera. Cabe decir que intentaron cerrarle el caso un millar de veces, pero el espectro siempre volvía con más atrocidades, dejando pequeñas pruebas en algún descuido y acumulando cada vez más nombres a sus espaldas; violadores, pedófilos, psicópatas... pero siempre asesinos. Consiguiendo también el formidable apoyo de sus seguidores que, casi sin que él lo quisiera, le consideraban como un dios. Incluso recordaba haber hecho interrogatorios de varias horas con algunos que se presentaban voluntarios para dar con su ídolo.

Era por eso que la emoción volvió a acumularse entre sus manos, daba igual cuantas excusas intentara ponerle, confesar había sido su mayor fallo. Iba a encontrarle, iba a darle caza, eso seguro, el empeño por hacerlo no podía ir más allá.

Con sus manos temblorosas tomó el café sobre la mesa y a duras penas bebió en rápidos tragos, mas al tomar constancia del cambio de temperatura de este lo reventó contra la pared en un brote de furia del que ni siquiera él era consciente. Al percatarse de lo que había hecho, no quedó en claro si fue por la situación de tensión que aún le generaba el entorno o simplemente rabia, pero lo que si sabía es que ahora, sobre sus hombros, una sensación de incómodo estrés crecía. Un impulso persistente y casi indeseado que generaba un sentimiento de angustia y ansiedad imposibles de ignorar. Tenía que limpiar aquello.

Rápidamente abrió uno de los cajones de su escritorio, se puso los guantes de látex y cogió los útiles necesarios para eliminar ese molesto desperfecto. Por suerte la mancha de café salió con facilidad y los fragmentos de la taza se recogieron sin problema, por lo que, al acabar, colocó cada despojo en su correspondiente lugar y tomó una de las toallitas sobre su escritorio para lavarse la frente y después las manos, cada una con una cara del paño y nunca en orden inverso, aprovechando los tramos sin exponer para hacer una rápida pasada a su lugar de trabajo.

Al acabar se sentó, ya calmado, y con la cabeza firmemente apoyada en el respaldo de su silla, suspiró. La primera grabación volvió a su cabeza en un pensamiento indeseado. Leroy Lanter... ¿qué era lo que tenían en común?... Miró el recorte de periódico una vez más, pensó, lo separó y preparó el siguiente audio. No podía ser eso, el motivo no era el mismo. 

El asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora