4| ZED 1. SUEÑOS DE ALCOHOL

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El reloj marcaba la primera hora de la madrugada y un río de Matasueños fluía sobre la mesa. Zed intentaba flotar a duras penas, ahogado tanto en alcohol como en sus propias lágrimas. Era un joven venido a mal, no sabía si había nacido en la penuria o si se la había ganado. Lo cierto es que su "penuria" no se debe confundir con miseria, tenía tanto que le faltaba, lo único que deseaba. A esas horas aún era consciente del hedor que desprendía la alfombra, la cascada de Matasueños había descendido hasta la superficie del suelo y se decidía a formar un lago. Era el alcohol más sofisticado y también más adictivo de la Ciudad de Roarn. Cualquiera podría pensar que aquel hombre quería quitarse la vida, al menos si le vieran por primera vez en aquella situación. Nada más lejos de la realidad, aunque aquel alcohol no mata los sueños, sí te da la oportunidad de viajar a ellos, y si sueñas con la muerte...

Estaba demasiado borracho y hediondo, pero por suerte descansaba en donde hasta hace unos minutos había llorado. No se le veía la cara, pues esta se hundía poco a poco en un mar que el mismo había creado, pero aun así se supone que había dejado de llorar. Su cabellera, tan larga como para ser llamativa pero no tanto como para superar sus hombros, formaba una obra inentendible y desenfrenada, pero sobre todo el adjetivo más óptimo es despeinado. Mantenía el orden dentro del desorden. Una cualidad que solo personas elegidas poseen. Su cara, en consonancia con su pelo, demostraba un aire de locura apetecible y de importancia a la vez que de superioridad. Llamaba la atención demasiado, pero para bien. Nunca antes en el mundo se habría llevado el concepto de dejadez con tanto acierto. Era hermosamente diferente a lo común. En cambio, su ropa, no demostrada nada especial. Una túnica roja, con bordados en blanco y negro, era el uniforme de la orden Renaciente. Curaban enfermedades, velaba por la salud de su pueblo y estos le honraban con su confianza, o con algo más. Era el escudo contra la muerte y el camino para volver a la vida, vivía para el renacimiento.

La luz de la luna se filtraba a hurtadillas por el cristal roto de su despacho cuando una nube apagó su fuerza. La oscuridad inundó cada bordado de la pared y los lienzos de colores llamativos perdieron su tonalidad hasta desaparecer. Seguía tan borracho que hasta su estado de embriaguez se vería reflejado en sus sueños. Ninguna luz le protegía de la tiniebla y ya llevaba en ese estado demasiado tiempo como para pensar si volvería a ver el sol.

En aquel entonces ya se había aceptado a sí mismo, creía firmemente en su desmerecimiento de la vida. Aunque este pensamiento no fue el causante de la embriaguez, al menos esa vez no. El cuerpo de Zed se posaba sobre una hoja de papel acartonado, tanto por la humedad del licor como por la de sus lágrimas. Sus letras desdibujadas dejaban entre leer:

"Mi pequeña poeta de letra inerte, he matado ya la esperanza, aún si esta llora por su ausencia. Derramé la esencia de un Renaciente atormentado por su propio pulso.

Ahora enterrado en un dolor amargo que suplica mi atención pregunto:

¿Escuchaste los acordes que desgarraban nuestras miradas?

¿Palpaste la felicidad como yo la soñaba?

¿Volverás?

Ahora sólo me queda responder que, me basta con escuchar la música que reina en esta habitación vacía. Si tú lograras oírla captarías el secreto que esta escondía cuando la ocupabas. Silencio, vacío. Mirada, placer. Tú, yo.

Aunque conseguiste saborear todos los artes, sobreviviste sin necesitar la atención qué te prestaba un borracho de tu saliva. Por qué otro motivo te irías si no. Si me preguntas a mí, diré que fuiste la cleptómana de mis sueños y a la vez dormiste todos mis buenos recuerdos, pero mentiría. Aún te sigo viendo.

SolusWhere stories live. Discover now