7| EYLA 3. DEL DELIRIO A LA DESESPERANZA.

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Varada en la orilla de un pensamiento imposible, su cuerpo adormecido y congelado no respondía. En donde se supone que iba a ser el principio del final de su vida, solo fue el principio a secas de una pésima y trágica historia. Allí, donde quería morir, recordó las palabras que le dedicaba su padre.

Cuando la fe desfallezca,

cuando la esperanza muera,

cuando el dolor crezca,

aguanta en valiente espera.

No te sumas en un sueño profundo,

nunca podré encontrarte mientras duermas,

piensa en estos versos para que vuelva,

piensa en tu poesía para seguir tu rumbo.

Recuerda siempre quien podrías haber sido

En un mar de lágrimas, infinito y desmerecido,

Recuerda siempre quien quieres ser

En un cielo infinito las lágrimas no pueden crecer.

Cuando Eyla consiguió recobrar la cordura notó la hinchazón de su vientre, hasta tal punto de no poder notar su inanición. Su piel adquirió un tono azulado, especialmente alrededor de los labios, dándole una apariencia espectral. También sentía un dolor torácico insoportable. Ya no eran cuchillos afilados perforando un pecho frío, ahora era una gran maza, ejerciendo una presión constante que oprimía las pocas fuerzas que le quedaban. Obviamente, su piel estaba congelada, tanto que hasta su estado mental consideró obviar ese hecho. Eyla solo sentía un tipo de calor, el de volver a la vida. Si en La Madriguera, unas horas atrás, sintió frio y un dolor infernal a causa de este, lo que sufría en ese instante no era para nada equiparable. Lo peor de todo era a la vez lo más curioso, la diferencia de lo lento que le pareció el instante de la caída a diferencia de lo rápido que se pasó las veinte horas que estuvo inconsciente en aquella orilla.

No tenía ni la más remota idea de dónde se hallaba, pero a eso no se le podía llamar confusión. Esta la estaba sufriendo su inconsciencia. El hecho de continuamente no saber a dónde perteneces, a saber, que todo puede llegar a pertenecerte o a saber que solo le quedaba una vida que ni siquiera podía conservar, eso enloquecería a su mente más profunda y dormida.

Tras intentar incorporarse, aunque sin suerte, comenzó un ritual melódico que le recordaría quién era, o al menos quién podría ser si no actuaba rápido. Tos y vómitos, pero no expulsaba ningún tipo de comida pues no había comido desde hace días, solo vomitaba agua y sangre, mucha sangre.

Con el pelo aún mojado tapándole parte de la cara decidió observar dónde se encontraba. Ofrecía un aspecto lamentable que contrastaba con ese lugar, era precioso. Una gran cueva tallada a mano, seguramente habrían tardado años en excavar su forma, pero más aún para acabar todos los detalles que contenían. Aún conservan muescas de herramientas rudimentarias en su techo, pero las estatuas que, a modo de pasillo salva protegían una puerta principal, estaban intactas. Diez estatuas, seis hombres y cuatro mujeres mezclados. Tallados en una piedra blanquecina que se fundía demasiado bien con el poco musgo que crecía de ellas. Todas portaban un libro en las manos, algunos lo leían y otros solamente lo miraban orgullosos. Aquellas personas no eran guerreros, trascendieron de la violencia al conocimiento. Quizás ese conocimiento lo tradujeron en generar violencia o quizás lo utilizaron para evitarla, el caso es que no sabía quiénes eran y ella se estaba simplemente muriendo como para intentar indagar sobre ellos. Cuando consiguió colocar sus rodillas sobre tierra seca y pudo elevar su cabeza hacia el frente, observó por fin las puertas del cielo.

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⏰ Last updated: Jul 14, 2019 ⏰

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